Joe Crepúsculo: «Imagino canciones que digan cosas extrañas y perversas para que las cante mucha gente»

Aunque muchos solo le reconozcan por el hit ‘Mi fábrica de baile’, el músico catalán publica ya su duodécimo trabajo, ‘Museo de las desilusiones’, en el que alterna la catarsis rutera con la resaca emocional en su disco «más crepuscular»

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Abogado de lo perverso, de lo hortera y de lo cáustico. Doctor amor. Filántropo del baile. Proteccionista de la verbena, del tren de la bruja y del karaoke. Así es Joël Iriarte cuando se enfunda el supertraje de Joe Crepúsculo, su proyecto personal desde que aparcara Tarántula y ejerciera de cantautor con maquinitas hace más de 17 años. El catalán, afincado en Madrid, acaba de publicar Museo de las desilusiones (El Volcán, 2025), duodécimo trabajo con el que completa uno de los corpus artísticos más sólidos y singulares del país, edificado, a camisa arremangada, en interminables giras. 

Tras Supercrepus II (El Volcán, 2020), secuela de su laureado ejercicio de pop electrónico lo-fi de 2008, y Trovador tecno (El Volcán, 2022), su particular antro destroy pospandémico, Iriarte recoge el traje de la tintorería y acciona una elegante bola disco para acometer una de sus obras más exquisitas. En Museo de las desilusiones, Crepus propone doce canciones –con sus baladones– para bailar y llorar en la pista de baile o fuera de ella. El amor, la melancolía, el fracaso y el desenfreno lucen a través de su personalísimo y desprejuiciado cruce de estilos con guiños a la canción melódica (de Ricchi e Poveri a Camilo Sesto), a la fantasía sci-fi (Vangelis), al clasicismo ensoñador del vals y todo ello con un barniz unificador, el de la música disco de los 70 y los 80.  

Estudió filosofía y ha acabado haciendo bailar a la gente al grito de “hijoputa el que no baile”, podría parecer contradictorio. 

Creo que haber estudiado filosofía me ha llevado a buscar la sencillez, es decir, a momentos de profundidad a través de cosas sencillas. Es verdad que “hijoputa el que no baile” es lo que es, pero me gusta jugar con los conceptos y crear mecanismos que chirríen. Y, por ejemplo, imaginar canciones que puedan ser cantadas por mucha gente pero diciendo cosas extrañas y perversas dentro del lenguaje. No sé si estudiar filosofía me ha capacitado para ello, pero a veces pienso que sí.

Recientemente publicó Mi motor en movimiento (El Volcán, 2023), un álbum de versiones y remixes de Mi fábrica de baile. Cuando otros reniegan de su mayor éxito, usted le hace un homenaje. 

Sí, era una especie de agradecimiento, por un lado a la gente que ha entrado en mi música a través de esa canción y, por otro, un agradecimiento a la canción misma que ha sido la causante de que yo llegara a mucha gente. Es verdad que la sigo tocando en directo, pero también repito con La canción de tu vida o Suena brillante. 

Sí, pero esta nunca falla. Es el colofón.

Sí, también enfoco el directo como una verbena, no como una recopilación de canciones. Quiero que la gente se lo pase bien y dentro de ese pasarlo bien está tocar esta canción.

Su amigo, el escritor Miqui Otero, ha elaborado la nota de prensa de Museo de las desilusiones, una suerte de currículum vitae en la que enumera todos esos trabajos, algunos precarios, por los que pasó –de encuestador a archivador– y también da cuenta del estrato humilde del que proviene ¿en qué medida todo ello le ha conformado como artista?

Una cosa que me inculcaron mis padres fue el trabajo. Una vez empecé a vivir de la música siempre tenía la idea de que había que trabajar. Me levanto pronto para hacer música. Soy constante e intento tener muchas canciones para poder elegir. Y el no conformarme, es decir, que si estoy viviendo de esto debo mejorar. Aunque no todo es trabajo, es una cadena. El trabajo solo no hace que las cosas vayan bien ni que tengan calidad, y más en algo como la música, el arte. Pero bueno, en esa cosa del esfuerzo sí reconozco a mis padres.

