El escritor y programador de la Cineteca de Madrid publica el ensayo ‘Breve historia de la oscuridad’, donde analiza el estado del cine y defiende las salas en pleno boom de las plataformas
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La oscuridad es sinónimo de algo amenazante. “Se avecinan tiempos oscuros”, dice la gente cuando mira a EEUU, cuando habla del auge de la extrema derecha. La ausencia de luz nos da miedo y, por tanto, todo lo que esté sobreiluminado nos da seguridad y tranquilidad. La luz es el futuro, la claridad de las ideas. Todo lo positivo usa metáforas similares, hablan del brillo, del resplandor…
Ocurre lo mismo en el cine, donde todo ha quedado sepultado por los flashes. Los medios se sienten deslumbrados por las alfombras rojas mientras se pierde la atención por lo que ocurre, precisamente, dentro de la oscuridad. Es una sala oscura donde ocurre el milagro de la proyección cinematográfica. Quizás el exceso de brillo ha cegado a una sociedad que ha ido paulatinamente abandonando la experiencia colectiva de la sala de cine por la individual y luminosa experiencia de ver una película en el sofá de casa.
Sobre todo ello reflexiona Vicente Monroy, programador de la Cineteca de Madrid, en su inteligente y afilado ensayo Breve historia de la oscuridad (Nuevos cuadernos Anagrama). Una defensa de las salas de cine en la era del streaming pero también mucho más. Una mirada esperanzadora a un cine colectivo con potencial revolucionario que pueda ofrecer una utopía frente a un cine burgués y domesticado.
El otro día en los discursos de los Goya se dijo muchas veces eso de ‘tiempos oscuros’, y me hizo pensar en su ensayo, ¿se ha comprado ese marco teórico de la oscuridad como algo negativo?
Sí, claro. Yo creo que la sociedad moderna, nuestra sociedad, es una sociedad obsesionada con la idea de la luz y con la idea de la transparencia. Son conceptos articuladores de nuestra sociedad. Realmente la oscuridad la hemos desechado como algo nocivo, algo perverso, algo que esconde nuestros peores miedos. Pero si nos paramos a pensarlo, siempre estamos viviendo entre la luz y la sombra. Y creo que precisamente en el cine, que en el fondo es el tema del que trata el libro, ocurre un poco lo mismo. Está la metáfora de la luz, las grandes estrellas de Hollywood, los flashes…
Tenemos la idea de que el cine es una cosa luminosa y, sin embargo, con el tiempo ha llegado a parecerme más interesante la cara oculta de la luna de ese planeta cine. La cara oculta que es el cine como acto de resistencia, como acto que se hace en la oscuridad, como modelo de emancipación de los pueblos. Un arte que sirve para registrar eventos que no se pueden registrar de ninguna otra manera y que nos permiten luchar también contra los poderes. Esa es la reivindicación de la oscuridad y una gran deuda pendiente de nuestra sociedad.
Vicente Monroy defiende las salas de cine en su nuevo ensayo
Pienso en esa importancia del lenguaje que usamos, porque en el libro se habla también de cómo se ha introducido ese concepto de ‘consumir contenido’.
Tengo la sensación cada vez más urgente de que el discurso público está absolutamente degradado y se ha llenado de conceptos y de ideas banales. Incluso cuando se tratan temas profundos o temas históricos, se reduce todo a un lenguaje tan banal, que me parece que al final el lenguaje empapa la realidad y la banaliza. Es fundamental recuperar un lenguaje ambicioso, no un lenguaje académico, no un lenguaje estructuralista, pero sí un lenguaje ambicioso que nos permita reimaginar el mundo. Quizás el cine ha tenido parte de culpa en este problema, porque el siglo XX ha sido un siglo que ha confiado excesivamente en las imágenes y ha dejado un poco de lado el lenguaje. El regreso al lenguaje desde las imágenes es algo que ahora mismo es urgente. Tenemos que poner en valor el lenguaje nuevamente.
¿Tiene que ver la compra de ese marco teórico con conceptos que se han impuesto desde grandes empresas?, ¿es el uso de ese lenguaje un triunfo del neoliberalismo?
Por supuesto. El gran triunfo de este sistema neoliberal, de este capitalismo exacerbado, que en realidad también forma parte de la socialdemocracia, es habernos arrastrado a un páramo de la imaginación, que es ese que fomentan las grandes plataformas, ese que fomenta el discurso público en Internet, esa luz que lo borra todo. Y por eso creo que lo que tenemos que hacer es regresar a la oscuridad y escapar de los discursos dominantes, de los discursos de masas. Es terrible lo que uno lee y lo que uno ve cuando entra en Twitter sobre el cine en términos generales. Es terrible. El cine se ha reducido a un concepto industrial sin ningún valor ni ninguna capacidad de cambiar las cosas. Parece que no nos afecta cuando realmente sí que lo está haciendo. Nos está afectando profundamente en nuestra manera de ver el mundo.
