El eslogan turístico de la isla (en inglés, ‘el paraíso mediterráneo’), poco tiene que ver con su situación humanitaria: en lo que va de 2025, 681 personas han llegado desde Argelia, ocho han muerto y otras muchas más han desaparecido o no son identificables. Sus rostros están a menudo desfigurados o no hay ADN para cotejar
Se llamaba Aissatou y tenía cuatro años: el adiós de una madre a su hija fallecida en el cayuco volcado en El Hierro
Dos herramientas trabajan al compás en el Cementeri Nou de Sant Francesc, Formentera. Arriba, escribe un rotulador de punta gruesa, para documentar, en letras mayúsculas. La tinta azul suena mientras empapa una capa de pintura blanca, recién secada. Abajo, dispara la cámara, para documentar lo documentado, en megas de memoria. Clic, clic, clic. Son Pepín Escandell, enterrador, y Javi Parejo, fotógrafo. El trabajo de uno –enterrar cadáveres– aparece en el trabajo del otro –el documentalismo social– por un motivo crudo, profundo, incómodo. Mediterráneo.
Con los dos que se acaban de sellar, en el cementerio más grande de Formentera ya hay ocho nichos con diferentes fechas. La mayoría son del invierno (7-1-2025, 12-1-2025, 15-1-2025, 2-2-2025, 11-3-2025), pero las últimas tumbas son recientes (31-5-2025 y 2-6-2025). Los meses cambian, el año se mantiene, igual que la inscripción: “MUERTO EN EL MAR. NO IDENTIFICADO”.
El origen de los muertos también es idéntico. ¿Quiénes fueron? Migrantes que no completaron la travesía entre Argelia y las Illes Balears. En lo que va de año, se han rescatado una treintena de cuerpos. El año pasado, según una estimación de la ONG Caminando Fronteras, fueron 500 las personas que murieron atravesando el Mediterráneo. Cinco veces más víctimas que en el Estrecho de Gibraltar.
Pepín Escandell, el enterrador de Formentera, prepara un nicho antes de pintarlo de blanco y escribir las palabras MUERTO EN EL MAR. NO IDENTIFICADO.
Parte del trabajo de Javi Parejo para documentar la crisis humanitaria de los migrantes es fotografiar el trabajo del enterrador de su isla.
Aunque unas barcas pasen de largo –y toquen tierra o sean interceptadas al este de Eivissa o en el sur de Mallorca– otras conseguirán lo que buscaban. La geografía habla. Partiendo desde Argelia, llegar a Formentera es el camino más corto. Está a 250 kilómetros, por los casi 400 a los que queda Cabrera. En lo que llevamos de año, el 30 por ciento (681 personas) de los migrantes (2.220 en total) han desembarcado en la isla más pequeña (8 km²), la menos poblada (11.000 habitantes) y la que cuenta con un presupuesto público más bajo de la comunidad autónoma. A la vez, la isla donde el problema humanitario más crece (la llegada de migrantes ha aumentado en un 70% respecto al 2024) y la que Madrid tiene más abandonada. Formentera es la Lampedusa balear: la presencia estable del Estado se reduce prácticamente a la gran bandera rojigualda que ondea tras la valla de un cuartelillo de la Guardia Civil, tierra adentro. Solo hay una lancha para vigilar el litoral formenterense. Está amarrada en el puerto de Eivissa.
Desde Argelia, llegar a Formentera es el camino más corto. El 30% de los 2.220 migrantes que han desembarcado en Balears lo han hecho en la isla más pequeña, menos poblada y más desatendida por el Estado
Coincidiendo con la aparición de los dos últimos muertos sin nombre –los que sepultó el enterrador Escandell, los que documentó el fotógrafo Parejo–, el Consell Insular pidió ayuda por escrito a la Delegación del Gobierno. El texto que recibieron a escasos metros de la Catedral de Mallorca, en el Carrer Constitució de Palma, donde está la sede de este tentáculo territorial de Moncloa que no tiene una sucursal específica en Formentera (la dirección insular, como la lancha de la Guardia Civil, también es a compartir con los ibicencos), más que un mensaje oficial era un SOS: “No podemos normalizar la muerte. Este drama no es puntual, es un síntoma del abandono del Estado en materia migratoria. Necesitamos una respuesta estructurada y con recursos reales”. Para este reportaje, el gobierno formenterense no ha querido hacer declaraciones.
