En busca del nombre del ‘Negro de Banyoles’, el hombre disecado en un museo de Girona hasta el año 2000

A los 25 años del traslado del cadáver desde Catalunya a Botswana, de donde se creía su procedencia, un documental apunta a que en realidad era jefe de una tribu de Sudáfrica y que se llamaba Molawa VIII

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La noche del 8 de septiembre del año 2000, una furgoneta aparcó al lado del Museo Darder de Banyoles, en Girona, para llevarse el cuerpo disecado y exhibido públicamente durante décadas de un hombre africano. Conocido como El negre de Banyoles, sus restos fueron enviados entre gran expectación mediática a Botswana, país que lo reclamaba y que celebró un funeral de Estado en su nombre. Parecía entonces que esta funesta historia de racismo científico llegaba a su fin, pero no fue así.

El origen de El Negre de Banyoles no era la actual Botswana. No era tampoco bosquimano. En 2019, un escritor holandés halló evidencias de que el cuerpo robado por los taxidermistas Jules y Jean Baptiste Verreaux cerca de 1830 había sido sustraído en realidad de la actual Sudáfrica. Tras ese giro de guion, ahora el documental El negre té nom ha seguido las pistas de su identidad hasta dar con un posible nombre, el del jefe de una tribu local: Molawa VIII.

Premiado en el Festival Internacional de Cine en Catalán (FIC-CAT) como mejor documental, el largometraje, dirigido por Fèlix Colomé, no solo pone nombre a este hombre africano casi 200 años después, sino que bucea en la polémica que rodeó su retirada del Museo Darder. Un médico catalán de origen haitiano, Alphonse Arceline, puso en marcha una campaña de denuncia que llegó hasta la prensa internacional e incluso la ONU para exigir su repatriación, pero chocó con la resistencia de un Ayuntamiento de Banyoles y unos vecinos que no estaban dispuestos a entregarlo fácilmente.

“La sensación es que el pueblo no ha pasado página: el Ayuntamiento no ha querido atendernos, dicen que es un tema demasiado serio”, detalla Colomé por teléfono. Actualmente, en el museo donde se exhibía hasta hace 25 años apenas hay referencias a su paso por las vitrinas.

¿Qué hacía el cadáver disecado de un hombre africano en un museo municipal de Banyoles en plena entrada del siglo XXI, expuesto hasta ese momento para visitas de curiosos y alumnos de escuela? Hasta los años 90, con la aparición del médico Arcelin, nadie había reparado en aquella reminiscencia colonialista, un tipo de exhibición que había dejado de ser habitual ya a principios del siglo XX y que además no contaba con ningún tipo de rigor científico.

La historia, tal como la repasa el documental y antes lo hicieron periodistas como Miquel Molina en Naturaleza muerta (editorial Edhasa, 2020), explica cómo los hermanos Verraux, naturalistas y taxidermistas franceses, sustrajeron el cuerpo y lo disecaron en 1830. Anteponiendo el show business al ánimo conservacionista, lo embetunaron para oscurecer su piel y le pusieron atrezzo acorde con lo que el público querría: taparrabos, sombrero de plumas y lanza.

El falso bosquimano recaló en Banyoles porque lo adquirió el naturalista Francesc Darder en 1916 para su colección en el museo que llevaba su apellido en Banyoles. Y en sus vitrinas permaneció casi un siglo, sin despertar ningún tipo de rechazo hasta que llegó Arcelin a principios de los 90. Que Banyoles fuese sede de los Juegos Olímpicos del 92 (en su lago se celebraron las pruebas de piragüismo) le ayudó a escalar una campaña que acabó abriéndole a España varios frentes diplomáticos, entre ellos en la UNESCO, la ONU y en varios países africanos.


Alphonse Arcelin, médico catalán de origen haitiano, a su llegada a Botswana para acudir al entierro del Negro de Banyoles, en otoño del año 2000

Militante del PSC, Arcelin –que falleció en 2009– protagonizó además un choque durante años con el entonces alcalde de Banyoles, el también socialista Joan Solana, que se opuso al traslado y aún hoy no ve necesario pedir disculpas. “Yo tenía que salir a decir que Banyoles no era una ciudad racista y que era una ciudad acogedora”, reconoce el antiguo alcalde en el documental, en una concesión a la hija de Arcelin, que da a entender que surfeó la fuerte oposición vecinal a que se retirara el cuerpo disecado del Museo Darder.

Pero la presión surtió efecto y con un nuevo alcalde, el republicano Pere Bosch, se pactó con el ministerio de Asuntos Exteriores el envío de El negre de Banyoles a Botswana para su sepultura. Aunque de nuevo se hizo sin evidencias científicas sobre la procedencia y en medio de otra polémica porque solo llegaron al país africano partes del cuerpo. Al entierro en Gaborone acudieron unas 10.000 personas.

25 años después, Colomé viajó hasta Sudáfrica para seguir la pista de la tesis que hace unos años refutó el origen botsuano. Lo hizo sobre dos pistas. La principal era el artículo del diario francés Le Figaro rescatado por el periodista holandés Frank Westelman en el libro El negro y yo. En ese texto del año 1831, cuya fuente era al parecer los mismos hermanos Verraux, se sitúa su extracción de una aldea llamada Litakou (hoy la sudafricana Dithakong). La segunda pista era un estudio anatómico forense encargado por Banyoles que fijaba su muerte alrededor de los 27 años de edad.


La familia descendiente de Molawa VIII observan la tumba de su antepasado en Botswana

Ambas pistas convergen en la figura de Molawa VIII. Un jefe de tribu nacido entre 1800 y 1805, según sus descendientes, y cuyo cuerpo es el único que no está enterrado junto a su linaje. Este es el gran hallazgo del equipo de Colomé, que a falta de nuevas aportaciones históricas lograría poner punto y final –ahora sí– a la odisea de El Negre de Banyoles.

Tras recibir el premio del FIC-CAT, Colomé reveló que su obsesión por ponerle nombre a este cadáver, para dignificarlo, nació de su hijo Riu, de cinco años, que es negro y le pedía a su padre que quería ser blanco. “El Negro de Banyoles no debería haber sido jamás un nombre, tiene nombre y lo tendrá ya para siempre: Molawa VIII”, proclamó entre aplausos.

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