La relación entre los dos magnates podría transformar EEUU, siempre y cuando el presidente no cambie sus afectos
El asalto de Musk y Trump al sistema democrático desata la incertidumbre: “No sé si me han despedido o no”
Una imagen vale más que 1.000 palabras. O más exactamente, 288 millones de dólares (unos 279 millones de euros), la cantidad que Elon Musk donó a la campaña presidencial de Donald Trump. La revista Time publicó el viernes la imagen del empresario tecnológico sentado con una taza de café en la mesa de escritorio Resolute, utilizada por todos los presidentes de EEUU desde Jimmy Carter.
Hubo quien dijo que la foto del ‘presidente Musk’ estaba pensada para provocar al irascible Trump, a quien le encanta Time (la publicación lo ha nombrado “persona del año” en dos ocasiones). “¿La revista Time sigue en activo? Ni lo sabía”, reaccionó el viernes Trump, haciendo una broma despectiva.
“Amo a @realDonaldTrump todo lo que un hombre heterosexual puede amar a otro”, escribió por su lado Musk en X. Fue la consumación de una inesperada relación que está provocando una desconcertante revolución en Estados Unidos.
Trump y Musk comparten el instinto de alterarlo todo, el de romper las reglas y el de provocar a los progresistas. Sus críticos creen que la confluencia del hombre más poderoso y el más rico del mundo representa un doble problema para la democracia.
¿Durará el romance? En la historia reciente hay muchos ejemplos de fieles a Trump que pagaron cara la posibilidad de robarle protagonismo. Los escépticos llevan diciendo, casi desde el comienzo de la relación, que el eje Trump-Musk terminará descarrilando con el choque inevitable de sus egos gigantescos. Pero también hay quien entiende la relación como simbiótica y con potencial de permanencia.
“En este momento son las dos personas más poderosas del planeta y se necesitan una a la otra desesperadamente”, dijo Joe Walsh, uno de los críticos de Trump dentro del Partido Republicano y exmiembro de la Cámara de Representantes. “Están pensando en el largo plazo; deliran los que creen que esto va a estallar en cuestión de uno o dos meses… Vamos a estar cuatro años así, son como dos monstruos que cada día se hacen más fuertes”.
A primera vista, Trump y Musk no tienen mucho en común. A sus 78 años, el primero es la ex estrella de un reality show y un promotor inmobiliario que llegó tarde a la política. Sus referencias culturales remiten a los años ochenta y se pasa horas jugando al golf.
Musk nació hace 53 años en Sudáfrica (durante el régimen del apartheid) e hizo su fortuna en Silicon Valley. Es el consejero delegado de la empresa de vehículos eléctricos Tesla y de la empresa de cohetes SpaceX. Ha dicho públicamente que padece el síndrome de Asperger, uno de los trastornos del espectro autista.
“No parece tener un carácter que dé buena imagen a Estados Unidos”, dijo Trump sobre Musk en 2016. Seis años después, en 2022, lo llamó “artista de la mentira” por el apoyo que dio a sus rivales durante las elecciones de 2016 y 2020.
El tono fue distinto el año pasado. En la campaña que enfrentó a Trump con Kamala Harris por la presidencia, Musk fue el principal donante del magnate, participó con él en mítines y amplificó la propaganda a favor de él en su red social, X. La noche de las elecciones la pasó en la residencia de Trump en Mar-a-Lago (Palm Beach, Florida) y celebró su investidura con lo que pareció un saludo nazi.
De momento, Musk es la diferencia principal entre los dos mandatos de Trump. Apodado el “colega número uno”, ha sido nombrado jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental. El DOGE, por sus siglas en inglés, tiene la misión de reestructurar las agencias del gobierno federal recortando presupuestos, despidiendo a parte del personal y terminando con el despilfarro y la corrupción.
Donald Trump y Elons Musk en un acto de la campaña presidencial
Conocido por un liderazgo que exige lealtad total de sus trabajadores y se basa en el miedo, Musk ha desembarcado con el mantra de Silicon Valley de “moverse rápido y romper cosas”, para arramblar con el gobierno federal sin preocuparse por la Constitución de EEUU ni por el Estado de Derecho.
Los jóvenes desarrolladores de software que integran su equipo en el DOGE accedieron rápidamente al sistema de pagos del Tesoro de EEUU, que cada año ejecuta millones de liquidaciones por una cantidad total de cinco billones de dólares (unos 4,85 billones de euros). Un sistema en el que hay información reservada sobre cuentas bancarias y pagos a la Seguridad Social.
Lo siguiente que hizo el DOGE fue cerrar la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) sin solicitar para ello la necesaria autorización del Congreso. Además de ponerle fin a programas que en todo el mundo prestan una ayuda vital en forma de alimentos y medicinas, destruía así una herramienta del poder blando de EEUU. “Hemos pasado el fin de semana metiendo a la USAID en la trituradora de madera”, escribió Musk alegremente en X.
Entre las medidas desplegadas por el DOGE figuran impedir el acceso a los empleados, congelar la transferencia de fondos, rescindir contratos de arrendamiento y ofrecer a los trabajadores paquetes de “dimisión diferida”. Musk también está usando X para hacer avanzar el programa de Trump, con ataques a los críticos del magnate republicano y con declaraciones escandalosas sin ninguna prueba que las fundamenten, como cuando escribió que USAID era “malvada” y una “organización criminal”.
