El filósofo parte de dilemas que obligan al lector a dudar y en algunos casos a replantearse sus propias opiniones para así acertar en la respuesta más justa a problemas éticos que afrontamos a diario
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Aquí van tres ejercicios que obligan a pensar. ¿Perdonaría a un asesino enfermo de Alzheimer que no recuerda quién es? ¿Mejoraría genéticamente a su hijo? Si tuviese que instalar un ‘sistema ético’ en el coche y programar los algoritmos, qué escogería: ¿salvar a un joven que cruce mal por una calle o a un anciano que lo hace por el paso de cebra?
Estos son solo algunos de los dilemas que plantea el filósofo Eduardo Infante (Huelva, 1977) en su último libro, ‘Ética en la calle’ (Ariel). En los citados y otros ejemplos que aparecen al principio de cada capítulo la respuesta no siempre está clara porque decidir qué es lo más justo no es tan fácil.
El autor recurre a los clásicos, desde Sócrates y Platón a Kant o Locker, para ayudarnos a reflexionar. En estos tiempos en los que no todo el mundo está dispuesto a escuchar y dialogar, en ocasiones optar por la acción correcta obliga a enfrentarse a los más próximos, a aquellos cercanos ideológicamente. “Muchas veces actuar con ética implica tener que enfrentarse a la tribu en la que uno ha nacido, cuestionar la moral que uno ha recibido. A veces, la trinchera nos puede haber enseñado bien qué es lo digno y correcto, pero otras veces no es así”, señala.
¿Por qué deberíamos actuar éticamente?
Porque es la única manera de actuar libremente. Actuar éticamente es hacerlo tras haber reflexionado y habiéndose preguntado si esto que se va a hacer es lo mejor que cualquier ser humano pueda llegar a hacer. Si uno no piensa lo que hace, la alternativa es que otros lo piensen por ti y normalmente que lo hagan contra ti.
La segunda razón la explico a partir de una anécdota que cuenta el filósofo Peter Singer. Narra cómo se tiene que despedir de un amigo que se muere de cáncer. Es alguien que ha dedicado la vida a hacer lo correcto, a impartir justicia, dignidad y verdad. Cuando le pregunta las razones de por qué ha vivido así, el hombre le responde que le gustaría creer que su vida ha sido algo más que consumir y producir basura. Se trata de dotar la vida de dignidad.
La ética es la disciplina que nos incita a tener el coraje de ser autónomos. Siguiendo la diferenciación que hacía Kant, podríamos dividir a las personas entre las que son capaces de pensar por sí mismas y las que renuncian a ello y prefieren obedecer ciegamente. ¿Actúa menos éticamente quien renuncia a pensar?
Sin duda. Y no sólo no actúa éticamente, sino que genera injusticia, sufrimiento y daño. Tanto a él como a terceras personas. Cuando Hannah Arendt se encuentra con Eichmann, con el mal, se topa con alguien que no ha hecho ningún esfuerzo, que ha renunciado a pensar porque se escuda en que seguía órdenes. Muchas veces actuar con ética implica tener que enfrentarse a la tribu en la que uno ha nacido, cuestionar la moral que uno ha recibido. A veces la trinchera nos puede haber enseñado bien qué es lo digno y correcto, pero otras veces no es así.
¿Se puede aprender a pensar?
Claro que sí. La única manera es con el diálogo. Platón decía que pensar es dialogar con uno mismo. En los gimnasios de Atenas los ciudadanos se encontraban para dialogar, es decir, para confrontar. Además, los niños aprendían a pensar escuchando a los otros a dialogar.
No había móviles encima de las mesas.
Iba por ahí. Las pantallas nos atomizan e individualizan. No es casualidad que hoy en día no sepamos conversar.
Destaca que el diálogo filosófico es también el político y señala que pensadores como Habermas consideraron que el triunfo del totalitarismo fue la renuncia del pueblo alemán a dialogar. ¿Cree que ahora con el triunfo de Trump y otros está pasando algo parecido?
