En estos días que analizamos los resultados de la cumbre de la OTAN conviene recordar, que invertir en desarrollo sostenible alrededor del mundo, además de un ejercicio ético, es invertir en nuestra propia seguridad
4 de cada 10 ciudadanos en el mundo viven en países que dedican más recursos a pagar los intereses de sus deudas que a invertir en educación o sanidad pública. Vivimos un tiempo de crisis encadenadas donde cada vez son mayores y más complejos los retos, y menor la financiación disponible para solventarlos.
La declaración del milenio y la cumbre de Monterrey en el año 2002 supusieron un punto de inflexión en el compromiso por la movilización de recursos y la acción colectiva en favor del desarrollo del sur global. 15 años después, la última conferencia para la financiación al desarrollo celebrada en Adis Abeba, abogaba por un salto sin precedentes que duplicara la financiación disponible.
Lejos de cumplir aquellos compromisos, la realidad hoy, a unos días de inaugurar la IV Cumbre sobre financiación para el desarrollo en Sevilla es que la pandemia, el cambio climático, el aumento de los conflictos, las crisis energéticas y de inflación, y la falta de voluntad política compartida, han ralentizado todos los objetivos, hipotecando así el progreso y bienestar marcados por la agenda 2030.
El secretario general de Naciones Unidas António Guterres, alertaba recientemente que “solamente el 17 % de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible se cumplirá a este ritmo, y que la brecha de financiación disponible para ellos, asciende a 4 billones de dólares anuales”.
Para afrontar este reto, necesitamos compromisos reales que eviten y gestionen el sobreendeudamiento. Debemos transitar a un verdadero sistema de redistribución de la riqueza dentro de los países, y entre ellos medir el progreso y desarrollo de una forma multidimensional más allá del PIB.
Necesitamos apostar por un sistema de financiación y una fiscalidad y redistribución a escala global más justa, que permita ampliar los espacios fiscales de los países que más lo necesitan garantizando una movilización de recursos privados y públicos, así como la financiación de los objetivos de acción climática, apostando por la redistribución de Derechos Especiales de Giro, y promoviendo el canje de deuda por objetivos de desarrollo. Necesitamos una arquitectura financiera que responda a los enormes desafíos que tenemos, que rinda cuentas, mida el impacto de sus decisiones y ajuste los instrumentos a la especificidad y contextos históricos de los países.
La cumbre de Sevilla tendrá grandes ausencias, como EEUU. Será además la primera vez que el Parlamento Europeo acuda a esta cita sin un mandato claro, gracias a la alianza de la derecha y la extrema derecha. En este escenario, si la UE quiere fortalecer su liderazgo e influencia en el tablero geopolítico global, debe estar a la altura y demostrarlo con compromisos concretos.
En estos días que analizamos los resultados de la cumbre de la OTAN conviene recordar, que invertir en desarrollo sostenible alrededor del mundo, además de un ejercicio ético, es invertir en nuestra propia seguridad. Dimensionar nuestro compromiso de gasto en defensa y aumentar la inversión pública en fortalecer el multilateralismo, y mejorar la inmunización y la Salud global, como ha anunciado el presidente del gobierno de España, es una apuesta por un liderazgo creíble, y una forma inteligente y responsable de invertir en seguridad.