Especialista en historia del conocimiento, el autor propone revisar el pasado para poder obtener respuestas ante problemas presentes como el exceso de información y la sobreabundancia de datos
El anterior ‘Rincón de pensar’ – La vida de una doctora rural en el siglo XXI: cuando recuperar los vínculos con la comunidad es la clave del éxito
¿Y si la sobreabundancia informativa, de datos y de imágenes que sufrimos no fuera algo tan nuevo? El doctor por la Universidad de Harvard e investigador sobre la historia del conocimiento Xavier Nueno, analizó en el ensayo El arte del saber ligero (Siruela) esa pulsión tan antigua que lleva el ser humano a querer almacenarlo todo.
Mientras prepara otra obra sobre el cambio que ha supuesto pasar de organizar el conocimiento en ficheros por orden alfabético al sistema de citaciones, Nueno visita ‘El rincón de pensar’ para explicar cómo la revisión del pasado puede ayudar a dialogar con los problemas del presente.
¿De dónde proviene el deseo humano de conservar tanto los textos escritos?
Es una pulsión que nace casi al mismo tiempo que la propia escritura. Ya en el mito platónico del don de la escritura se relata una ansiedad por esa nueva tecnología que llenará el mundo de textos. Hoy se suele pensar que es la primera vez que la humanidad está afectada por un problema de exceso de información, pero en realidad es un mito: ha sido constante y ha estado en el centro de la transmisión cultural de todas las generaciones.
Su libro precisamente argumenta que esta sobrecarga es muy anterior a lo que se ha venido a llamar sociedad de la información. ¿Dónde empieza?
En la época de la biblioteca de Alejandría [siglo III a.C.] muchos escritores señalaban el riesgo de sobrecarga de información y de dependencia del texto escrito que caracterizaba a la clase burocrática que trabajaba en ella. Una corriente cínica y pesimista advertía de que podíamos quedar sepultados por los libros.
¿El libro es una institución con futuro?
El libro, como institución, es crucial para navegar el exceso de información. La gran paradoja de escribir un libro sobre el exceso de información es que también llegué a pensar si iba a formar parte de él, pero al final sirve para abreviar toda la biblioteca que se ha leído y proponer una propuesta ligera y que entre en diálogo con los problemas de hoy. El escritor debe aligerar el saber polvoriento del pasado para poder ver la actualidad de forma diferente.
El ‘big data’ hoy es un centro de poder que permite gobernar a las personas
En el libro desmonta la vinculación entre biblioteca y civilización. ¿Por qué la verdad no está encerrada en una biblioteca?
Es una relación que me interesa mucho. La biblioteca tiene una dimensión clásica y humanística, pero también otra más interesante y contemporánea que es la de los centros de datos actuales. El sueño de la biblioteca en llamas que queda destruida provoca escalofríos hoy en día, pero, por el contrario, hoy el incendio de un centro de big data incluso es liberador para mucha gente.
¿Por qué?
Porque, al igual que la biblioteca en el pasado, el centro de big data hoy es un centro de poder que permite gobernar a las personas. Nuestras pulsiones contemporáneas están muy presentes en la tradición cultural. Siempre hemos pensado en la Ilustración como un momento de gran celebración del libro y de la razón triunfando sobre la irracionalidad, pero en realidad muchos de los autores de esa época sueñan con incendiar la biblioteca. No es que a los ilustrados les gusten todos los libros, sino tan solo los suyos, y además perciben el antiguo régimen como una tradición polvorienta y delirante que supone acumular un saber inútil.
Durante la Revolución Francesa hay un debate muy pragmático sobre qué hacer con los archivos del antiguo régimen. Algunos autores como Dorset quieren quemarlos, pero hay otros como Grégoire que advierten de que la historia puede repetirse si se destruyen, por lo que propone una especie de índice de todo lo que no hay que leer. Hay un momento en que la Ilustración se da la mano con la Inquisición.
En la Ilustración o antes, en la Edad Media, solo la minoría que sabía leer lidiaba con el exceso de información. Pero ahora todo el mundo con un smartphone tiene un problema similar. ¿Qué implica esta generalización?
Acceso y exceso de información forman parte de un mismo problema. Los discursos de exceso de información surgen cuando cambia el acceso a ella. Cuando se inventa la imprenta, la clase letrada manuscrita empieza a sentir ansiedad al ver que el libro se convierte en un objeto mucho más accesible. Su monopolio sobre el saber se termina y empiezan a pronunciar discursos contra la imprenta por el riesgo de quedar sepultados por los libros, cuando en realidad es un argumento de clase y que tiene que ver con quién tiene acceso a la lectura.
Durante la Reforma, el protestantismo quería expandir los textos al gran público, mientras que la contrarreforma quería mantener el monopolio sobre la lectura. Y hoy una de las capas del exceso de información tiene que ver con un cambio en el acceso a la información y el conocimiento, que se ha generalizado a través del teléfono. Mucha gente que puede acceder a Wikipedia no podía acceder a las enciclopedias.
¿La lucha por el acceso a la información y a su exceso es una forma de querer tener el control sobre ella?