¿Vamos al cine solo a ver lo luminoso, el cine bienintencionado que nos dé la razón?
Sí, cada vez más. La industria del cine, y cuando digo la industria del cine me refiero a los dos grandes polos de la industria del cine que han funcionado a lo largo por lo menos del último medio siglo, que son el cine industrial de raigambre estadounidense y el cine de autor, que relacionamos más bien con Europa han eclipsado todo. Hay muchos más cines. En este sentido nos hemos acostumbrado a que el cine sean dos tipos de película.
El gran triunfo de este sistema neoliberal es habernos arrastrado a un páramo de la imaginación, que es ese que fomenta las grandes plataformas
Alguien decía en la gala de los Goya el otro día, creo que fue una de las señoras que ganaron el Goya a mejor película, que las películas de Santiago Segura son tan necesarias como películas tan arriesgadas como la suya. Es decir, estaba cerrando el ámbito del cine entre dos tipos de película que en realidad son la misma, cuando realmente el cine es un espectro muchísimo más amplio y están produciéndose muchísimas más cosas y más interesantes en el cine español contemporáneo que esa película en particular que ganó el Goya y que la película de Santiago Segura. La industria ha funcionado como un borrador de nuestra imaginación, ha eliminado nuestra capacidad de imaginar otros cines.
En el acto de ir al cine es importante el rito. Ritos que se están perdiendo. ¿Las plataformas han intentado crear su propio rito, eso por ejemplo de manta y peli para sustituir al anterior?
Claro. De todas maneras dices que Netflix se ha inventado su propio rito, pero yo creo que en el fondo el problema es que el rito de Netflix es como una versión falaz y cutre de lo que era el gran rito cinematográfico comercializado. Yo creo que en el cine, por ejemplo, la cuestión del tamaño es importante. El tamaño sí importa. Y no es lo mismo mirar hacia arriba que mirar hacia abajo. Decía Godard que en el cine miras hacia arriba. El problema es que uno de los de los ritos ocupe el lugar del otro, que no puedan convivir de una manera coherente y razonable.
A mí me sigue pareciendo que la experiencia en la sala, en el 90% de los casos, es superior a la experiencia de ver una película en casa. Pero no solamente por la oscuridad, no solamente por la manera que tenemos de concentrarnos, sino que creo realmente que todavía hoy en día necesitamos más que nunca ese espacio colectivo que genera la sala de cine, ese tipo de comunidad. Yo soy bastante escéptico con lo que está pasando con las plataformas de cine, que están imponiendo un nuevo canon, que están imponiendo una nueva manera de entender el cine, un nuevo canon estético incluso, porque estamos volviendo al primer plano, a que se difuminen los fondos y solamente se vea la figura.
¿Ha perdido el cine la conciencia de que la puesta en escena es política? Parece que solo es político el discurso evidente de la propia historia.
Lo que ha ocurrido, como en todo, es que el capitalismo ha absorbido ese discurso que nació con la idea de los terceros cines y de las nuevas olas en los años 60 que nos vinieron a decir que la forma es política. No solo las formas visuales, sino la propia forma de hacer cine. Creo que el capitalismo, muy inteligentemente, ha absorbido ese discurso, lo ha trivializado y ahora lo que vivimos es una especie de farsa de lo que entonces vivimos como historia. Sigue habiendo directores que te hablan de la ética y la estética, pero realmente es un discurso que cada vez está más vacío.
Quiero pensar que va a seguir existiendo un cine que reivindique las imágenes y los sonidos como medios de la emancipación de los pueblos
En los 60, en ese momento en el que se habló de esa manera de hacer cine, también se empieza a pensar en hacer cine colectivamente. Se empieza a pensar en poner los medios de producción cinematográfica en manos de los obreros, que la gente convierta el cine en una manera de expresar lo que siente desde abajo. Yo creo que eso lo hemos perdido. Hoy cada vez es más difícil acceder a la industria. La industria está llena de pijos. La industria está llena de nepo babies. Creo que la supuesta democratización del cine que iba a venir con los medios digitales no está ocurriendo. Y de hecho lo que está ocurriendo es que nuevamente, lo que soñamos como utopía se está realizando como distopía porque además nos convencen de que sí, de que el cine es mucho más democrático ahora, de que hay más mujeres haciendo cine y todo son realidades, pero realidades que esconden mentiras. Son verdades que esconden mentiras. Porque realmente lo que está ocurriendo es que el cine se está banalizando en general.
¿Hay posibilidad de cambio?
