La comarca del Alt Empordà sale de la peor crisis hídrica en un siglo mientras agricultores y ecologistas advierten que la demanda de agua es superior a la capacidad del embalse y de los acuíferos
Catalunya ratifica el fin de las restricciones y sitúa Barcelona en prealerta
Toni Quintana se apoya en la acequia por la que solía fluir el agua hacia sus campos. Tras dos años en desuso, debido a la peor sequía en un siglo en la zona, este agricultor de Figueres, en la provincia de Girona, podrá volver a regar. “Hemos tenido que limpiar a conciencia el canal porque después de tanto tiempo se había llenado de maleza”, sonríe.
Sentado en ese mismo punto, en diciembre de 2024, Quintana reconocía a elDiario.es que en sus 34 años de oficio nunca había vivido semejante crisis hídrica. Ahora afirma algo parecido sobre el marzo más lluvioso del siglo, que ha llenado hasta el 65% las reservas un pantano, el de Darnius-Boadella, que el mes pasado estaba en el 17% de su capacidad.
Quintana vive y trabaja en la que ha sido la zona cero de la sequía en Catalunya, la comarca del Alt Empordà, cuyos municipios se abastecen sobre todo del embalse de Darnius-Boadella y de los acuíferos de los ríos Fluvià y Muga. En total son 140.000 personas que habitan esta región al norte de Girona, y que han permanecido en estado de emergencia por falta de agua durante 19 meses (por comparación, el área metropolitana de Barcelona lo estuvo solamente entre febrero y mayo de 2024).
Desde el pasado miércoles, estos municipios ya se encuentran en “alerta” por sequía, el menos grave de los escenarios. Durante todo este tiempo, la población ha estado sometida a límites en el consumo doméstico de agua –una medida que numerosos municipios han incumplido–, a prohibiciones de riego de jardines y llenado de piscinas, y a reducciones del 25% en usos industriales o de ocio.
Pero sin duda quienes más han sufrido los efectos de la falta de agua han sido los del sector primario. A un lado y el otro del río Muga se extienden 4.500 hectáreas cultivables que en verano suelen inundarse para alimentar las plantaciones de maíz y alfalfa. Pero las restricciones al riego en 2023 y sobre todo en 2024 lo hicieron inviable, y obligaron a los payeses a apostar por cultivos de invierno, como son la cebada o el trigo.
“Ha sido una lotería y una pérdida de dinero, porque como no llovía tampoco crecían”, señala este agricultor. Solo en el Alt Empordà, la Generalitat ha destinado hasta tres millones de euros en ayudas al sector, la mitad de los seis millones que se han empleado en toda Catalunya debido a la sequía.
Quintana pone como ejemplo su explotación, de 55 hectáreas de terreno y unas 70 vacas lecheras. “En años de normalidad, la cosecha de maíz me da para alimentar al ganado y me sobra más o menos un tercio para vender, pero durante la sequía, con los cultivos de invierno no me ha alcanzado para mis vacas, y he tenido que comprar pienso”, explica.
Quienes lo han pasado peor, añade Quintana, son los ganaderos que han visto como se secaban sus pozos. “Algunos de estos se han llegado a plantear cerrar sus explotaciones, porque si te quedas sin agua ya no puedes ni dar de beber a las vacas”, explica. En su caso, uno de sus dos pozos se secó y en el otro estuvo a punto. Pero tras las lluvias se han vuelto a llenar.
El río Muga, del que depende el embalse de Darnius-Boadella, a su paso por Vilanova de la Muga (Alt Empordà, Girona)
Habrá riego, pero no el de siempre
Como vicepresidente de la comunidad de regantes del margen derecho de la Muga, Quintana acudió el 4 de abril a la sede de la Agencia Catalana de l’Aigua (ACA), en Barcelona, para la reunión de la comisión de desembalse. Allí acordaron el volumen que de agua del embalse de Darnius que podrán emplear para el riego este verano, y que de momento se ha dejado entre 4 y 5 hm3, por debajo de los 8 hm3 que tienen de concesión.
Es suficiente agua para regar maíz y alfalfa, pero la mayoría no podrán hacerlo, dice Quintana. El problema es que los cultivos de invierno se cosechan en junio, lo que no da tiempo para sembrar estos cultivos. “En algún que otro campo podré plantar maíz, pero en general no, así que es posible que no gastemos todo el agua que se nos ha concedido y lo guardemos para la campaña que viene”, dice.
Las lluvias de marzo han disipado los peores temores a corto plazo no solo para los payeses, sino para toda la comarca, pero no han despejado las dudas sobre el abastecimiento de agua en el futuro. “El cauce de la Muga tiene el inconveniente y el reto de que se debe valer por sí misma a nivel de recursos hídricos, no está conectada con otras redes como la del Ter y el Llobregat, que se pueden complementar”, señala David Pavón, profesor de Geografía de la Universitat de Girona (UdG) y buen conocedor de la zona.
“No podemos depender tanto del pantano”, reconoce Quintana, en una afirmación que es habitual no solo entre agricultores, sino también en políticos o ecologistas. Existe el consenso de que el embalse se ha quedado pequeño para dar de beber a los campos, a la población y al creciente turismo de la costa, con poblaciones como Roses o Castelló d’Empúries que multiplican por cinco sus habitantes en julio y agosto.
Por lo pronto, la Generalitat ha puesto en marcha varias actuaciones para ganar recursos hídricos. Se están construyendo por vía de emergencia cinco pozos en la localidad de Peralada y se acaba de licitar el proyecto para una estación de regeneración de agua en la depuradora de Figueres, que en 2027 debería estar lista para aportar 100 litros por segundo al sistema de abastecimiento.
Con todo, la gran novedad será la desaladora que anunció Salvador Illa en una de sus primeras comparecencias como president. Aunque no se han llevado a cabo los estudios técnicos, ni se conoce su ubicación exacta, la intención del Govern es que esté en marcha en 2032 y que aporte 15 hm3 al año.
Sin embargo, las entidades ecologistas de la zona advierten de que ampliar infraestructuras no es suficiente, sino que hay que atacar un modelo económico que gasta demasiada agua debido al riego por inundación agrícola o al consumo turístico. Además, ahora la Generalitat tiene sobre la mesa la demanda de conectar el pantano con otro gran consumidor: el polígono logístico Logis Empordà, que alberga el nuevo macro almacén de Amazon en Catalunya.
“Debemos adaptarnos al agua que tenemos, y es importante hacerlo sin perder a ningún payés más”, señalan desde la entidad ecologista IAEDEN. “No podemos seguir teniendo un modelo agrícola extremadamente dependiente la industria cárnica intensiva”, señalan –en referencia a que la mayoría del grano que se cosecha se destina a las granjas–, “y de unos cultivos que necesitan una elevada cantidad de agua de la que en el pasado se podía disponer, pero en el contexto actual ya no será posible”, añaden en un comunicado.