Fuentes de la Delegación del Gobierno consideran, en cambio, que la Administración estatal ejerce “sus responsabilidades”, “destina recursos” y “coordina instituciones”. Subrayan, además, que el Govern que preside Marga Prohens cuenta este año con una financiación “récord” “que superará los 4.000 millones de euros”. Y que “la competencia sobre menores no acompañados es de la Comunidad Autónoma y está cedida a los consells insulars”. A lo largo de los últimos meses, el de Formentera ha amagado con renunciar a esa competencia. Dice un informe jurídico de la institución que los sobrecostes conducirán al Consell a la quiebra si, desde Palma, no llega dinero extra y no se abonan pagos pendientes.
Algunas pateras parecen flotar en un mar invisible, como si fueran barcos abandonados en el Aral postsoviético.
Orden de servicios funerarios para enterrar al último cuerpo rescatado del mar en Formentera.
Trabajo esclavo para subir a una patera
Todo empieza en las calas que rodean Tipaza. Desde este puerto pesquero zarpan muchas de las pateras. Está situado a 70 kilómetros al oeste de Argel y se ha convertido en el centro de operaciones de unas redes mafiosas que actúan con aparente impunidad. Embarcan a sus víctimas tras cobrarles cantidades desorbitadas (4.000, 5.000, 6.000 euros) o haberles exigido trabajar de forma esclava durante un tiempo. El fotógrafo Javi Parejo ha podido documentar casos de profesionales (un fontanero, por ejemplo) que curraron meses sin recibir un dinar para pagarse un viaje muy peligroso.
La travesía empieza en el puerto de Tipaza, donde las mafias embarcan a sus víctimas tras cobrarles cantidades desorbitadas (4.000, 5.000, 6.000 euros) o haberles exigido trabajar de forma esclava durante un tiempo
La proa apunta a una de las fronteras exteriores menos vigiladas de la Unión Europea. Las pateras suelen navegar de dos en dos para que, al ver la costa a lo lejos, los migrantes se concentren en una y los patrones huyan con la otra. El sobrepeso hace aumentar el riesgo de zozobrar. Ser sorprendidos por la Guardia Civil o Salvamento Marítimo, todavía en el mar, implica sobrevivir. Tocar tierra y entregarse a las autoridades, también. Otras barcas no tienen tanta suerte; se van a pique, se pierden en el fondo del mar.
El último naufragio que se conoce es el de una patera, probablemente, de menos de siete metros. Salió de Tipaza el 27 de mayo. Un motor de 75 centímetros cúbicos mantuvo a flote el peso de unas dieciocho personas durante un tiempo indeterminado. A veces, la travesía dura un día, a veces son dos, incluso, tres. Si pasan más horas suele haber malas noticias. Cuando las hay, suele recibirlas Francisco Clemente. Almeriense, hace cinco años creó una cuenta de Twitter, Héroes del Mar, donde reporta rescates y hundimientos. Su perfil es una lectura de los efectos y afectos de la migración y, sobre todo, el enlace entre las familias que tratan de buscar y los barcos naranjas y verdes que tratan de encontrar. El activista, que es delegado del Centro Internacional Para la Identificación de Migrantes Desaparecidos, tiene información de primera mano sobre los sucesos más recientes relacionados con Formentera:
–Todos eran argelinos. A bordo iban una mujer y una niña.
–¿Has podido hablar con las familias?
–Sí, no creen que estén muertos. Ya están con los rollos de que la Policía española los tiene metidos en prisión. Sólo una familia fue a realizar las pruebas de ADN en Ibiza.
