El juez acosador

‘Política para supervivientes’ es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es

¿Qué se hace cuando un juez vulnera la letra de la ley que debería aplicar? Por ejemplo, escribir una queja en la web del Consejo General del Poder Judicial, que ha recibido 14.000 reclamaciones hasta el jueves por la conducta del juez Adolfo Carretero en su interrogatorio a Elisa Mouliaá. Digo hasta el jueves porque ese día la web colapsó y dejó de registrar las protestas. En todo el año 2024, recibió 16.000 quejas. Queda claro hasta qué punto la actuación de ese juez ha contribuido al desprestigio de la justicia en España.

La denuncia de Mouliaá contra Íñigo Errejón nos ha devuelto al pasado, tampoco muy lejano, en el que los jueces convertían a la víctima en culpable. O al menos en sospechosa. Todo en el no muy complicado ejercicio de prestar declaración por los hechos. Es legítimo que el juez instructor pase revista a cada detalle e incluso cuestione las posibles contradicciones. Es lo que se debe hacer con cualquier testigo, también con el denunciante. Lo que no permite la ley es intimidar a la mujer partiendo de la base de que ella provocó el delito con su actitud. 

Carretero no tardó más de dos minutos en interrumpir a Mouliaá, porque no le gustaba lo que decía. No le dejó tiempo para explicarse en un ejemplo del espíritu autoritario con el que se manejan ciertos jueces. Parece que hacen preguntas para que el declarante confirme sus prejuicios. Se diría que ha dictado sentencia antes de escuchar a las personas que participaron en los hechos. 

“La ley establece de forma taxativa que no se pueden plantear preguntas capciosas, tendenciosas o sugestivas”, dijo esta semana el magistrado Joaquim Bosch. Veamos esta intervención de Carretero: “Pero vamos a ver, usted es una persona acostumbrada a tratar con el público. Su profesión es actriz. ¿No es capaz de decir a este señor que esas condiciones no son aceptables?”. 

¿Qué clase de estupidez capciosa es esa? ¿Qué le hace pensar que una actriz está más capacitada que otra persona para expresarse en una situación de tensión? Una empleada de unos grandes almacenes trata con “el público” todo el día. ¿Debemos suponer que es imposible que no sepa cómo reaccionar en esa situación? ¿Tiene algo que ver sufrir lo que puede ser una agresión sexual con vender unos pantalones?

Mouliaá estuvo declarando de pie durante más de una hora. ¿Qué clase de mentalidad autoritaria hace que un juez crea que el testigo o la víctima no va a decir la verdad si está sentado? ¿Se trata de hacerle sufrir o de que se sienta incómodo? 

Carretero se dedicó a cuestionar las intenciones de la denunciante. Planteó directamente que podía estar mintiendo por puro despecho, una línea argumental que han utilizado demasiados jueces en el pasado. “¿Y no sería que usted sí quería algo con ese señor y al no corresponderle, le denuncia?”. Un juez no debe polemizar con la víctima. Si su testimonio no le parece creíble, eso influirá inevitablemente en su decisión definitiva. Pero no está ahí para lanzar acusaciones sobre esa persona para ver cómo reacciona.


Elisa Mouliaá en un coche tras declarar en los juzgados de Madrid.

Lo explicó la jueza Cira Domínguez en un artículo de Marta Borraz: “No estamos cuestionando que el instructor haga su trabajo porque cuantos más elementos se tenga, mejor, sino la forma de abordarlo. No se debe partir de una presunción de mentira de la víctima. Eso no quiere decir que lo que la víctima te diga tenga que ir a misa. Su función (del juez) es reunir el mayor número de indicios, pero tampoco cuestionar su testimonio e intentar desmontarlo”.

Nada de esto sorprende a los abogados que han tenido casos en el juzgado de Carretero: “Un hombre histriónico, casi de caricatura. Interroga con mucha agresividad y el trato con los investigados es deplorable. A los abogados les trata mejor. Eso sí, con los policías se muestra cómplice”, explicó uno de ellos a José Precedo. 

El viernes, hizo una ronda de entrevistas televisivas con la intención de presentarse como víctima de la polémica y sostener que el lenguaje empleado por él era lógico tratándose de una denuncia de agresión sexual. Dijo que estaba asombrado “de que en el siglo XXI por decir culo eso pueda significar un escándalo”. Su único propósito de enmienda para el futuro: “A la vista de lo que ha pasado, diré nalga o pecho en vez de decir tetas”. Parece que es el único problema que ve a una pregunta como esta: “¿Cuánto tiempo estuvo chupándole las tetas?”. Lástima que la denunciante no llevará un cronómetro.

