Sin ninguna duda,
Es imprescindible redirigir el enfoque de la política económica hacia la mejora de la productividad para aprovechar la inercia positiva de este momento histórico para preparar al país para los retos del futuro
2024: por encima de las expectativas
Sin ninguna duda, el año 2024 ha sido positivo para la economía española, superando todas las previsiones iniciales. Con un crecimiento que se estima podría alcanzar el 3,2%, España ha sorprendido tanto a analistas como a organismos internacionales, quienes hace un año proyectaban cifras más conservadoras cercanas al 1,5%. A falta de conocer los datos definitivos del cuarto trimestre, todo apunta a que este último periodo mantendrá un ritmo similar al tercero, con un crecimiento intertrimestral del 0,8%, incluso a pesar de los efectos negativos de la DANA. Los datos de afiliación del mes de diciembre confirman, además, que no se ha producido desaceleración en el cierre del año.
Este sólido desempeño posiciona a España como una de las economías que más crecen dentro de la zona euro, con un ritmo hasta cuatro veces superior al de la media comunitaria. Los principales motores de este crecimiento han sido el sector exterior y el consumo público, que han impulsado la actividad económica incluso en un entorno de políticas monetarias restrictivas.
Dentro de este contexto, el sector exterior ha tenido un papel destacado, permitiendo a España cerrar el año con un superávit por cuenta corriente equivalente al 4,2% del PIB, una cifra histórica. Aunque el turismo continúa siendo un pilar fundamental, merece especial mención el auge de las exportaciones de servicios no turísticos, que han generado más de 100.000 millones de euros en ingresos anuales, superando incluso al propio turismo. Este dato refleja no solo la creciente diversificación de la economía española, sino también su capacidad para competir en mercados internacionales.
Sin embargo, no todo son luces en el panorama económico. El crecimiento español sigue dependiendo en gran medida de factores cuantitativos, como el fuerte aumento de la población, que ha alcanzado un récord histórico cercano a los 49 millones, y de la creación de empleo, que desde la pandemia ha añadido más de medio millón de nuevos puestos de trabajo cada año (dos millones en estos 4 años). No obstante, este crecimiento no se traduce en mejoras significativas de la productividad, que sigue siendo la gran asignatura pendiente.
Por otro lado, la inversión empresarial continúa sin despegar, una señal preocupante que refleja la falta de confianza del sector privado en el entorno económico actual. La incertidumbre política y la percepción de una seguridad jurídica insuficiente parecen estar actuando como frenos a una mayor dinamización del tejido empresarial.
2025: se mantiene el crecimiento con cambio de motores
De cara a 2025, el consenso apunta a una ligera desaceleración en el ritmo de crecimiento, pasando del 3% estimado en 2024 a un 2,5%. A pesar de esta moderación, España seguirá siendo la economía grande que más crecerá en Europa, gracias a un cambio en los motores de crecimiento. El mix de política económica tornará hacia políticas monetarias más expansivas y fiscales más restrictivas.
Si en 2024 el dinamismo económico ha estado liderado por las exportaciones y el consumo público, en 2025 será el consumo privado el principal protagonista. Este cambio estará impulsado por varios factores: i) el consumo privado per cápita sigue siendo el único componente de la demanda que aún no ha recuperado los niveles previos a la pandemia; ii) la tasa de ahorro de las familias, por encima de la media histórica desde la Covid; iii) la buena marcha del empleo con la subida salarial por encima de la inflación y iv) la caída del Euríbor reducirá la carga financiera de los hogares endeudados, incrementando su renta disponible y mejorando el acceso al crédito.
No obstante, el crecimiento del 2,5% podría quedarse corto si finalmente se produce un repunte de la inversión empresarial y para ello la confianza debería mejorar. Y esto se consigue con buenas noticias económicas desde fuera, en particular de Alemania y Francia que consigan salir de la recesión. Pero también dando seguridad jurídica dentro de España, un marco fiscal y una legislación laboral estable es fundamental para impulsar la inversión. La caída de los tipos de interés también será una palanca para la inversión.
También existen riesgos a la baja, como los potenciales efectos económicos negativos de la política económica de la nueva administración Trump o los ajustes obligados por las nuevas reglas fiscales. Pero ambos, de materializarse, impactarán la economía en 2026.