Estoy totalmente convencido. Hace unas semanas estuve en Estados Unidos y una de las cosas que me sorprendió es cómo avanza el discurso de que la democracia es algo ya fallido y que hay que superarla. En esa lógica, si niegan la existencia del bien común, ¿para qué necesitan los parlamentos, los espacios para dialogar?
No es casualidad que hoy en día no sepamos conversar
Parafrasea a Newton para explicar que hay quien defiende que la ética tiene que ser como la física y que puede ser algo bueno en teoría, pero malo en la práctica. No sé si tiene algún ejemplo que sirva para ilustrar esta teoría.
Cualquier concepto ético, sea la libertad, la dignidad o la justicia, si lo que genera es sufrimiento, dolor o corrupción, no sirve. Si reducimos la libertad a tomar cañas estamos vaciando de significado el concepto.
Usted advierte de una cuestión que puede parecer evidente, pero no lo es. Recuerda que tenemos que ser conscientes de que la relación del humano con la Inteligencia Artificial no es la de una persona y una máquina, sino que es entre humanos ‘mediada’ por una máquina. ¿La IA pondrá al límite las costuras de la ética?
La Inteligencia Artificial no puede ponerse límites a sí misma. La ética que tenga la IA va a estar impuesta por humanos. Los valores y sus fines los va a decidir siempre un ser humano. El problema es quiénes serán, si los parlamentos en los que se habrá debatido sobre esos fines o lo decidirá una oligarquía que lo que va a buscar es solo valores puramente económicos y productivos.
En el libro aborda a partir de dilemas que podríamos calificar de prácticos cómo a menudo las decisiones que tomamos son mucho más complejas de lo que pensamos. Le planteo el primero que usted formula: ¿perdonaría a un asesino con Alzheimer?
¡Ese es un problemazo al que habría que dedicarle bastante tiempo! La cuestión es si esa persona es la misma persona o ya no. Además, está la cuestión de la responsabilidad y la de la culpa. Habría que definir también qué es el perdón, algo que es una decisión voluntaria. Perdonar es la renuncia a la legítima venganza y si profundizamos en lo que es el Alzheimer descubriremos que ya no existe la persona. Sería castigar a un asesino que padece una enfermedad que ha destruido su personalidad. Es el cuerpo, pero ya no es el sujeto.
Frente al ansiolítico lo que tenemos que hacer es volver a sentarnos y reflexionar sobre qué es vivir bien porque lo cierto es que no estamos viviendo bien
También aborda cuestiones intrínsecas a la condición humana y que ya se planteaban los filósofos de la Grecia clásica. Por ejemplo, ¿qué es una vida buena?
Hoy en día, la propia forma en que vivimos es la que nos está enfermando. Frente al ansiolítico, lo que tenemos que hacer es volver a sentarnos y reflexionar sobre qué es vivir bien porque lo cierto es que no estamos viviendo bien. Esta, que fue la gran pregunta ética, la resolvieron los clásicos. Séneca ya hablaba de la ansiedad. Aristóteles dedica 10 cursos científicos a la ética y, dos de ellos, a la amistad. Lo que nos dice es que no hay vida buena sin amigos. Y es algo en lo que están de acuerdo todas las escuelas clásicas. La amistad es una virtud, algo que se entrena y se aprende. Esto hay que recuperarlo en la plaza pública.
Eso nos lleva, para acabar, a la felicidad. Aristóteles también defendía que solo se alcanza en la polis, en comunidad. ¿Está de acuerdo?
La felicidad es aquello que nos hace humanos: pensar, convivir, cuidarnos los unos a los otros… El bien individual está ligado al bien común, solo se puede alcanzar dentro de una sociedad buena. Por más que lo defienda el neoliberalismo rampante, solos no sobrevivimos.