Algunas preguntas de Carretero en su interrogatorio a Mouliaá son indescriptibles. Se supone que debe interrogar sobre los hechos ocurridos, no obligar a especular a la persona que presta declaración. “Según usted, se sacó el miembro viril. ¿Se lo sacó para qué?”. ¿Pero qué clase de mentalidad morbosa hace que quieras forzar a la víctima a imaginarse las intenciones del presunto agresor? ¿No debería centrarse en los hechos?

Cuando Mouliaá explicó visiblemente nerviosa y casi a punto de llorar que fue atendida por una psiquiatra y pasó un tiempo en terapia pensando en si debía denunciar los hechos, el juez mostró su impaciencia.

–Estuve dándole vueltas, pero no me atrevía, porque…

–¿Pero por qué no se atrevía? ¿Por qué? ¿Por miedo a Errejón? 

–Sí.

–¿Por miedo a Errejón? ¿Por qué? ¿Cuál es el miedo que hay que tener? 

–Por miedo.

–Por miedo a Errejón. Bien.

–Porque tengo una hija…

–¿Y qué?

–No sé.

Carretero no deja de intimidar a Mouliaá con sus interrupciones constantes. No le preocupa lo más mínimo que ella esté en esos momentos declarando bajo presión. Ese “¿y qué?” cuando ella menciona a su hija, presumiblemente porque tema las repercusiones que todo esto tendrá en ella, deja a las claras su falta de humanidad. 

Como dice Luz Sánchez-Mellado en El País: “Hay que joderse, Carretero. Con jueces como tú a ver quién es la guapa que denuncia”.

Las locuras del CIS


Un mapa de Orlando Ferguson de 1893 que muestra la Tierra plana basándose en una interpretación literal de la Biblia.

Las encuestas del CIS tienen en ocasiones preguntas u opciones en las respuestas que parecen pensadas para comprobar si el lector está despierto. Esta semana, han difundido una sobre participación política en la que se plantean una serie de frases para ver si la gente está de acuerdo con la idea. Sobre si el cambio climático es una amenaza, un 84,2% dice que sí. Luego preguntan sobre si la igualdad es necesaria o si la democracia es siempre preferible a cualquier otra forma de gobierno (un 87,2% dice que está de acuerdo o muy de acuerdo). Hasta ahí todo bien. El tipo de preguntas que aparece en cualquier sondeo.

Y luego viene la bola extra, la frase que se les ocurrió en una loca noche de copas con Tezanos subido en una mesa pegando gritos: “Los terraplanistas que sostienen que la Tierra es plana y no redonda tienen razón”. Antes de nada, el dato. Sólo el 6,4% acepta esa afirmación. Esto nos lleva a pensar que al menos el 6% de los españoles son idiotas. Pero la pregunta clave es: ¿cuántos de ellos trabajan en el CIS?

Osos y libertarios


Fragmento de la portada de ‘Un libertario se encuentra con un oso’.

Me encantan los libros que son como un inmenso reportaje. Un ejemplo de ello es ‘Un libertario se encuentra con un oso’, la historia del intento de unos libertarios norteamericanos muy de derechas de montar un experimento social en un pueblo de New Hampshire que consistía en ir eliminando la mayor parte de las regulaciones que impone un Estado. Empezando por los impuestos, claro. El autor es Matthew Hongoltz-Hetling y lo publica Capitán Swing. 

No consiguen controlar todo el pueblo, pero sí condicionan sus decisiones. Hasta pagar una tasa para financiar al departamento local de bomberos les parece una agresión intolerable. Su objetivo es ir erosionando todos los servicios públicos con las consecuencias previsibles. Lo malo es que es difícil luchar contra la naturaleza en una zona rural, en especial contra unos osos que no dejan de aumentar en número. Conviene decir que los osos no adoptan una postura política concreta. Se limitan a comer. 

“A medida que los libertarios se iban deshaciendo cada vez de más servicios públicos –cuenta el libro–, se hacía patente que lo que quedaría tras la purga no sería la idealizada cultura de responsabilidad individual que tanto deseaban, sino más bien una andrajosa comunidad de campamentos en los bosques, algunos de los cuales empezaron a suscitar quejas por fugas de aguas residuales y otras condiciones de vida insalubres. (…) La cifra anual de agresores sexuales registrados se incrementó de forma constante: ocho en 2006 y veintidós en 2010; uno por cada seis habitantes. En 2006, el jefe de policía Kenyon se unió a las autoridades estatales para arrestar a tres hombres de Grafton relacionados con un laboratorio de metanfetaminas en el pueblo, y en 2011 Grafton presenció el primer asesinato de toda su historia”. 

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