Los nichos con los cadáveres no identificados están en un extremo del cementerio de Sant Francesc.
Javi Parejo lleva varios años documentando el drama social de la migración en su propia isla, Formentera.
De momento, se han localizado nueve cuerpos en las Illes Balears desde finales de mayo. Dos –los que sepultó el enterrador Escandell, los que documentó el fotógrafo Parejo–, en Formentera. Los rostros están a menudo desfigurados. Sin ADN será difícil ponerles nombre. Eso ocurrió con una chica a la que se pudo repatriar el 6 de marzo de 2023. La hallaron con la documentación enganchada al cuerpo y su familia la reclamó. La excepción que confirma la regla de un desastre humanitario.
A veces, la travesía dura un día, a veces son dos, incluso, tres. Las pateras suelen navegar de dos en dos para que, al ver la costa a lo lejos, los migrantes se concentren en una y los patrones huyan con la otra. El sobrepeso hace aumentar el riesgo de zozobrar
David Setbetes camina descalzo sobre la posidonia amontonada en la orilla de es Mal Pas, el dique natural que protege la arena de los temporales. También, la maraña marronácea en la que se han quedado varados varios bidones de plástico. “Son de las barcas de la migración: voy a recogerlas, así al menos no contaminan”, dice. Luego agarra una garrafa de unos ocho litros con una mano y, antes de dirigirse, hacia otra que está semienterrada, a unas decenas de metros, dice: “Si Formentera repartiera un buen puñado de votos, este tema interesaría a los políticos y, aunque no se puede resolver, al menos habría recursos. Por desgracia, no es así”. La frase suena a sentencia y la pronuncia desde uno de los lugares de esta cadena de hechos: el penúltimo cadáver flotó hasta esta playa el 31 de mayo.
Setbetes lleva casi una década viviendo en Formentera después de haber vivido otra en Eivissa. Catalán y periodista en el sentido más amplio: ha hecho prensa y radio diarias, televisión –su oficio actual, operador de cámara– y, sobre todo, escribe. Muy bien. Desde esos papeles tan diferentes, Setbetes ha visto de cerca todos los capítulos de la serie migratoria con un arco argumental que apunta siempre en la misma dirección: cada año hay más migrantes que necesitan asistencia (un puñado de pateras arribaban en 2017, decenas que se cuentan en el primer semestre de 2025). El tema, por tanto, ocupa a Setbetes y, aunque en realidad ha salido de casa para pegarse un baño de mar el domingo por la mañana, es imposible dejar al periodista en casa. Esos bidones dialogan con el último texto que ha publicado en el digital pitiuso Noudiari. Se trata de un relato que tampoco está tan lejos del artículo de opinión. Empieza jugando con la realidad –“Claro, cuando eran cuatro chavales no pasaba nada; se les empaquetaba a algún centro de acogida de Mallorca o Ibiza y el Consell pagaba y callaba”– y termina deslizándose hacia la ucronía.
Lo que escribe Setbetes es ficticio. La gracia es que no suena imposible que llegue a ser alguna vez. Humor negro: el cuento se cierra en una cárcel para extranjeros alzada sobre las instalaciones del campo de concentración franquista que se llenó de prisioneros republicanos a principios de los cuarenta, cuando la isla sirvió de base para los hidroaviones italianos y alemanes que participaron en la II Guerra Mundial. Para que no dañen a la vista, y al negocio, Setbetes imagina los muros de hormigón que tapan la vergüenza tapizados con fotos de aguas turquesas y arenales cristalinos. Y un eslogan que limita sospechosamente con los que usa en ferias y convenciones el departamento turístico del Consell Insular: Visit Formentera, the Mediterranean paradise.
En la Platja de Llevant han aparecido varios de los cuerpos que devolvió el mar.
