¿Nos hemos vuelto antisociales?

Es tan fácil estetizar la soledad como denigrarla. Ya es lugar común decir que es la epidemia del siglo XXI, y que fomentamos los vínculos ilusorios y virtuales en detrimento de los reales, cálidos, emocionales y necesarios

Hace unos días me topé con un artículo de The Atlantic, The anti-social century(El siglo antisocial) que desarrolla la idea de que lo que llevamos de siglo XXI está definido por la soledad creciente y la falta de actividades compartidas y comunitarias, en parte debido a los avances tecnológicos, y que esta soledad está cambiando nuestra personalidad, la política y la relación con la realidad. Coincidió con que andaba leyendo dos libros recomendables, Mapa de soledades, un ensayo de Juan Gómez Bárcena, yThe Lonely Century, de la economista británica Noreena Hertz; además, en el mismo día me metí en un debate un tanto superficial en una red social sobre si los robots con forma humana (generalmente con forma humana femenina rubia de grandes pechos) son un remedio a la soledad o muñecas hinchables perfeccionadas (o ambas cosas) y acabé hablando con una amiga sobre la culturaincel y la realidad de que los hombres solteros son el grupo social que más tiempo pasa solo y la creciente tendencia boysober que practica Terelu, y que no es otra cosa que abstenerse de tener citas y sexo.

La soledad es uno de los grandes temas actuales, aunque extenso y complejo y abordable desde demasiados ángulos. Los ingleses diferencian entre solitude y loneliness, aunque aquí hablamos de la soledad y sus caras, la deseada y necesaria y la impuesta y dañina, el regocijo de una vida, o trozos de vida, sin testigos ni ataduras y la tristeza de la desconexión y la invisibilidad. Es tan fácil estetizar la soledad como denigrarla. Ya es lugar común decir que es la epidemia del siglo XXI, y que fomentamos los vínculos ilusorios y virtuales en detrimento de los reales, cálidos, emocionales y necesarios. Que las casas ya se construyen y decoran para no salir de ellas, que cada vez vamos menos al cine, a la biblioteca a la iglesia, no nos sindicamos ni asociamos, las familias se reducen, que los adolescentes no levantan la vista de la pantalla (pasan así un tercio de su vida) y reconfiguran su vida alrededor del móvil, que aumentan la ansiedad y la depresión como consecuencia del aislamiento. El sociólogo Patrick Sharkey asegura que la economía se está reorientando para facilitar que las personas no salgamos de nuestras cuatro paredes. ¿Hemos conseguido atrofiar la capacidad para establecer vínculos asociativos?

En La ciudad solitaria: aventuras en el arte de estar solo, Olivia Laing define la soledad moderna: “Inquietante combinación de aislamiento y exposición. La incertidumbre de que nos vean: de que nos miren de pasada, quizá, pero también de que no nos vean, de que nos ignoren, de ser invisibles, de que nos desprecien, de que no nos deseen”. En España, como en otros países mediterráneos que siguen manteniendo una vida de puertas afuera, todavía es difícil de entender el gran porcentaje de estadounidenses que no se hablan con sus padres o no salen de casa en semanas. Hannah Arendt describió la soledad como “el terreno común del terror”. ¿Estar solos es igual a sentirse solos y sentirse solos a sentir miedo? Noreena Hertz enThe Lonely Century asegura sin piedad que el mundo se está desmoronando y que el creciente aislamiento social amenaza no solo nuestra salud física y mental, sino también la salud de nuestras democracias. La autora culpa al individualismo atroz de las sociedades neoliberales pero también a los teléfonos inteligentes, la economía informal, el teletrabajo, el crecimiento de las ciudades, el aumento de los hogares unipersonales, la sustitución de las tiendas familiares por grandes superficies, la arquitectura actual hostil a las reuniones, sin bancos, plazas ni árboles. Hertz cuenta ejemplos de esta creciente soledad un tanto distópica y paradójicamente compartida: mujeres mayores en Japón que se hacen condenar por delitos menores para poder encontrar una comunidad en prisión; la tendencia surcoreana del mukbang, que consiste en ver a la gente comiendo en TikTok y que nace del desasosiego de comer solo, o negocios de “abrazos” en algunas ciudades americanas.

Cuánto hablamos de la soledad y qué solos (sin quererlo) parece que estamos. El artículo de The Atlantic concluía que la actual polarización política nace en buena parte de la desconexión social: no practicamos la amistad entre semejantes pero tampoco el desacuerdo productivo y perdemos la capacidad para interactuar con la realidad. Esto produce individuos narcisistas que no buscan compañía en sus semejantes sino solamente reconocimiento, admiración y estatus. ¿La regresión del mundo físico y el progreso del mundo digital nos hace peores? ¿La soledad no solo nos hace más desgraciados, también peores personas? ¿Protegemos tanto “nuestro espacio” individual que hemos destruido el colectivo? Y sobre todo: ¿Podríamos salvar nuestras maltrechas democracias y a nosotros mismos con la sencilla fórmula de juntarnos? 

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