Jóvenes subsaharianos que se echaron al mar sin saber si iban a vivir o morir se unen a ciudadanos de toda España que tratan de aportar “su granito de arena” y cumplir con su “deber moral” en el aniversario de la muerte de la tragedia del Tarajal
“Iban en busca de una vida mejor y lo que encontraron fue la muerte”. Una señal conmemorativa recuerda con esta frase a las quince personas que el 6 de febrero de 2014 perdieron la vida en la playa del Tarajal de Ceuta, punto final de la Marcha por la Dignidad, que anualmente les recuerda. Todos ellos eran migrantes subsaharianos que trataban de alcanzar la costa mientras la Guardia Civil disparaba pelotas de goma y gas lacrimógeno; sus compañeros con más suerte fueron devueltos a Marruecos sin un procedimiento formal. Es el duodécimo año que esta manifestación atrae a alrededor de trescientas personas de toda España y varios puntos de Europa a la Ciudad Autónoma para reclamar justicia ante un proceso que en la actualidad se encuentra atascado en el Tribunal Constitucional. Algunos saben lo que es jugarse la vida en el mar, otros no pueden siquiera imaginarlo, pero todos ellos gritan con la misma rabia que “ninguna persona es ilegal”. Sus historias se entrelazan mientras recorren los algo más de siete kilómetros que separan la Plaza de los Reyes del espigón que custodia la Frontera Sur.
Hace no tanto, en 2017, Adam Kanembo se encontraba al otro lado de esa valla que separa España de Marruecos. Con 27 años, el joven originario de Chad lleva ahora una vida muy distinta a la que tenía entonces. Reside en Madrid, donde trabaja como electricista y está estudiando un grado medio de informática de redes; pero desde hace dos años vuelve a Ceuta para “seguir luchando por los derechos ciudadanos, la igualdad y la validez del pasaporte y visado”.
XII Marcha por la Dignidad en Ceuta
“No quiero que otras personas pasen lo que yo he pasado, porque es muy difícil, es un camino muy largo y muy duro, un sacrificio muy grande, salimos y no sabemos si vamos a vivir o a morir”, explica con entereza.
Tras descartar el paso por Libia, viajó durante dos años a través de Níger y Argelia junto a su primo para terminar refugiado durante meses en los bosques del país vecino a la espera de una oportunidad para traspasar la frontera. Recuerda de tiempo en el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) ceutí que se le hizo “muy largo”. A pesar de la “libertad de salir y entrar” sintió que había ingresado en “una cárcel”. Hoy, libre, tiene la posibilidad de alzar la voz por aquellos que no pueden.
Su historia es de las que hacen que Ricardo García se niegue a hablar de dificultades en el trayecto de norte a norte, desde Oviedo hasta la cornisa africana. “Lo suyo sí que es duro, yo he cogido un avión cómodamente y lo pago porque puedo, así que es algo que no cuesta, no duele, me siento hasta culpable cuando me lo dicen”.
Ricardo García
Tras once años sin avances en el caso, al asturiano le parecía “de justicia” participar en la marcha. “Hubiera querido venir antes”, pero ya son tres años en los que siente que “tiene que estar”, es “casi una obligación moral como ciudadano” que no le importa discutir incluso con sus amigos. “Me dicen que no tienen tiempo de venir, pero yo creo que el que quiere, puede”, asevera mientras encara la última recta desde la Almadraba hasta el espigón.
A García le parece “una cosa tremenda” que “nadie haya pagado” por las muertes sucedidas en el Tarajal e insiste en la necesidad de visibilizar el caso.
Junto a él, experimenta por primera vez la sensación de sentirse parte de un movimiento tan apabullante emocionalmente Fruela Medina. El gijonés aporta así “su granito de arena” ante “tanta injusticia”. La sentía en “un lugar lejano”, pero por él transita mientras habla rodeado de gente “maravillosa”, lo que le invita a replantearse que su “Gobierno no hace nada o hace muy poco”.
