Las subidas arancelarias con las que amenaza la Administación Trump y sus consecuencias económicas o las tensiones geopolíticas serán tenidas en cuenta por la Autoridad Bancaria Europea (EBA) en los ‘estrés test’ que miden a las entidades financieras para imponer requerimientos de capital y solvencia
El ‘dramático mundo de aranceles’ ya está aquí
La banca europea tendrá que mostrar su capacidad de resistencia ante los efectos geopolíticos de un orden mundial en mutación y que estará sometido a embestidas inesperadas e impulsadas por el segundo mandato de Donald Trump. Así lo acaba de constatar la Autoridad Bancaria Europea (EBA), que exigirá al sector financiero del club comunitario -en concreto, a 64 bancos de la UE y Noruega- unos exámenes de estrés específicos con los que comprobar su habilidad para eludir tensiones de liquidez y de solvencia por riesgos geopolíticos latentes.
Entre otros, ante eventualidades ocasionadas por el decoupling o fragmentación en dos bloques del comercio mundial -uno liderado por EEUU y otro por China-, o los efectos sobre sus clientes empresariales de la subida arancelaria masiva que ya ha decidido aplicar el dirigente republicano. Las consecuencias de la política comercial restrictiva de Trump podría generar impagos o desencadenar procesos de quiebra de empresas, que acabarían dañando los balances de la banca por la acumulación de activos tóxicos en sus estados financieros.
La EBA (según sus siglas en inglés) incluye en esta terna de amenazas otros daños colaterales de la guerra comercial desatada por la Casa Blanca, aún de consecuencias inciertas, como espirales inflacionistas impulsadas por escaladas de los precios energéticos o de cotizaciones de materias primas que puedan verse restringidas, además, por conflictos armados. La institución reguladora tampoco se olvida de requerir a los bancos con elevado riesgo sistémico -o peligro de propagar crisis a la arquitectura financiera internacional por su tamaño o capitalización bursátil- de todo el arco europeo nuevos colchones de liquidez y solvencia y herramientas de prevención con las que amortiguar hipotéticas disrupciones en las cadenas de valor o contracciones económicas.
El resultado de estos exámenes de estrés de la primera de las dos convocatorias anuales a la banca se conocerán en agosto, cuando ya se podría atisbar un escenario con las repercusiones en el empleo y la inflación, tanto en EEUU como en Europa. Bajo esta hipótesis de trabajo, que revela Bloomberg, la EBA calcula que la economía de la UE restaría un 6,3% a su PIB en el actual trienio.
Los conocidos como estrés tests carecen de calificaciones de aprobados o suspensos, pero reguladores como el BCE los emplean para determinar los requisitos de capital a cada banco o para cuestionar sus planificaciones de liquidez para abordar retrasos en los pagos de sus clientes o sus reservas, con los que abordan, por ejemplo, el pago de dividendos a sus accionistas.
Borrascas transatlánticas a costa de la regulación
La autoridad monetaria del euro lleva un año alertando de una manera insistente en los “peligros emergentes” y en la necesidad de que “se incorporen a las pruebas de resistencia de los bancos”. Muy en concreto, desde que, en enero de 2024, Claudia Buch asumiera las riendas del Consejo de Supervisión del BCE. Buch, alemana y número dos Bundesbank hasta su designación, muestra una inclinación sólida en favor del reforzamiento del papel de fiscalizador de Fráncfort sobre el sector a partir de una profunda revisión regulatoria que incorpore con celeridad requerimientos más exigentes y adaptados a los “múltiples asuntos que dominan” el orden político y económico internacional y que “hace unas décadas resultaban inconcebibles”.
Todo un intento de navegar a contracorriente en las aguas turbulentas que surgen al otro lado del Atlántico. La Administración Trump no sólo va a dulcificar las reglas del juego en áreas sensibles como los cripto-activos o la Inteligencia Artificial (IA) donde facilitará la reducción de verificadores de redes sociales o el nivel de transparencia y seguridad de los desarrolladores de aplicaciones. El republicano ya ha avisado que atenderá las peticiones de los jerarcas de Wall Street, que reclaman abiertamente reglas de juego más laxas.
Trump ya les concedió ese oscuro objeto de deseo en su primer mandato, cuando su secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, gestor de fondos de inversión y ex ejecutivo de Goldman Sachs, empezó en 2017 a desmantelar la Dodd-Frank Act que promulgó Barack Obama para dar protección a los perjudicados por las hipotecas subprime. Ahora será Scott Bessent, con largo recorrido como asesor de Trump, el encargado de desarticular el acervo normativo con la promesa de limpiar “el super-ciclo regulatorio” que consumó Joe Biden.
Si bien el mercado se reserva ciertas sorpresas. “Muchos banqueros están bailando en las calles” ante la promesa de desregulación, admite Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan Chase. Pero “pueden pasar muchas cosas”, alerta Max Bonici, socio del bufete especializado en asuntos financieros Davis Wright Tremaine, porque “no es tan sencillo revertir el ecosistema normativo que terminó de configurar la Administración Biden”. Todavía “no hay ninguna respuesta clara a corto plazo”, dice Christopher Wolfe, que supervisa bancos estadounidenses en Fitch Ratings.