Una montaña de pateras
El vertedero de Formentera es una explanada con un montón de coches apilados –una pirámide amorfa– al fondo y cinco, diez, veinte, cuarenta, ochenta embarcaciones en primer plano y en dique seco. Un paisaje distópico. Listo para rodar una escena de la saga Mad Max ambientada en el Mar de Aral. Hay pateras propiamente dichas (barcas cortas y con poca quilla, casi planas), pero también zodiacs desinfladas, lanchas con camarote, motores con las tripas abiertas, simples bañeras de plástico y, como ocurre en aquella masa de agua salada que desecó la ingeniería soviética en las estepas de Asia Central, pesqueros. Son dos, están desvencijados, pero, en uno de los cascos, unas guías de madera y unos barriles de metal evitan que la gravedad lo tumbe hacia un costado. Erguido, parece flotar sobre aguas invisibles. Un día lo hizo: su último viaje no fue para faenar. Transportó migrantes, lo lleva escrito. Como el resto de la flota, está marcados con spray. Un número y unas iniciales, obvias: SM, GC. Los marcaron al interceptarlos o cuando tocaron tierra. De serie, ya poseían la inscripción que se repite en muchas barcas. Son dos palabras escritas en árabe: Mashalla Alhamdulleah, gracias a Dios. Una expresión fácil de leer en tantos países de mayoría musulmana; en la carrocería de coches y motos, en las puertas de viviendas y comercios.
En muchas barcas se repiten dos palabras escritas en árabe: Mashalla Alhamdulleah, gracias a Dios
Aún quedan barcas por llegar. Siguen varadas en varios puntos de la costa de Formentera, con el riesgo ambiental que supone. Harán crecer este cementerio náutico, seguirán completando el archivo del fenómeno migratorio que ya es. De momento. Porque algún día esta memoria pasará a ser astillas. Bastará que se apruebe la partida presupuestaria necesaria, se firmen las órdenes correspondientes y varias máquinas se desplieguen por la explanada para hacer su trabajo. Quizás alguna la maneje un operario venido del otro lado del mar, una persona –seguramente, varón– que realice un trabajo que los europeos no quieren hacer; quizás, por sus precarias condiciones. Como el empleado, un joven de piel negra y chaleco reflectante, que detiene su Renault Clio del 2000 y señala a lo lejos cuando se le pregunta por la dirección del vertedero donde se gana la vida: “Es hacia allí”. Allí es el final de un camino rural, la zona más seca y despoblada de la isla. Allí es un lugar lejos de todas las miradas, un escondite. Lo que queda debajo de la alfombra.
El cementerio náutico está en una de las zonas más recónditas de Formentera, lejos de todas las miradas.
‘Gracias a Dios’, puede leerse en muchas de las pateras amontonadas en el vertedero de la isla.
La ruta migratoria crea rifirrafe político
La tragedia, no obstante, es visible. Así lo subrayaron el periodista Txema Santana (asesor del Ejecutivo canario), Louelia Mint (abogada especializada en extranjería) u Òscar Camps (fundador y director de Open Arms) al visitar las Illes Balears durante los últimos meses. Tres expertos que indicaron la necesidad de destinar más recursos públicos para paliar la crisis humanitaria que está sucediendo en Formentera y el resto del archipiélago. El Gabinete de Ministros progresistas que preside el socialista Pedro Sánchez, sin embargo, se niega a reconocer como “consolidada” una travesía que en los últimos seis años y medio han emprendido, al menos, 14.600 personas. Los migrantes muertos no constan en el registro oficial de llegadas, los desaparecidos no pueden constar. En febrero, el PP impulsó una votación en el Parlament balear que buscaba presionar al Gobierno a dar ese paso. Como la izquierda votó en contra y Vox era necesario, aquella Proposición no de ley contuvo trazas de xenofobia: la expulsión inmediata de “todos los inmigrantes ilegales que se introduzcan en el territorio español de forma ilegal”, con la coletilla “siempre en cumplimiento de la ley de extranjería”.
