Virginia Bersabé y la belleza de permanecer

Solo un pensamiento que concibe al ser humano como un capital productivo puede entender la juventud como un valor y la vejez como una carga. Pero tener años es estar viva y ser protagonista del presente

OPINIÓN – Apoptosis

Tengo en casa una lámina de Virginia Bersabé, artista ecijana a la que admiro profundamente. En ella, las manos envejecidas de una mujer colocan unos jazmines en un prendedor. Casi puedo olerlos, y si mantengo la mirada, me traslado al jardín de la casa de mi abuela en verano.

“Vamos a coger un puñadito y lo ponemos en la mesita de noche, que esto espanta a los mosquitos”, me decía antes de acostarnos. Dudaba mucho de que aquello espantara a los mosquitos, más bien sospechaba lo contrario, pero me encantaba compartir con mi abuela aquel pequeño ritual, porque era nuestro.

Extraño muchas cosas de ella, pero hay una que me falta especialmente, y no es su buena mano para la cocina, ni su piel suave bien untada de crema hidratante, ni su forma de agasajarme con mis dulces favoritos. Lo que más echo de menos son las conversaciones, las largas charlas en las que los roles abuela – nieta desaparecían para transformarse en la relación de dos mujeres de distintas generaciones que se querían y tenían mucho que compartir.

Vuelvo a mirar la lámina de Virginia y en el gesto de esas manos encuentro un mundo hermoso a menudo invisibilizado. Si las mujeres estamos acostumbradas a que la mirada sobre las cuestiones que nos atañen esté relegada a ese cajoncito de las cosas pequeñas, esas que no son universales, las mujeres mayores son doblemente expulsadas del relato de lo importante, como si sus vidas y experiencias fueran meros susurros en una sociedad que se empeña en borrar la vejez porque ya no le sirve.

Al elevar a las mujeres mayores a un lugar central, colocando sus cuerpos y sus rostros, sus gestos y su cotidianeidad en grandes fachadas, edificios, cortijos, incluso en el altar de una iglesia, su presencia adquiere atención y respeto

Mientras que la narrativa cultural y social se afana en fulminar todo rastro del paso del tiempo de nuestros cuerpos, toda arruga, toda mancha, todo pliegue, Bersabé los llena de valor, los hace visibles y los engrandece. En sus murales de gran formato es imposible no mirarlos. Al elegir a las señoras como protagonistas de su obra, cuestiona la omisión a la que el mundo las relega y reivindica su presencia con toda su belleza, fuerza y complejidad. Sus mujeres con el pelo cano y piel vivida no son figuras del pasado, sino ciudadanas del presente, repletas de experiencias y voces valiosas para su tiempo, que es el hoy.

Mientras escribo estas líneas recuerdo todos esos comentarios que recibe mi madre, una brillante profesional en activo, para que se jubile, como si todos hubieran decidido por ella, como si el mundo diera por sentado que una mujer que ha llegado a una edad debe ser apartada de la vida pública, de las decisiones, de la gestión, en vez de un valor del que aprender. Mamá, mándalos a la mierda.

En el lado opuesto está Virginia, cuya decisión de tomar a las mujeres mayores como protagonistas de su obra está llena de significado, y es tan bella como política. Al elevarlas a un lugar central, colocando sus cuerpos y sus rostros, sus gestos y su cotidianeidad en grandes fachadas, edificios, cortijos, incluso en el altar de una iglesia, su presencia adquiere atención y respeto.

Reclamando el espacio que la sociedad no suele concederles, sus pinturas nos exigen pararnos a mirar y a reflexionar sobre el conflicto que tenemos con la edad, eso que no queremos ver, de lo que no queremos hablar, eso que escondemos o directamente apartamos.

Su obra genera un espacio de diálogo y de conexión, una quiere estar entre esas mujeres y escuchar sus historias, aprender de sus experiencias de vida, preguntarles cómo lo hicieron, cómo lo hacen cuando, como tú, se han sentido perdidas

Su mirada no es condescendiente ni infantilizadora. Les confieso que me pone de los nervios ver cómo a menudo se les habla a los mayores con un tono exageradamente alto o con diminutivos, como si fuesen niños pequeños en una guardería. Por el contrario, su obra genera un espacio de diálogo y de conexión, una quiere estar entre esas mujeres y escuchar sus historias, aprender de sus experiencias de vida, preguntarles cómo lo hicieron, cómo lo hacen cuando, como tú, se han sentido perdidas.

Hay una genealogía en sus obras que nos arropa y nos hace conectar con nuestra propia fragilidad. Las grietas de los muros sobre los que la artista pinta confluyen con las propias marcas de la piel, incluso los edificios elegidos, normalmente abandonados y alejados del uso que antaño tuvieron, nos hablan del error que estamos cometiendo como sociedad al identificar vejez con decadencia, con aquello que fue pero se desvanece.

Solo un pensamiento que concibe al ser humano como un capital productivo puede entender la juventud como un valor y la vejez como una carga. Pero tener años es estar viva y ser protagonista del presente.

En mi portátil tengo una pegatina de una de las obras de Virginia. En ella una señora mayor muestra un hematoma en la cadera. Cuando la miro, me da fuerza, no sé muy bien por qué. También yo tengo ese mismo hematoma en el mismo lugar. Quizá me recuerde que formo parte de algo; que lo que me pasa, nos pasa, que en la vulnerabilidad también hay una fortaleza que nos conecta con nuestra historia, que las huellas del paso del tiempo merecen ser vistas y celebradas.

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