Masculinidades heridas de 1911: cuando una escritora cuestionó la virilidad de los estudiantes y la universidad hizo huelga

Rosario de Acuña, librepensadora, masona, republicana y feminista, salió al quite del abuso que unos estudiantes profirieron a otras alumnas en la Universidad Central de Madrid. Ironizar con su virilidad no les sentó muy bien

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Mucho se ha hablado últimamente de las masculinidades heridas como trasfondo de actitudes machistas y de extrema derecha. Pero casi nada es nuevo. Es un movimiento reactivo que resuena en otros momentos de avance de derechos de la mujer, como el que vamos a recordar hoy. Nada menos que una huelga nacional de estudiantes universitarios motivada por el artículo en prensa de la escritora republicana Rosario Acuña, que se vio obligada a escapar al exilio para no acabar en la cárcel.

Para conocer más sobre la vida de Rosario de Acuña en general y de este increíble episodio que hoy contamos, en particular, recomendamos escuchar esta conferencia de Inés Alberdi para el Instituto Cervantes o visitar esta página web dedicada a su figura, donde están reunidos el citado artículo La jarca universitaria y el resto de referencias de la época. De ellos se nutre, principalmente, este artículo.

Todo comenzó el 14 de octubre de 1911, cuando El Heraldo de Madrid sacó una nota titulada ¡Por el honor de la universidad! en donde se narraba un episodio de acoso continuado a un grupo de chicas que habían entrado a estudiar literatura en la Universidad Central, situada en la calle de San Bernardo. Algunas de las alumnas eran extranjeras (alemanas, francesas y de Estados Unidos) y dos españolas. Según el relato del periodista, los estudiantes las profirieron groserías en clase y a algunas de ellas las siguieron, las rodearon y las hicieron llorar. A pesar de estar en una calle principal y muy transitada, nadie intervino hasta que un carretero paró y entró a pescozones en el círculo para defenderlas.

Es obvio leyendo la misiva a propósito del caso que Acuña envió al periódico parisino (en lengua española) El internacional, que la autora fue a tocar en lo más íntimo de las gónadas de la sensibilidad machista de la época. Utilizó, en sus propias palabras, “un lenguaje viril”, o lo que es lo mismo, usó la caricatura para ponerse a la altura de las personas criticadas y dejarlas en evidencia. Probablemente, escrito un siglo después no habría caído Acuña en el lenguaje homófobo al que hoy remite el texto. Se buscaba dar donde más dolía.

En La jarca universitaria, la escritora utiliza la versión más rabiosa de su pluma afilada para poner en duda la “hombría” de los estudiantes: “La mayoría son engendros de un par de sayas (la de la mujer y la del cura o el fraile) y de unos solos calzones (los del marido o querido), resultan con dos partes de hembra o, por lo menos, hermafroditas, por eso casi todos hacen a pluma y a pelo. Tienen, en su organismo, tales partes de feminidad, pero de feminidad al natural, de hembra bestia, que sienten los mismos celos de las perras, las monas, las burras y las cerdas, y ¡hay que ver cuando estas apreciables hembras se enzarzan a mordiscos; las peloteras suyas son feroces…!”

Ironiza la poeta con el desastre que supone para el hombre el avance social de la mujer: “¿Qué les quedaría que hacer a aquellas pobres chicas… digo, pobres chicos…, si las mujeres van a las cátedras, a las academias, a los ateneos, y llegan a saber otra cosa que limpiar los orinales, restregarse contra los clérigos y hacer a sus consortes cabrones y ladrones, para lucir ellas las zarandajas de las modas…?”

E insistía: “No, no; los destinos hay que separarlos: los hombres a los doctorados, a los tribunales, a las cátedras, a las timbas y a las mancebías de machos, a ser unas veces ellas y otras veces ellos; las mujeres a la parroquia o al locutorio, a comerse o amasar el pan de san Antonio; y luego, las de la clase media, a soltar el gorro y la escarcela, a ponerse el mandil de tela de colchón y a aliñar las alubias de la cena, a echar culeras a los calzoncillos o a curarse las llagas impuestas por la sanidad marital; si son de la clase alta, a cambiarle, semanalmente, de cuernos al marido, unas veces con los lacayos y otras con los obispos…Éste, éste es el camino verdaderamente derechito y ejemplar de las mujeres”.

Rosario de Acuña militaba en los intereses de la clase trabajadora y también en la carta elogiaba al hombre proletario –recuérdese que fue un carretero quien puso firme a los escolares–, “¡Júntense todos cuantos carreteros sean precisos para secundar al carretero apaleador de estudiantes, y lluevan palos sobre esos hijos espurios, amamantados en los hogares de la clase burguesa española, todos ellos convertidos en beaterios, alcahuetes de vicios y crápulas…!”, decía.