El Gobierno central se niega a reconocer como «consolidada» una travesía que en los últimos seis años y medio han emprendido, al menos, 14.600 personas
Aunque en cuestiones de fondo pueda haber una cierta entente, el rifirrafe político creado por la situación de Formentera es palpable. Lo confirman tres teléfonos ibicencos que se descuelgan en Madrid: el de la diputada Milena García Herrera –PSOE– y los de los senadores Miquel Jerez Tur –PP, por designación autonómica– y Juanjo Ferrer Martínez, independiente –a propuesta de los socialistas y los partidos de izquierdas– y electo en las urnas por la circunscripción conjunta de las Pitiüses, que sólo cuentan con un escaño en la Cámara Alta.
“Quiero ser generoso y pensar que el Gobierno es consciente de la gravedad”, explica Ferrer, “pero las decisiones que se toman dentro de la M-30 desconocen las peculiaridades de las islas”. Continúa el senador progresista: “Hay que intentar dotar de más dispositivos porque en Mallorca, como tienen la central de Salvamento Marítimo y lanchas de la Guardia Civil, interceptan a las embarcaciones en el mar; en cambio, la lancha que está en Eivissa tiene un tiempo de respuesta de una hora y media, dos horas para llegar al sur de Formentera. El Gobierno tendría que aumentar los recursos a nivel humanitario y asistencial. El discurso de la derecha de que este asunto se puede acabar con una barrera de barcos de guerra es un relato populista. Si vemos que el Estado no ayuda, tendremos que hacer un llamamiento a las ONG que están trabajando en otros lugares del Mediterráneo para que vengan a ayudar a esta gente”.
García Herrera concede que faltan medios (“Si no se hace un esfuerzo presupuestario en instalaciones… mientras eso no sea una prioridad de gobierno es imposible atenderlos de manera correcta. Parece que da miedo decir que necesitamos otro centro de menores, y es así”), pero se pregunta si el PP estaría a favor, por ejemplo, de asumir “una serie de infraestructuras en tierra”, como un centro de internamiento de extranjeros: “Están siendo muy hipócritas: en reuniones oficiales me han llegado a decir que les preocupaba la afectación turística que iban a tener estas imágenes [como la fotografía, tomada por Javi Parejo, de un cadáver aparecido en la Platja de Llevant de Formentera el pasado 6 de marzo, que ilustra este reportaje]. En Formentera quieren renunciar a las competencias de menores y se han negado al reparto propuesto por el Gobierno. Tienen miedo de que Vox les capitalice este discurso. Para Balears, si las cifras de llegada de migrantes se consolidan, sería positivo porque se enviarían menores a otros lugares para optimizar los recursos. Esos niños que se están criando en España no se van a ir, hay que integrarlos desde ya”.
Las barcas llevan inscritas las siglas SM o GC en función de quien los rescató en el mar.
Lanchas, pesqueros o simples bañeras, todo vale para hacer negocio con la migración.
Jerez, el senador popular, es contundente en su respuesta: “La imagen de ese cadáver que apareció en la playa no se tendría que haber producido nunca, pero tendría que haber agitado las conciencias de todas las personas que tienen responsabilidad política para gestionar este drama. Estamos normalizando una tragedia, que miles de personas se jueguen la vida por culpa de unas mafias totalmente establecidas. El Gobierno no quiere reconocer que se trata de una ruta organizada. ¿Por qué? Para no asumir que han fracasado en el control de fronteras. Las islas necesitan espacios para que se pueda atender a estas personas. Bruselas y Frontex deberían intervenir”.
–¿Y estaría el PP a favor de que se construyeran más centros de menores, senador? Esa competencia es autonómica.
–Nosotros queremos otra política migratoria, de acuerdos bilaterales con los países de origen para que se pueda organizar una migración controlada y sin riesgos. Se ha dejado totalmente a los consells insulars a la deriva. Las quejas que llegan de Formentera están totalmente justificadas. La institución se va a quedar en bancarrota si sigue asumiendo esos costes.