Musk no trabaja para el Gobierno a tiempo completo sino que mantiene un estatus de “empleado especial”. Esto le permite eludir la obligación de hacer pública su información financiera y de someterse a un proceso de escrutinio público. “Un gobierno no electo y en la sombra está ejecutando una opa hostil sobre el Gobierno federal”, afirmó Chuck Schumer, líder de la minoría del Partido Demócrata en el Senado.
Trump no parece preocupado. “Elon no puede hacer nada, ni hará nada, sin nuestra aprobación”, ha dicho. “Le daremos permiso cuando sea apropiado; cuando no sea apropiado, no lo haremos”. Una fuente de la Casa Blanca declaró al periódico The Guardian que Trump había reclutado a Musk para hacer “locuras” y que Musk estaba cumpliendo con la misión.
Para algunos analistas, la pareja Trump-Musk tiene sentido. “No es arriesgado asumir que a Donald Trump siempre le ha fascinado la riqueza; y en términos de riqueza, en el planeta solo hay un puñado de personas por encima de él; Musk es una de ellas”, dice Bill Whalen, investigador en el centro de estudios Hoover Institution (perteneciente a la Universidad de Stanford, en California). “Musk se alimenta, evidentemente, del poder que emana de Trump, pero lo único que tienen en común es que los dos disfrutan haciéndose los gamberros y los perturbadores”.
Los incentivos de Musk son tanto financieros como ideológicos. Sus empresas tienen grandes contratos con el gobierno federal de EEUU. Como responsable del DOGE, puede simplificar la regulación para beneficiar a sus compañías directamente.
Musk también ha hecho causa común con Trump y su movimiento “Make America Great Again” (MAGA) con el objetivo de erradicar el llamado programa woke. El sudafricano terminó con las iniciativas de X para promover la diversidad, inclusión y equidad (DEI, por sus siglas en inglés), y parece estar trasladando esa mentalidad a su trabajo para el gobierno federal.
Tanto él como Trump comparten ideas raciales. Musk ha dicho falsamente que el gobierno sudafricano está permitiendo un “genocidio” contra los granjeros blancos; y Trump ha anunciado el cese de la ayuda a Sudáfrica por una nueva ley de derechos sobre la tierra que, en opinión del magnate republicano, representa una “gigantesca violación de los derechos humanos”.
Pero ninguna luna de miel dura para siempre. El índice de aprobación de Musk está cayendo a toda velocidad, incluso entre los republicanos. En un sondeo reciente de The Economist/YouGov, solo un 43% de los republicanos encuestados dijo querer que Musk tuviera “un poco” de influencia. Un 17% respondió que no quería que tuviera “ninguna en absoluto”.
“Nadie eligió a Elon”, decían las pancartas pintadas a mano de los manifestantes reunidos la semana pasada frente a los edificios gubernamentales. Los miembros del Partido Demócrata en el Congreso han convertido a Musk en su objetivo número uno, acusándolo de acaparar poder de manera ilegal. “Los electores, y la mayoría de este país, pusieron a Trump en la Casa Blanca, no a este tipo raro y multimillonario que no ha sido elegido”, escribió en X el demócrata Jared Golden, miembro del Congreso por el estado de Maine.
Musk puede ser útil para Trump como mecanismo para desviar la atención. Pero también puede terminar convirtiéndose en un lastre político si los votantes empiezan a preguntarse quién es el amo y quién la marioneta. Lo más probable es que antes de las elecciones de mitad de mandato en 2026 aumente la presión de los republicanos en el Congreso, y la de aliados como Steve Bannon, un duro crítico de Musk y de otros oligarcas de las tecnológicas.
«Paren a Musk ahora», reza una pancarta en una protesta en Los Ángeles (EEUU)
Según Rick Wilson, cofundador del Lincoln Project, un comité de acción política fundado por exmiembros del Partido Republicano opuestos a Trump, el presidente y Musk “acabarán chocando”. “Trump cortará por lo sano inmediatamente en cuanto vea que Elon le hace daño políticamente”, razona Wilson. “Elon lo pasará mal si [Trump] ve que le hace caer en las encuestas, se desvinculará de él en un abrir y cerrar de ojos”, añade Wilson. “En las últimas semanas, Elon se ha vuelto extremadamente impopular”, remacha.
Pero también es verdad que Musk no se parece a nadie con quien Trump se haya topado antes. La fortuna del sudafricano, estimada en 426.000 millones de dólares [unos 413.000 millones de euros] hace que la del presidente parezca pequeña; y Musk ejerce un poder y una influencia enormes con X. Es posible que deshacerse de él resulte más complicado que de sus otros lugartenientes.
“No sé cómo [Trump] podrá resolver un problema como el de Elon”, dice el autor y locutor de conservador Charlie Sykes. “A cualquier otro lo puede despedir o destruir; puede cepillarse a Marco Rubio, podría destruir el futuro político de J.D. Vance con un post en Truth Social, pero de Elon Musk no se puede librar”, agrega.
Sykes opina que “Musk ahora tiene su propia base, su propio culto a la personalidad”. “Llegará un momento en el que estos egos choquen, no pueden coincidir dos amos del universo en el mismo momento”, dice, y advierte: “¿Pero cómo se resuelve esto? ¿Cómo se libra Trump del monstruo de Frankenstein con el que se ha encamado?”.