Yo lo que creo es que la industria va a seguir su camino, su camino decadente, su camino basado en los grandes festivales, en las revistas, en el discurso en internet. Y luego confío en que una resistencia hecha a través de un cine pequeño, de un cine hecho con las manos, un cine hecho con poco dinero, un cine hecho con las cámaras puestas a la altura del individuo y no con grandes grúas ni con planos secuencia interminables, ni con todas estas cosas espectaculares que nos vende la HBO y Netflix. Ese cine va a seguir existiendo y va a existir con más fuerza. Esa es mi esperanza. Yo soy un utopista. Creo que se ve bien cuando se lee el libro, que realmente yo tengo esperanza. Quiero pensar que sí, que va a seguir existiendo un cine que reivindique las imágenes y los sonidos como medios de la emancipación de los pueblos, como medios de llegar a una manera de entender el mundo más justa y de ser más libres. Creo que eso debe existir y va a seguir existiendo.
Decía Erice que las salas era uno de los pocos sitios donde no había diferencia de clases, todos eran iguales. Pienso en que incluso eso se está perdiendo, ahora hay salas y butacas VIP.
La sala de cine como espacio tuvo algo de utópico frente a los viejos teatros que se dividían por clases y la gente pobre estaba en el gallinero o en el paraíso, y la gente rica estaba en sus palcos. Una especie de utopía del movimiento moderno de la arquitectura, un espacio homogéneo, donde no hay división de clases y los ricos se sientan mezclados con los pobres en principio, pero efectivamente eso se está perdiendo. No solo se está perdiendo porque haya cines VIPs, sino porque el cine se está convirtiendo en un objeto de lujo que está haciendo que gane mucha ventaja también las plataformas, porque las plataformas se venden ahora mismo como el objeto popular. Lo que está pasando es que se están empezando a incrementar otra vez las diferencias de clase.
Ya hasta las plataformas hacen separación. Si quieres que sea barato hay anuncios.
Está claro que lo que llamamos entretenimiento popular, siempre que esté en manos de la industria, siempre que esté en manos de la economía, se va a terminar convirtiendo en algo que distinga clases. Es imposible que no sea así. Y de hecho, el cine que estamos viviendo ahora mismo es un cine cada vez más aburguesado, donde los directores aspiran desde el principio a convertirse en cineastas burgueses. En la nueva ola del cine catalán todos los directores y directoras los ves claramente que son directores que aspiran desde su primera película a convertirse en burgueses. Igual que en la nueva ola del cine galego. Quieren ganar premios, hasta el César Ni siquiera se conforman con los Goya. Ahora mismo la idea de convertirse en un cineasta burgués está en la base misma del cine.
En los últimos años muchos directores han defendido las salas, o incluso han hecho películas al respecto, ¿qué opina de ello?, ¿es una defensa nostálgica?, ¿de privilegiados?
Es muy peligroso pensar que una gran producción de Christopher Nolan va a salvar las salas de cine, porque sí, va a llevar a mucha gente, pero se van a vaciar el fin de semana después cuando no está la película de Nolan. Poner la solución en manos de los que precisamente han destruido la industria del cine, que son los grandes estudios, las grandes plataformas, es peligrosísimo. Lo que necesitamos es que las salas se vuelvan a llenar con un cine pequeño Lo que necesitamos es recuperar la escala humana del cine, que es la que hemos perdido. Antes las películas se hacían para las personas, ahora se hacen para los festivales, se hacen para la industria, se hacen para conceptos que no son conceptos humanos, son conceptos que forman parte del mercado. O sea, abstracciones.
Cita a Pasolini en el libro cuando dice que el arte ha perdido su potencial revolucionario, imagino que cree que ese cine pequeño tiene ese potencial pero, ¿qué porcentaje representa ese cine, puede cambiar algo?
Lo que hemos vivido en el cine, esto que decía Pasolini, es lo que hemos vivido en general en toda la sociedad. Las ideas utópicas que aparecieron en los años 60 y 70 desaparecieron. Se volvió a concebir la realidad como una realidad material insalvable, donde los individuos no tenemos capacidad de lucha, donde estamos en manos de poderes que nos superan y contra los que no podemos hacer nada. Es lo que estamos viviendo ahora mismo, la utopía prácticamente ha desaparecido del discurso público. Ha desaparecido de nuestros anhelos. Por las noches ya no soñamos lo que soñábamos en los años 60 y 70. Soñamos con nuestra realización personal, pero no con la realización social. Y creo que por pequeñas que puedan parecer esas luces de esas luciérnagas, de un cine hecho con poco, de un cine que reivindique una nueva manera de mirar el mundo, creo que sí, que tiene capacidad de cambiarnos, porque con que cambie la manera de mirar de una sola persona, con que una película tenga efecto sobre una sola persona, creo que la película ha merecido la pena. Ese es el cambio al que podemos aspirar ahora. Tenemos que ser lentos. Tenemos que actuar como jardineros y no como grandes transformadores de la sociedad. Y tenemos que transformar lo poquito que podemos. Pero creo que sí merece la pena ese ejercicio.