La misma nota indica que su familia, de origen extremeño, se estableció en Barcelona, ¿ha visto la ganadora del Gaudí a mejor película, El 47?

No, no la he visto, la tengo por ver. Me metí en el universo The Walking Dead y tiene tantas temporadas que no creo que vaya a salir de ahí en un tiempo.

Haber estudiado filosofía me ha llevado a buscar la sencillez, es decir, a momentos de profundidad a través de cosas sencillas. Es verdad que “hijoputa el que no baile” es lo que es, pero me gusta jugar con los conceptos y crear mecanismos que chirríen

Siempre intenta aportar en cada disco algún matiz extra, ¿qué novedades encontrará en Museo de las desilusiones su oyente más fiel?

Pues yo creo que no va a encontrar mucho nuevo. Al final es un disco pop. Soy un artista pop que hace canciones con estrofas y melodías de estribillo… Cosas nuevas, pues hay violines que jamás había metido y hay una balada que compuso Aaron [Rux] en formato vals, Kamikaze, que es de las más especiales y bonitas que hay en el disco. Y está Dejadme en paz, que empieza como si fuera una canción de Camilo Sesto y termina como una canción del FIFA. He seguido jugando con las melodías, con el pop, con lo que me gusta hacer e intentar, pero tampoco creo que haya que estar todo el rato innovando. Cuando he mezclado, cuando he metido flamenco, por ejemplo, nunca ha sido ni rumba ni flamenco, siempre ha sido una especie de barniz que adornaba la música que yo hago, que es pop.

En Pequeño niño peluquero dice “ya me estoy echando a perder”. ¿Está Joe Crepúsculo más crepuscular que nunca en este disco?

Bueno, esa es una canción muy surrealista, pero creo que sí. No lo había pensado, pero sí puede que sea mi disco más crepuscular. Y tanto que sí. Soy una persona que le encantan las baladas y aquí he puesto casi tres. También estoy más Crepus que nunca. Después de Trovador tecno, un disco con muchos pepinazos que, por cierto, ha funcionado y funciona muy bien en directo, quería hacer un disco que me aportara algo. He sido un poco egoísta, quería un disco para mí. Hay momentos tristes, también hay sentido del humor y ahí te cabe una canción como Kamikaze o Dejadme en paz, pero también Pequeño niño peluquero. 


El músico Joe Crepúsculo, con gato

Oteiza centraba su obra escultórica en el vacío, en ese espacio desocupado, pero consciente, que crea la masa. Usted parece jugar con ese concepto, extrapolándolo a las relaciones interpersonales, en Enamorado de tu reverb, donde narra la historia de alguien fascinado por la completa ausencia del sujeto amoroso. Algo difícil en estos tiempos de presencia constante en redes sociales, ¿no?

Totalmente. Creo que vivimos en una sociedad en la que hay que estar constantemente en las redes sociales y eso hace que se pierda el misterio y se pierda todo. Pero, por otro lado, también queremos que nos escuchen, que vengan a nuestros conciertos… Me gustaría usarlas menos, pero tengo que usarlas más de lo que las uso, eso me dicen. Y ya no sé muy bien lo que hacer. A veces me entran ganas de abandonarlas. La gente que hemos tenido nuestra infancia sin internet hemos visto una evolución de la cultura abisal. Ha sido un cambio mucho más importante que la imprenta. 

Me gustaría usar menos las redes sociales, pero me dicen que tengo que usarlas más de lo que las uso. Y ya no sé muy bien lo que hacer. A veces me entran ganas de abandonarlas. La gente que hemos tenido nuestra infancia sin internet hemos visto una evolución de la cultura abisal

El lanzamiento de uno de los adelantos, Jessica, regalo sorpresa para su novia el día de su cumpleaños, le ha postulado como un romántico empedernido. En realidad, el amor siempre ha estado muy presente en su obra. ¿Cree que es, como decía Burt Bacharach, lo que el mundo necesita ahora?

Pues no lo sé, porque hay muchos tipos de amor y hablar del amor en general es como hablar de la vida. Hay amores intensos, hay amores radicales, hay amores que hacen daño. No sé si es el amor lo que necesita el mundo, igual necesita otro tipo de cosas, como una sociedad mejor, por ejemplo. A no ser que sirva para ser mejores y abandonar conductas como las que estamos viendo a nivel de la política y todos estos nuevos cambios. Tal vez el amor vaya bien, no lo sé, si es enfocado a querer más a la gente y a la gente diferente. Si el amor es eso, sí que es lo que necesita la sociedad.