Fruela Medina
La Marcha le ha descubierto “la cantidad de sensibilidades que hay” y que comparten desde los más jóvenes a los más mayores, pasando por aquellos “que han saltado la valla”. “Te revuelve por dentro”, admite sobrecogido entre gritos de justicia. A Mamen Rodríguez, que lleva más de un lustro viajando desde Madrid con la Caravana Abriendo Fronteras para participar en la manifestación no se le quita esa sensación: “Sigue siendo emocionante”.
No sale de su asombro cada vez que pisa la playa y comprueba que “se puede cruzar andando” desde España a Marruecos y viceversa por el borde del espigón. “Está ahí mismo”, entre “vallas colocadas de manera artificial” por las que “muchos mueren ahogados o algo peor”.
“Aquí hubo una gran injusticia que todavía no se ha reparado ni se ha reconocido. Entonces, pues cuanto menos seguiremos viniendo hasta que se reconozca”, advierte de su intención de volver “siempre”. Ceuta, es además “un territorio duro” para sus compañeros del gremio de la enfermería, por lo que la visita le permite darles también “un poco de acuerpamiento”, de respaldo.
Mamen Rodríguez
La del Tarajal “podría no ser diferente de cualquier otra playa, de cualquier otra costa”, pero hay quien “asesina” por querer hacer cumplir la “norma absurda” de que “por ahí no se puede pasar”.
Una norma que Hussein Mohamed vivió en sus propias carnes cuando llegó a Melilla en 2022. El paso de las hojas del calendario no le ayudan a olvidar el “dolor y las dificultades” que experimentó para escapar de Sudán. Las rutas migratorias son recorridos “difíciles”, en los que “no hay ayuda”; por ello, con tan solo 24 años se siente identificado con lo sucedido el 6F, la fecha de una “masacre”. Es consciente de que ha tenido, en cierto modo, suerte, por lo que viaja desde Sevilla desde hace dos años para participar en la Marcha por la Dignidad y mostrar su apoyo a la causa. “He pasado por eso y no quiero que mi gente lo pase también”, afirma compungido.
Hussein Mohamed
No es derrotista, para los que luchan, cree que siempre “habrá una ventana o una puerta abiertas” y espera que los sudaneses que se encuentran en Marruecos -que “lo están pasando fatal, con dolor y depresión”- puedan salir de allí. Está en contacto con otros compatriotas que le hablan de una persecución constante y de penas de prisión que no termina de entender. Al fin y al cabo “no han cometido ningún delito, no han hecho nada, solo quieren emigrar”.
En su país natal las cosas no están mejor: “Sudán está pasando una guerra y sufren tanto los hijos que están fuera como las familias que se quedan allí”. La vida, para él “es simplemente lucha” y no tiene problema en pelear por sus derechos, pero sabe que la población migrante necesita “más esfuerzo” para poder “avanzar y aprender”.
Aquellos que hoy no han podido gritar, quienes perdieron la vida en el mar aquel fatídico 6 de febrero se llamaban Yves, Samba, Daouda, Armand, Luc, Roger Chimie, Larios, Youssouf, Ousmane, Keita, Jeannot, Oumarou y Blaise; un último compañero permanece anónimo, nunca se pudo identificar. A lo largo del camino, la Marcha por la Dignidad repite una y otra vez sus nombres y evoca su recuerdo para que no caigan en el olvido.
XII Marcha por la Dignidad en Ceuta
Después de 11 años, el procedimiento judicial sigue pendiente de amparo ante el Tribunal Constitucional, quien admitió a trámite el recurso de amparo presentado en junio de 2023 por una decena de asociaciones humanitarias. El de las familias todavía tendrá que esperar, pero Patuca Fernández, abogada del caso, es optimista y que se haya admitido a trámite el escrito le parece “una buena noticia”.
Le queda, al igual que a los allegados de las víctimas y entidades involucradas en el proceso, la confianza en el que “reconozca que se han violentado derechos fundamentales” de los fallecidos y sus familias y que, en definitiva, “se haga justicia”.