La sobreabundancia informativa, de datos o de imágenes también es, en muchos sentidos, una forma de control. Me llama mucho la atención cómo cada vez delegamos nuestra memoria en la tecnología. Lo fotografiamos todo, desde la visita a un museo a lo más cotidiano, pero luego no parece que tengamos una voluntad de volver a ver esas fotos. ¿Qué pasa con toda esta memoria que delegamos? ¿Quién la gestiona? Grandes empresas multinacionales tecnológicas que funcionan casi como un monopolio, que regulan el acceso y estructuran nuestra memoria de una forma nueva que todavía no terminamos de entender. Es una memoria colectiva jerarquizada bajo criterios empresariales, y nos hace perder el control sobre ella.
¿Qué consecuencias tiene este cambio?
No estamos anclados de forma fuerte a una memoria. Nuestras identidades no son tan sólidas, sino que son mucho más fluidas.
Nueno, durante la entrevista
¿El exceso de textos e imágenes implica una pérdida de originalidad?
Todas las épocas son víctimas del exceso de información: el sentimiento pesimista por el que terminamos pensando que nada es original. Pero, a la vez, todas las generaciones tienen cierto impulso para romperlo y pasar del pesimismo a la ligereza. Fijémonos en el scroll: consumimos información sin distinguir entre un anuncio, una noticia de un conflicto, una foto de un amigo… Esta secuencia del scroll es una muestra total de fatalismo, pensamos que no tiene vuelta atrás. Pero a la vez podemos reaccionar ante esto y reapropiarnos y redimirnos de este contexto, decidir lo que nos interesa y querer recuperar el matiz o la sutileza.
¿Con la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) esto es posible?
La IA funciona a través de cosas que ya sabe, que ya ha visto u oído. La máquina se basa en la repetición de lo que ya ha hecho. Pero a pesar de esto, nos sigue moviendo el impulso hacia lo nuevo y lo que no se ha imaginado. Es una labor que todavía está por completar, pero que es muy generacional. Tenemos que releer el pasado para imaginar un futuro diferente.
En el libro sitúa el nacimiento de lo que hoy denominamos información en la creación de los primeros ficheros en el siglo XVI.
La organización del conocimiento tiene dos grandes cambios a nivel histórico: el primero el método de indexación alfabético con los ficheros con el desarrollo de la imprenta y el otro el que vivimos a día de hoy que indexa a través del número de veces que ha sido citado. Esto pasa en la academia, pero también en el periodismo con los clicks o las veces que se comparte una noticia en redes.
El cambio en el siglo XVI implica pasar de depender del copista y la memorización a delegar la memoria en la biblioteca. Ahora se sustituye el sistema alfabético por el número de veces que una cosa ha sido citada. Implica una transformación enorme: establecemos la importancia de investigar algo en función de las veces que ha sido citado, pero estas métricas pueden alterarse y los académicos pueden tener incentivos para aumentar el número de citas. Esto cambia totalmente la forma de concebir la ciencia, la carrera como investigador o el intercambio de conocimiento científico por capital económico.
No está ni mucho menos garantizado que los nuevos relatos sean favorables a la democracia
Afirma que la inmensa mayoría de datos que se conservan hoy en día no tienen una aplicación práctica. ¿Por qué se conservan?
Hay un interés comercial y financiero muy grande, que se aprovecha de esta pulsión humana tan antigua de querer conservarlo todo. Las formas en las que después se explota esta información han servido para generar grandes colecciones que modelizan los comportamientos de compra de las personas, o cómo absorben la información. Es como si fuera una gran copia de seguridad para volver atrás en caso de que nos equivocáramos. La cantidad de información que se procesa hoy en día no tiene parangón en la historia, y la capacidad de actuación de gobiernos y empresas sobre las personas que delegan esta información es mucho mayor.
Y además de los datos reales, está la información falsa, que lo complica todo un poco más.
La información falsa no es un fenómeno nuevo, pero hoy en día hay una gran ansiedad alrededor de ella. Sabemos el uso que los fascismos dieron a la propaganda falsa porque desde la invención de la fotografía o del vídeo se es consciente de que puede usarse con fines manipuladores. Lo interesante de la actualidad es identificar los grupos que se articulan alrededor de la información falsa, es decir, la función social de la información.
¿Se ha perdido el interés en la verdad?
Tras muchos años de asociar la información a la veracidad, ahora la perspectiva es distinta: la atomización de los públicos llega a tal extremo que hay grupos que han perdido el interés en obtener información ligada a la verdad. Les da igual, han perdido el interés de obtener información como una forma representativa de una experiencia colectiva alrededor de la verdad. La experiencia se ha fracturado y la información queda ligada a un sentido ideológico, social y colectivo para representar pasiones sociales que llevan a ciertos grupos, por ejemplo los trumpistas, que aceptan las mentiras como una forma de rechazo a ciertas narrativas. Saben que la información no es cierta, pero es tal el rechazo que sienten a los migrantes o a las élites de Washington, que crean con ella su propia razón contraria a la que no les representa.
¿Se puede volver a una visión más o menos compartida y consensuada de la verdad?
Es muy difícil. La atomización de públicos no parece un proceso reversible, pero la creación de relatos compartidos es una de las claves para dar respuesta a este problema. El desapego hacia un tipo de relato, del que estos grupos se sienten excluidos sistemáticamente, hace que se busquen otras explicaciones, que aunque no sean ciertas, les generan más confianza. Se necesitan relatos que nos vinculen de forma efectiva a todos, y los podemos imaginar como de izquierdas, unificadores y colectivos, pero está el riesgo de que sean todo lo contrario. No está ni mucho menos garantizado que los nuevos relatos sean favorables a la democracia. Estamos viendo en directo qué relato se acabará imponiendo.