No está claro aun si EEUU, y con ellos el resto del mundo, superará la prueba de estrés que supone Trump para su democracia, la convivencia y el multilateralismo. Pero en este punto de la historia se percibe con claridad un ánimo vengativo, una pulsión de revancha, y no solo en el país americano, en todos los países de Occidente sacudidos por la gran ola ultra
Las dos primeras semanas del segundo mandato de Donald Trump han tenido grandes dosis de confusión, incertidumbre y miedo, un auténtico cóctel molotov con la inmigración, los aranceles, la lucha contra la supuesta dictadura woke y la energía masculina como ingredientes estrella de un cóctel molotov que sirve para culpar a las minorías y discapacitados de accidentes aéreos, liberar agua de las presas de California, alentar la delación de colegas de trabajo que no renieguen de las políticas de diversidad o justificar que se pregunte al candidato a secretario de Defensa en su proceso de elección cuántas flexiones es capaz de hacer.
Hay un libro muy exitoso e imprescindible para entender lo que está ocurriendo, “Cómo mueren las democracias”, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, dos politólogos estadounidenses. Los autores argumentan que las democracias modernas no suelen terminar súbitamente y a través de acciones violentas, sino de formas más sutiles y de apariencia conocida. En ocasiones son los gobiernos elegidos quienes ponen en riesgo las instituciones y consiguen que el pueblo renuncie a las virtudes democráticas y a la competición pacífica con nuestros adversarios. No está claro aun si EEUU, y con ellos el resto del mundo, superará la prueba de estrés que supone Trump para su democracia, la convivencia y el multilateralismo. Pero en este punto de la historia se percibe con claridad un ánimo vengativo, una pulsión de revancha, y no solo en el país americano, en todos los países de Occidente sacudidos por la gran ola ultra. Ha llegado su hora, la hora de la venganza, y esto afecta a la cultura empresarial, a las relaciones entre hombres y mujeres, al entretenimiento, a los medios de comunicación mayoritarios y alternativos. Trump encarna una energía masculina, que utiliza el matonismo como forma válida de hacer política alejada de la negociación y el respeto hasta a los aliados tradicionales y a los propios ciudadanos. No sabemos muy bien cuáles son los graves agravios que han sufrido Trump y otros populistas y cuáles son las oscuras élites contra las que luchan para devolver el sentido común y la verdad a Occidente, pero lo que es innegable es que el control del relato sí les pertenece.
En “Un duelo interminable. La batalla cultural del largo del siglo XX”, el historiador José Enrique Ruiz-Domènec retorna al humanismo como solución a un mundo que siempre parece estar a punto de colapsar, que lleva agotándose desde hace siglo y medio y que nunca termina de morir. Por sus páginas transcurren personajes como Jules Michelet, Nietzsche, Wagner, Hannah Arendt, Jean-Paul Sartre, John Ford y muchos más para explicar que si la historia no se repite exactamente igual, sí rima de forma cíclica y que, como decía Ortega y Gasset, el hombre no tiene naturaleza, tiene historia. Ruiz-Domènec advierte sobre el peligro de dejar el poder en manos de los que quieren hacernos creer que el dinero, y no el hombre, es el origen del mundo y lo que lo ordena. A Europa le toca reinventarse en el tablero geopolítico en estos tiempos de venganza, con un hombre fuerte que desde su primer mandato dijo que había siempre que golpear primero, y nada como un puñetazo en la cara para evitar una pelea. Los valores que gobernaban nuestro mundo se esfuman, y revive, como cada cierto tiempo, la peor esencia de la humanidad, aquella en la que no sabemos contener la maldad y damos rienda suelta a la venganza.