La playa donde apareció el primer cadáver de 2025 es una fiesta
La voz de Julio Iglesias viste de techno. (Mmmm) De tanto correr por la vida sin freno / Me olvidé que la vida se vive un momento. De la versión de este clásico que grabó el cantante melódico español más exitoso de todos los tiempos ha desaparecido el punteo de la guitarra, cuasi country. Una base electrónica toma el mando y, subidos al beat, cientos de voces corean el estribillo con pasión: De tanto querer ser en todo el primero / Me olvidé de vivir / Los detalles pequeños. Saben que la fiesta va a acabar porque el sol del viernes está a punto de ponerse.
La playa está llena de camisas claras y vestidos vaporosos. Hay conversaciones en castellano, en inglés, algo en portugués, francés o italiano, sobre todo en catalán de la part alta de Barcelona. Hay selfis al contraluz del atardecer. Individuales, por parejas o en grupo; de pie, o sentados en un banco que promete un verano lleno de besos. Hay euforia. En los brazos, el escote, el cuello, brillan unas calcomanías plateadas en forma de B. El logo de un negocio que desmiente un cliché sostenido por algunos empresarios (con pasado político): en Formentera hay marcha porque, de facto, existen discotecas. Lo que ocurre es que no cierran demasiado tarde. A los tres amigos que salen del local, sin embargo, se les ha hecho de noche. Se llevan siete, ocho centímetros entre ellos: si fueran hermanos y compartieran facciones, parecerían los Dalton.
Unas turistas se hacen fotos durante la puesta de sol tras salir de la fiesta de un chiringuito situado en una playa donde apareció un cadáver el pasado enero.
Los mismos arenales donde desembarcan los migrantes sirven para embarcar a los turistas que visitan Formentera en yate o velero.
Sin mediar palabra, el espigado intenta besar a una chica con sombrero de cowboy: cobra y ligera bronca de este grupo de chicas venidas de Londres. “So rude!” El que no es ni alto ni bajo ejerce de responsable. También ha bebido, pero se siente en la obligación de pastorear al más alto sin descuidar al que roza el metro setenta. Camina dando tumbos, la camisa de rayas abierta, los muslos apretados en un bañador rosa y un neceser, de futbolista, marrón balanceándose en una mano. Una visera de color rojo deja semioculta la mirada, turbia. Pero lo más llamativo de su estilismo le tapa la cabeza: lleva puesta la gorra que se pone Donald Trump en los mítines. Escrito sobre fondo rojo, Make America Great Again. No vienen de Estados Unidos. “¿De dónde sois?” “De Barcelona”.
‘Make America Great Again’, un eslogan supremacista y antimigración, en el escenario de una crisis humanitaria provocada por las redes mafiosas que fletan las pateras que zarpan desde Argelia buscando la Unión.
Reunidos, zigzaguean hasta la orilla y se paran. Dan la sensación de esperar, igual que otros clientes del chiringuito, a que una fueraborda venga a buscarlos para trasladarlos al yate o al gran velero que los devolverá a Eivissa o en el que pernoctarán, fondeados en las aguas de este parque natural. A la playa donde se han pegado la fiesta, es Cavall d’en Borràs, llegó el primer cadáver de los ocho migrantes que han aparecido muertos en Formentera este año. Era 7 de enero, no retumbaba la electrónica sobre la arena y la isla cabía en una columna de Manuel Vicent. Formentera estaba cerrada para el turismo. Luego reabrió y volvieron a llegar los muertos. La migración no distingue entre temporadas, sólo de condiciones más o menos favorables para navegar. La voz de Julio Iglesias se ha apagado y en el viento vuelan unos versos de Emilia Pardo Bazán, que, en este caso, es una banda indie de Talavera de la Reina y no una novelista gallega. La canción se titula Danzad malditos. Es, musicalmente, una hija bastarda del Voglio vederti danzare de Franco Battiato, con una letra que condensa lo que ocurre en el Mediterráneo balear: ¿Cómo olvidar que otro verano / tocan puerto los cruceros y naufragan las pateras?