La carta fue reproducida en el periódico catalán El Progreso y, de repente, se convirtió en el centro de la ira estudiantil y el foco de las huelgas que tuvieron lugar entre finales de noviembre y principios de diciembre de 1911. Lo primeros en salir a manifestarse fueron los estudiantes catalanes, con encontronazos con la Guardia Civil que terminaron con dos heridos y varios detenidos. Siguieron muchas otras capitales de provincia.


Manifestación estudiantil en Barcelona

El orador en un mitin de estudiantes en Barcelona comenzaba explicando los actos que habían originado la huelga y reseñando detalladamente el origen del conflicto por la publicación del artículo de Rosario de Acuña y las peticiones de la comisión organizadora de la huelga, que incluían “conseguir satisfacciones” de El Progreso por publicar el texto injurioso, conversaciones con el gobernador de Barcelona por los detenidos durante la huelga y la exigencia de que se procesara a la escritora. La polémica se coció entre la muchedumbre de una Asamblea escolar que se celebraba aquellos días en Madrid y, sin duda, se mezcló con otros asuntos más exclusivos del gremio también.

Rosario de Acuña, que probablemente no esperaba semejante reacción, salió secretamente de España con su pareja. Y menos mal, porque la Guardia Civil fue a buscarla a su casa de El Cervigón (Gijón) y pese a su ausencia resultó procesada por el contenido de la carta: le costó dos años de exilio en Portugal, que terminaron cuando pudo beneficiarse de un indulto general proclamado en 1913 con motivo del cumpleaños del rey.

En opinión de la investigadora Inés Alberdi, el machismo de la época queda subrayado en el fiel de la balanza a la hora de juzgar las salidas bruscas de los intelectuales hombres –que casi dan lustre y carácter– y las de una mujer que, por mucho que hubiera tenido éxito profesional, había recibido críticas elogiosas por su poesía que referían que “parecía la de un hombre”. Un buen ejemplo de esta asimetría es la carta un tal Ernesto Homs, estudiante de Derecho, publicada también en El Progreso. En ella se tilda a Acuña de “proxeneta roja, engendro sáfico, histérica, alcohólica, cretina, degenerada, hiena de putrefacciones, harpía laica” o “chantajista de sufragio universal”.

La simpatía de Rosario de Acuña por los universitarios, en principio, no debía haber estado en duda. Se acercó a las protestas estudiantiles por la campaña contra un discurso supuestamente herético del catedrático Miguel Morayta en la ceremonia de inauguración del curso 1884-85. Los estudiantes montarán una sociedad llamada Ateneo Familiar, de la que la escritora sería presidenta de honor, y es en este ambiente en el que conoció al joven Carlos Lamo, que sería su pareja hasta el final de sus días (ella contaba 38 años y él solo 20, lo que no era habitual en la época, como no lo era tampoco que ella se hubiera separado previamente de su marido).

Fue también en esos años cuando Acuña se había metido de lleno en el librepensamiento, que tenía su órgano de expresión informal en Las dominicales del librepensamiento, donde sacaría a relucir su faceta periodística de perfil más social.

Sin embargo, la madrileña sintió poco apoyo de sus correligionarios republicanos y librepensadores cuando le cayó encima el peso de la opinión pública y la ley. Cabe destacar, acaso, el artículo que escribió el impresor Tomás Rey en El Socialista. Rey regentaba la Imprenta Popular en la Plaza del Dos de Mayo donde, además de papeles de la cercana Universidad Central, fabricaba y vendía hojas de ideas avanzadas. A saber, la biblioteca de novelas de El Motín, al primer Julio Verne, a Pi y Margall, Fernández de los Ríos, el semanario La Anarquía, al bohemio Alejandro Sawa o la colección de cantes flamencos de Antonio Machado y Álvarez de Demófilo.

El impresor comienza reprobando (aparentemente) a la escritora: “¡No, Sra. D.ª Rosario de Acuña y Villanueva; no, no y mil veces no! Su artículo sobre los estudiantes, que tanto ruido, que tanta polvareda ha levantado, no tiene disculpa, y ni aun merece indulgencia”. Mas luego el lector comprueba que se alinea con la trayectoria de la escritora y carga contra los señoritos que pretenden seguir detentando el monopolio de la educación universitaria. Y citaba las siguientes palabras del Ministro de Instrucción sobre los estudiantes en huelga porque, claramente, se dejan solas en evidencia:

“La conducta observada por los estudiantes en este conflicto me ha dejado satisfecho; pues la cordura y sensatez con que se han conducido en todos sus actos demuestran una vez más que sólo a elementos extraños a ellos puede imputárseles el afán de interrumpir la normalidad académica”.

Rosario de Acuña, que había nacido rica y había triunfado como dramaturga y periodista, acabó sus días militando en la vida modesta y abrazando todas las causas obreras del momento. Como también el feminismo, el anticlericanismo o el republicanismo. La fuerza de su figura histórica y de su obra queda perfectamente ejemplificada en el episodio que hoy hemos traído a colación. ¡Cómo se pusieron los estudiantes sólo por unas líneas!

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