Hace pocos días murió David Lynch dejando adjetivo propio, lynchiano. Existe también un universo crepusiano, el de lo bizarro, el del costumbrismo y el del elogio del topicazo e incluso de lo chabacano. ¿Cree importante construirse un personaje y un imaginario propios o son Crepus e Iriarte la misma persona?

Hace algunos años hubiera dicho que no, que Crepus es diferente a Joël Iriarte pero ahora creo que sí. Intento cada vez más hacer lo que quiero, lo que me gusta. Y es verdad que, obviamente, hablo de las cosas que me interesan y de los temas que me inquietan, pero cada vez más estoy intentando ser yo mismo. Es lo que decía el poeta griego antiguo, Píndaro, “llegar a ser lo que soy” a través de mi música. 

No sé si es el amor lo que necesita el mundo, igual necesita otro tipo de cosas, como una sociedad mejor, por ejemplo. A no ser que sirva para ser mejores y abandonar conductas como las que estamos viendo a nivel de la política y todos estos nuevos cambios

La música de Tarántula y su primer trabajo en solitario, Escuela de zebras (2008), podían descargarse de manera gratuita. En ese sentido fue un visionario. Desde entonces, el modelo ha cambiado mucho, ¿no?

Sí. Ya cuando creamos Tarántula lo hicimos con Producciones Doradas junto a Daniel Granados y Daniel Magallón y era un momento en el que todavía no había plataformas de streaming. Pensamos que ponerlo todo gratuito sería una manera de llegar a la gente. Todo ha cambiado mucho y nosotros hemos visto cómo entraba y salía Napster o la primera red social que usábamos encantadísimos, que era Myspace. Lo fue todo y luego ha sido nada en muy poco tiempo. Ahora parece que esté todo muy establecido y que Spotify o Tidal, o lo que sea, se van a quedar, pero lo que hemos aprendido en estos quince años es que todo cambia.

Ahora está TikTok, que es capaz de hacer que Fleetwood Mac sea número uno en Gran Bretaña con una canción del año 1977, o una serie de Netflix que pone de moda una canción de los 80. Pero TikTok de repente ya no está en Estados Unidos. Todo va cambiando porque no deja de ser un negocio. Eso no es una biblioteca. Incluso las bibliotecas se queman, como en Alejandría. Todo es contingente. Es decir, que no confiemos. Igual me pongo apocalíptico, pero al final, lo único en que tienes que confiar es en tu carné de socio de tu biblioteca del barrio. 

Hemos visto cómo entraba y salía Napster o la primera red social que usábamos encantadísimos, que era Myspace. Lo fue todo y luego ha sido nada en muy poco tiempo. Ahora parece que esté todo muy establecido y que Spotify o Tidal se van a quedar, pero lo que hemos aprendido en estos quince años es que todo cambia

Ahora también es más fácil hacer música. En una entrevista decía sobre estos avances, “quiero pensar que todo eso beneficia a la música, aunque no me lo crea”, ¿opina igual de la IA?

Es muy complicado. Parece que va a beneficiar a la gente que quiera hacer cosas y no quiere pagar a músicos, por ejemplo. Va a beneficiar a diarios que quieran poner una ilustración sin pagar a un ilustrador. O a quien quiera una banda sonora que suene a Hans Zimmer o a John Williams y ahorrarse lo que cuesta el compositor. Es la sensación de que muchas cosas en internet están hechas para que se beneficien las empresas y toda esa cosa de la información que tenía cuando empezaba se está diluyendo en pos del beneficio de las grandes corporaciones. Me da pena. Internet ya no sirve para buscar información, sirve para que te vendan cosas. Yo recuerdo los primeros años de internet, de estar ahí como loco buscando páginas de conspiraciones. Y eso era maravilloso. Ahora se usan para fines políticos. Todo se ha ido a tomar por culo. Esas cosas se cogen y se desvarían. Si eres capaz de coger una conspiración para darle un uso político, apaga y vámonos.

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