El actual avance en el mundo de unas derechas heterogéneas, pero altamente disruptivas puede empujar a las izquierdas hacia posiciones conservadoras. En la Unión Europea, por ejemplo, las fuerzas progresistas y europeístas ya no parecen en condiciones de seguir empujando hacia la integración
¿Pueden las izquierdas y las derechas intercambiarse los papeles? ¿Puede la izquierda hacerse conservadora, o incluso reaccionaria? ¿Puede la derecha convertirse en una fuerza revolucionaria por la vía de la contrarrevolución? Quizá. No sería la primera vez que el empuje de la historia da un revolcón a las cosas.
El Partido Demócrata de Estados Unidos fue desde su origen (Thomas Jefferson) favorable a la esclavitud, a los impuestos bajos y a la preponderancia de los Estados sobre el gobierno federal. Era hegemónico en el sur. Los republicanos, cuando se produjo la secesión y la guerra civil, asumieron bajo Abraham Lincoln la lucha contra el esclavismo y el dominio del gobierno federal sobre los Estados.
Cuando estalló la gran crisis de 1929, un presidente demócrata, Franklin Roosevelt, subió los impuestos e incrementó de forma drástica el gasto público. Acabada la guerra mundial en 1945, otro presidente demócrata, Harry Truman, impulsó leyes contra la segregación racial en beneficio de los soldados negros que habían combatido. Esas leyes no fueron gran cosa. El cambio real comenzó cuando la campaña por los derechos civiles (Martin Luther King) se hizo incontenible y otros dos presidentes demócratas, John Kennedy y Lyndon Johnson, asumieron que la segregación debía terminar.
Lo que ocurrió entonces fue que los demócratas del sur, racistas y socialmente conservadores, se pasaron en masa al Partido Republicano. Hacia 1980, cuando comenzó la presidencia de Ronald Reagan, los republicanos habían asumido casi por completo el antiguo programa de los demócratas: predilección por la raza blanca, bajos impuestos y oposición al poder federal de Washington. Y se habían hecho hegemónicos en el sur. Los demócratas, en cambio, se parecían cada vez más a los antiguos republicanos de Lincoln y tenían cada vez menos votos en el sur. Y así se consumó el intercambio de papeles.
El actual avance en el mundo de unas derechas heterogéneas, pero altamente disruptivas puede empujar a las izquierdas hacia posiciones conservadoras. En la Unión Europea, por ejemplo, las fuerzas progresistas y europeístas ya no parecen en condiciones de seguir empujando hacia la integración; más bien pueden verse en la necesidad de limitar sus aspiraciones a defender lo logrado hasta ahora, es decir, dedicarse al mantenimiento del statu quo (desde Schengen hasta cualquier otro soporte de la unidad) y ejercer como dique conservador frente a unas derechas revolucionarias por la vía de la contrarrevolución.
Llegado el momento, resultaría concebible incluso que las izquierdas vistieran ropajes nacionalistas, con el fin de defender espacios libres de la presión de Bruselas. No hemos llegado ahí, por supuesto. Pero la derechización de la Comisión Europea, especialmente en lo que se refiere a los inmigrantes (pobres, conviene especificar: los ricos son siempre bienvenidos), resulta cada día más perceptible.
Algo similar empieza a ocurrir en Estados Unidos. La acumulación de poder (federal, estatal y judicial) por parte de Donald Trump y los nuevos republicanos, transformados en populistas-imperialistas autoritarios y nostálgicos de un pasado muy lejano y muy discutible, impele a los demócratas a posiciones de resistencia: creación de ciudades-refugio, defensa de los derechos locales y renuncias programáticas.
Hará falta mucha lucidez y mucha convicción para cabalgar de alguna forma la oleada revolucionaria de la contrarrevolución.