«Tengo 30 años y la presión por buscar pareja es cada vez mayor, ¿cómo abrazar la soltería sin vergüenza?»

‘Está bien sentir’ es un espacio de conversación con la poeta y escritora Sara Torres (‘La seducción’, Reservoir Books). Envíanos tus reflexiones y preguntas, tus deseos de indagar sobre una realidad, un vínculo, un placer o un duelo

Consultorio – “Qué pasa con las parejas que dejan de tener sexo, ¿hay algo que no funciona?”

Tengo 30, estoy feliz y me siento plena. Sin embargo, la presión de buscar pareja cada vez es mayor. El amor romántico no es una inquietud para mí y me hace sentir un poco fracaso. ¿Cómo abrazar la soltería sin vergüenza ni vértigo?

Clara
lectora de elDiario.es

La primera frase señala un lugar afortunado (“estoy feliz y me siento plena”), localizado en una edad a la que el orden social atribuye unas exigencias determinadas, los 30. Frente a la plenitud de una vida que parece haber encontrado un modo de sostenerse con alegría, está la sombra de una exigencia del guion que actúa con suerte de maleficio: “no existe realización verdadera si no es a través de la pareja y la familia” nos contaron desde niñas, y no necesariamente a la fuerza, sino que también nos lo contaron sutilmente, con indirectas, alegorías, y a través de la estratégica ocultación del gozo en otros modos de vida.

La mujer que alimentaba a las palomas, la que vivía con sus perros y sus gatos, la tía soltera a la que veíamos salir cada tarde al café con las amigas. Todas eran espléndidas, pero nos enseñaron a sospechar de su alegría, aunque fuese evidente a nuestros ojos. Son misteriosas las maneras en las que nuestra niñez va asimilando la norma de género, esa que atribuye a las mujeres una falta definitiva, invisible. Ellas, cuya felicidad no era socialmente creíble, ocupaban el tiempo de su vida con una agenda excéntrica: repartían la abundancia de su afecto más allá del cuidado del matrimonio y los hijos. A las niñas nos despertaban curiosidad, eran, entre todos los ejemplos de vida adulta, el referente prohibido. Los hombres de la familia se referían a ellas con mofa, las mujeres con un silencio incómodo. De mayor quiero ser la mujer de las palomas mamá, de mayor quiero ser la tía soltera.

La mujer que alimentaba a las palomas, la que vivía con sus perros y sus gatos, la tía soltera a la que veíamos salir cada tarde al café con las amigas. Todas eran espléndidas, pero nos enseñaron a sospechar de su alegría, aunque fuese evidente a nuestros ojos

La vida afectiva se hace con lxs otrxs, eso lo sabemos, a ciegas buscamos el encuentro para existir en un movimiento de intercambio que nos relaja el peso de la identidad. La idea de pareja, como fórmula disponible de la imaginación social, es una síntesis convencional, un signo fácil que aparece en la mente como respuesta al anhelo de contacto. Así nos enseñaron, de modo que, como signo, la idea de pareja acude veloz cada vez que el cuerpo teme la soledad y desea amar. 

¿Qué ocurriría si en lugar de mirar hacia el dos como “destino natural” o “destino social”, lo contemplásemos como accidente? Algo que no tiene por qué darse en la vida, que no es deseable a priori, sino que a veces sucede a pesar de nuestras preferencias. La pareja sería, no un modelo relacional aspiracional, ni un lugar común en nuestra imaginación afectiva, sino una forma, una posibilidad de recoger el amor erótico cuando se obceca en perseverar.

¿Qué ocurriría si en lugar de mirar hacia el dos como “destino natural” o “destino social”, lo contemplásemos como accidente?

La pareja entonces aparecería cuando el deseo persevera, insiste concentrando la atención del ser en una otra cuya particularidad nos conecta con el todo. Si la pareja no es una fórmula de felicidad prescrita, aparece como un modo de responder al misterio del deseo que hace que dos se mantengan unidas. Aquello que permite que encontremos, en la belleza de la amante, la ocasión para conocer una verdad más allá de ella, más allá del dos.

La plenitud y la alegría nos dan la experiencia de vivir en un estado de fluidez, y ambos son afectos que, aunque se puedan extender en el tiempo, no dejan de tener algo de excepcionales. Apostar al número dos la esperanza de una vida plena es un propósito difícil, violento si impostado, pues para vivir bien en el amor romántico hace falta ser una creyente o una enamorada. Hace falta una especialización de la paciencia, de las prácticas del cuidado, hace falta cierta renuncia a los celos, al miedo paralizante a la pérdida. No es fácil eso de ser feliz en pareja, aunque a veces vivir de este modo sea, de algún modo fiero y hermoso, inevitable.

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