La tele y el buen humor

La televisión pública no debería competir con lo peor de la tele comercial. Llámenme ilusa, pero creo que debería ser un espacio que nos acerque, en lugar de alejarnos.

Hubo un tiempo en el que pensé que nunca volvería a reír. Fue la época más triste de mi vida, y por esas referencias insospechadas que le vienen a una en los momentos que menos se los espera, yo me acordaba de Carrie (de Bradshaw, no de la de Stephen King, aunque a esta última la llevo en mi corazón y la suelo invocar bastantes veces). 

Decía que recordaba a Carrie cuando en la primera película de Sexo en Nueva York, tras ser plantada en su boda con Big y verse en su viaje de novios en Acapulco pero sin novio, le preguntaba a Samantha: ¿Volveré a reír alguna vez?

Ahí estaba yo, una noche en la casa vacía que hacía de refugio doloroso sin saber si alguna vez, volvería a habitar en mí algo de lo que había sido. Y entonces me saltó en Youtube un monólogo de Marc Giró. Era antiguo, de cuando Marc colaboraba en el programa de Buenafuente, y hacía una crítica de la película 50 sombras de Grey. Y así, sin avisarme, como esas olas que te pillan a traición y te revuelcan hasta la orilla, apareció.

Desde mi pecho estalló una carcajada de las que suenan fuerte aunque estés sola en casa (que son las mejores), y entonces lo supe. A pesar del dolor que te desgarra, de las ausencias, de los fracasos, de la pena que te arrastra hasta las profundidades, volvería a reír, y eso sería algo a lo que aferrarse. 

Me pasé dos horas seguidas viendo monólogos de Marc Giró y le declaré mi amor eterno. 

Creo que también entendí algo: la risa nos salva y nos acerca, y en tiempos convulsos, la necesitamos más que nunca. Pero no solo eso. Necesitamos espacios en televisión en los que las palabras circulen sin la violencia a la que estamos tristemente habituados, espacios para las conversaciones, para las ideas, para el intercambio de opiniones sin que todo tenga que parecer una guerra. Sinceramente, creo que estamos hartos de este clima insoportable. 

Mientras que las redes sociales premian el acoso y el insulto, la televisión en los últimos años parece haberse esforzado en potenciar este mismo ruido. La información convertida en entretenimiento, la espectacularización de los debates, el análisis y el pensamiento sustituidos por una batalla de zascas, los gritos, los bulos, lo rápido, lo que nos atonta. 

La televisión pública no debería competir con lo peor de la tele comercial. Llámenme ilusa, pero creo que debería ser un espacio que nos acerque, en lugar de alejarnos. 

Tras años separada de ella, el año pasado me sorprendí sentada frente a la televisión con la misma ilusión de cuando era pequeña. Las noches de los martes eran mi particular disfrute en La 2 de TVE: el maravilloso programa Ovejas Eléctricas (por favor, si algún ejecutivo de TVE me lee, escuche mis súplicas, renuévenlo) seguido de Late Xou. ¿Realmente mis ojos estaban viendo aquello? ¿Un programa divertidísimo e interesantísimo sobre literatura en prime time? ¿Mi adorado Marc Giró en la televisión pública nacional? ¿Dónde se había escondido tantos años este modelo de programación?

Recordé entonces una sensación olvidada, la de apagar la tele por la noche e irse a la cama de buen humor. La de comentar con los familiares y amigos al día siguiente: “Eh, ¿viste esto?”

Parece ser que Televisión Española ha comenzado a apostar por un giro en su programación y pienso en lo importante que puede ser para todos nosotros en estos momentos locos que vivimos. Necesitamos espacios que nos permitan respirar, que nos devuelvan la risa, que nos despojen de las ganas de matarnos. Apostar por una televisión pública de calidad es un compromiso con una sociedad que merece menos gritos y más conversación, menos reality tóxico y más cultura, más mujeres, más diversidad, más escucha, más calma. Ojalá.

Mientras escribo esto, leo que Marc Giró pasa a la 1 de TVE. Sonrío. Resulta que éramos muchos. 

Publicaciones relacionadas