Seguramente, los chavales ahora beban menos porque se drogan más. Mi generación, por ejemplo -unos diez años mayor-, tiene un prejuicio mucho más grande con las drogas del que se tiene ahora. La gente más jóven ya no escucha historias de los muertos por el caballo en los ochenta y hasta han romantizado la ruta del bakalao
El cielo brillaba en un apocalipsis de turquesa y naranja. Los adoquines de la acera estaban sueltos y sonaban al pasar por encima y tenían marcas de chicles como lunares chafados y sucios. En la misma calle confluimos un cuarentón en mallas haciendo running; yo, que no suelo dar explicaciones de a dónde voy o dejo de ir y mucho menos a esas horas, y un grupo de chavales armando barullo. Armando barullo sería un nombre apropiadísimo para cualquiera de ellos.
Pues Armando Barullo y su panda, cuatro pibes más, no llegarían a la veintena. Caminaban haciendo eses -y jotas, uves dobles y hasta emes- unos pasos por detrás de mí. El runner de las mallas debía estar ya por Tayikistan -iba que se las pelaba- y a mí me dolían la espalda y los dedos y tenía la extrañísima sensación de no tener muy claro hacia dónde estaba yendo. Eran las siete de la mañana y apenas se escuchaban balbuceos entre las carcajadas desquiciadas de los chavales. Armando Barullo, como bauticé al más bajito y al más ruidoso, estaba a punto de explotar de la risa y empujaba frenéticamente a los suyos mientras estos decían y algo así como Eso mismo pensaba yo, aunque no tenía claro si acabaríamos en el mismo sitio. , dijo otro; . Trabajar, correr o drogarse. La madrugada nunca trae nada bueno. , y antes de que pudiera responder, Armando Barullo les dijo que él no tenía el cuerpo para beber alcohol, que como mucho se comía otra pastilla y ya. . Pero qué resaca vas a evitar, muchacho.
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