“No se verán revisiones significativas”, dice Stuart Plesser, director en S&P Global, aunque varias voces detectan una “destrucción total o parcial de Basilea III”, la última oleada de reglas surgidas del Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés); “en especial, para los grandes bancos”, es decir, los sistémicos.
Buch, desde el BCE, en cambio, incide en que el orden mundial está en permanente estado de mutación y que hay costes derivados, por ejemplo, del cambio climático, aunque también surgidos de conflictos geopolíticos, ciberataques o fragmentaciones comerciales que “deberían contabilizarse”, por lo que “una actualización normativa que restablezca las directrices de los bancos” resulta crucial para “anticiparte a potenciales daños sobre negocios, empresas y hogares”. A su juicio, el actual grado de “incertidumbre bancaria no puede sostenerse demasiado en el tiempo, ni resolverse a través de modelos de riesgo clásicos”.
En consecuencia, se precisan “cotas de liquidez y reservas suficientes para aprovisionar pérdidas adicionales” y análisis de escenarios con distintos niveles de gravedad, a través de Big Data y la investigación económica, en los diversos estamentos internos de los bancos para valorar de un modo adecuado las tendencias de los mercados, de la coyuntura mundial y de la geopolítica.
Sharon Donnery, del Consejo de Supervisión del BCE, y Mario Quagliariello, de su departamento de Estrategia y Riesgo, se acogen a esta tesis y acaban de asegurar que enviarán a los ejecutivos las fórmulas con las que afrontar y calibrar “los impactos geopolíticos” en sus marcos de gestión de riesgos, planificación de capital y liquidez y pruebas de estrés internas.
La industria ve el peligro, pero muestra reticencias
Los servicios de estudios de las entidades financieras han inundado de sesudas valoraciones los efectos del retorno de Trump al Despacho Oval. En numerosos frentes, desde el energético hasta el comercial, monetario, económico y, por supuesto, geoestratégico. Liliana Cortan, responsable de la Oficina de Riesgos de ING, advierte de que “la volatilidad en los mercados y los peligros de corte geopolítico son la nueva normalidad”, lo que “nos obliga a reorganizarnos” porque todas las crisis recientes “han hecho tambalearse a la arquitectura financiera mundial” y los riesgos de gestión “no son substancialmente distintos”. En su opinión, “no es realista esperar que controles más tenues vaya a declinar antes las amenazas”.
Sin embargo, en Davos, donde los banqueros se suelen despachar a gusto, la balanza se inclina del lado trumpista: “las expectativas hablan de que EEUU estará muy por delante de Europa en regulación, lo que nos pondrá en desventaja competitiva”, dijo el director ejecutivo de UniCredit SpA, Andrea Orcel. El directivo del banco italiano precisó que, cuando operan en mercados como el alemán, “los verdaderos rivales son los bancos estadounidenses”. En línea con la visión de su colega de JP Morgan Chase, Mary Erdoes: el equipo de Trump está creando un entorno favorable a las empresas y “esperamos que se mantenga así, por delante de otros gobiernos del mundo”.
La UE ultima una propuesta para profundizar la cooperación bilateral con EEUU en varios frentes entre los que se incluye el sector bancario, comercial y el tecnológico. En todos ellos, la regulación está sobre la mesa de discusión. Para el ministro belga de Finanzas, Vincent van Peteghem, Europa “debería centrarse en sus desafíos, más que en las represalias de EEUU, en aspectos como la disminución de la productividad y la competitividad”. Precisamente los escollos más patentes del informe Draghi, al que acudió el presidente del Eurogrupo, Paschal Donohoe, para buscar “puentes de entendimiento” con Washington.
El titular de Finanzas irlandés, que criticó las injerencias de Elon Musk en procesos democráticos en Europa, considera que “la urgencia” de la UE reside en “apuntalar otra vez los cimientos del euro”, preparándose para nuevas tensiones comerciales con EEUU en plena carrera competitiva con las dos superpotencias económicas. Para lo que recordó el uso de los 800.000 millones de euros de recursos que el expresidente del BCE calculó en su diagnóstico de los males competitivos de Europa para restablecer el músculo productivo perdido de su mercado interior.
En paralelo, Bruselas y el eje franco-alemán, que reunió en París a sus máximos responsables, el canciller germano, Olaf Scholz, y el presidente galo Emmanuel Macron esta semana, mostrarán su malestar a Trump por la decisión de su antecesor de restringir la venta de chips de alta gama, esenciales para el avance de la IA, a ciertos socios comunitarios, como Polonia, a los que les deja sin acceso a circuitos integrales de Nvidia u Oracle. La innovación, los chips y la relocalización de fábricas son otros de los consejos que Draghi enfatiza como palancas de “la necesaria revitalización competitiva” de Europa. Pero, al mismo tiempo, suponen otra pica de colisión regulatoria con la versión Trump 2.0 penetrando ya en el orden global.