La macro y la percepción ciudadana
A pesar de estas cifras positivas, existe una desconexión evidente entre el buen desempeño de la economía en términos macroeconómicos y la percepción de los ciudadanos. Es importante destacar que la economía crezca es una condición necesaria, pero no suficiente, para que todos los grupos de la sociedad experimenten mejoras en su bienestar. La persistencia de problemas estructurales como la desigualdad y la precariedad laboral alimentan esta disonancia. Si bien se toman medidas como el aumento del salario mínimo o la reducción de la jornada laboral, no se está abordando la situación de quienes trabajan menos horas de las deseadas, ni el persistente desempleo juvenil, que sigue siendo uno de los más altos de Europa.
Además, los efectos de la inflación continúan impactando de manera desigual. Las familias más vulnerables han sufrido más intensamente el aumento de los precios de la energía y los bienes de primera necesidad, y muchas aún no se han recuperado del golpe inicial. A esto se suma el impacto del Euríbor, que, aunque aliviado recientemente, ha supuesto una carga significativa para las familias endeudadas durante gran parte del año. Todo esto se combina con unas expectativas frustradas, especialmente entre los jóvenes, que no encuentran la movilidad social suficiente para alcanzar sus objetivos.
Otro factor crucial es el diseño del estado del bienestar, que redistribuye principalmente hacia los grupos de mayor edad, dejando en un segundo plano a quienes más lo necesitan. Aunque en muchos casos la edad y la vulnerabilidad van de la mano, en muchos casos no es así. Por último, en el mundo polarizado en el que vivimos, las noticias negativas venden más. Habiendo, problemas reales como los que he expuesto, nadie duda que los medios y las redes sociales los amplifican.
¿Cómo consolidar el crecimiento y hacerlo más inclusivo?
Por primera vez en décadas, la economía española está creciendo sin desequilibrios macroeconómicos significativos, más allá del fiscal que no vamos a abordar ahora.
En los años noventa, el país tuvo que afrontar las consecuencias de profundas reconversiones industriales. A principios de este siglo, fue necesario superar los devastadores efectos de la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, la situación actual ofrece una oportunidad única: un crecimiento económico sólido y equilibrado que debería estar sirviendo como base para generar un entorno económico que nos permita modernizar nuestra economía y maximizar las oportunidades que nos presenta la revolución digital. Tecnologías como la inteligencia artificial y la automatización representan una ventana de oportunidad excepcional para mejorar la productividad, un desafío fundamental para afrontar los grandes retos del envejecimiento de la población y el cambio climático. Solo los aumentos de la productividad nos permitirían aumentos salariales suficientes para mejorar el bienestar de los ciudadanos. Para ello, es importante avanzar en dos dimensiones. Por un lado, habría que priorizar los recursos públicos hacia aquellos usos que mejoran la productividad: educación, formación, I+D+i, infraestructuras, emancipación, vivienda pública para alquiler, lucha contra la pobreza infantil, etc. Por otro lado, hay que generar un entorno económico suficientemente atractivo para la inversión privada: reglas laborales que den seguridad al trabajador y flexibilidad a las empresas, fiscalidad clara y competitiva internacionalmente, instituciones que promuevan y fomenten la competencia empresarial, estabilidad institucional que prime la seguridad jurídica, etc.
Sin embargo, en lugar de aprovechar esta coyuntura favorable para preparar a la economía española para el futuro, el debate político y económico se ha centrado “únicamente” en medidas que introducen rigideces en el sistema. Iniciativas como la reducción de la jornada laboral máxima por imposición, el control de los alquileres, las subidas de las subvenciones y prestaciones asistenciales sin un diseño claro de incentivos al empleo o el incremento de las cotizaciones sociales –derivado de no adaptar el sistema de pensiones a los cambios en la longevidad– son ejemplos de decisiones que priorizan el corto plazo frente al largo plazo. Estas medidas, aunque no tendrán un impacto negativo inmediato gracias al buen momento económico actual, sí representan un obstáculo para futuras recuperaciones en los ciclos económicos venideros. Es imprescindible redirigir el enfoque de la política económica hacia la mejora de la productividad para aprovechar la inercia positiva de este momento histórico para preparar al país para los retos del futuro.