Junts: la compleja transmigración del alma convergente

Junts puede bloquear los presupuestos, incluso dificultar la actividad legislativa, pero no puede, aún no, ejecutar su amenaza de derribar al Gobierno de coalición, por mucho que lo tiente y se lo suplique Feijoó

Cada día que pasa se hace más evidente que Junts ha iniciado un proceso de reencarnación. La inmortal alma convergente intenta transmigrar a un nuevo ser, sin abandonar del todo el cuerpo del “nasciturus” independentista que se presentó como transversalmente progresista cuando no antisistema. 

Se trata de una operación de alta complejidad preñada de contradicciones, porque construir el futuro volviendo al pasado e ignorando el presente, solo es posible en los sueños melancólicos de los nostálgicos, que tanto abundan últimamente. 

La sociedad catalana y española no es la de los años 80 del siglo pasado. Las bases sociales de Convergencia, la mesocracia de la pequeña burguesía, sin desaparecer, han cedido protagonismo a una nueva mesocracia que vive bajo el halo protector del sector público. 

El escenario político en nada se parece a aquel en que la mayoría nacionalista en Catalunya, que se autodenominaba minoría catalana en Madrid, condicionaba con sus votos la gobernabilidad de España, negociando y acordando con los partidos de un sistema bipartidista cuasi perfecto. 

Aunque hay rastros de aquellas viejas formas políticas, la situación dista mucho de ser una repetición de aquellos tiempos. Durante décadas el pujolismo negoció con los diferentes gobiernos españoles para conseguir el traspaso de competencias que luego se ejercían desde la poderosa galaxia pujolista. 

El objetivo era ampliar el autogobierno, al tiempo que se alimentaba el discurso nacionalista sobre el que asentar las bases de la hegemonía ideológica en la sociedad catalana. 

A cambio, CIU se comprometía con la gobernabilidad de España, pactando con el PSOE y a partir de 1996 con el PP. En algunos momentos se llegó a intercambiar estabilidad parlamentaria a los dos lados del Ebro, aunque fuera sacrificando al PSC cuando hizo falta o abortando los intentos de sectores del PP catalán de construir una derecha conservadora no nacionalista. 

Ahora el escenario es muy distinto. Junts está fuera de la gobernanza de todas las instituciones catalanas. Su interés por aumentar el techo de autogobierno es mucho menor. En realidad, ese no es su objetivo, es solo su coartada, porque cualquier avance en las negociaciones con el gobierno español lo van a capitalizar otros en Catalunya. 

Para Junts las exigencias de más autogobierno se han convertido en meras escenificaciones que tienen como principal objetivo garantizar su subsistencia política en un contexto de debilidad electoral. 

Ya no se trata de avanzar en la independencia –que lejos queda 2017– ni tan siquiera de ampliar el autogobierno. Ahora las pretensiones de Junts y todos sus movimientos pasan por reforzar su perfil en un contexto global de clara derechización, al tiempo que condiciona la política española. 

Que Junts haya situado como prioridad la transferencia “plena” de las competencias de inmigración no responde a la voluntad de ampliar el autogobierno. Su intención es otra, reubicarse en el espacio político que hoy ocupan las fuerzas conservadoras en Europa y el mundo. Al tiempo que intenta protegerse por ese flanco de los avances de Alianza catalana, con la que comparte y disputa una parte de sus bases electorales. 

Junts ha pasado, en un breve espacio de tiempo, de querer construir un estado propio para Catalunya de manera unilateral a implicarse en la orientación de las políticas del estado español. Su posición contraria a los impuestos a las empresas energéticas va de eso. 

En realidad, se trata de volver, sin que se note mucho, al papel que en su momento jugó la Unió Democrática de Duran i Lleida y de Sánchez Llibre, el verdadero muñidor de la estrategia de lobby en el Congreso que hoy continúa ejerciendo a través de la patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional. 

Lo que intenta Junts es más difícil que la cuadratura del círculo, pretende descubrir el agua seca. Pasar en tan poco espacio de tiempo del independentismo unilateral –del que alardeaban hasta hace poco en su pugna insomne con ERC– a querer ser protagonista de la política española es un malabarismo que resulta difícil incluso para Puigdemont, el rey de la ficción y la astucia. 

Pero la dificultad no es solo suya, sino que irradia a todos sus interlocutores, a los que ya no les basta con ofrecer contrapartidas con las que llenar de “peix el cove”, entre otras cosas porque el cesto del gobierno catalán ya está en otras manos, que no son las de Junts. 

La última negociación en la que fue posible intercambiar cosas tangibles fue la de la ley de amnistía, que ya casi todos en el mundo de la política dan por amortizada. Ahora Junts persigue un objetivo más intangible, que se le reconozca su peso político y su capacidad de desestabilizar la legislatura española. De eso va la exigencia de que Pedro Sánchez se someta a una moción de confianza. A sus interlocutores se les están acabando los gestos, y los pocos que aún les quedan parece que quieren dosificarlos temporalmente.

En las próximas semanas viviremos situaciones aún más vodevilescas. Junts puede bloquear los presupuestos, incluso dificultar la actividad legislativa, pero no puede, aún no, ejecutar su amenaza de derribar al Gobierno de coalición, por mucho que lo tiente y se lo suplique Feijoó. 

He escrito “aún no”. Haríamos bien en no dar nada por seguro. En los últimos meses, hemos visto muchas cosas, hasta hace poco impensables en la Unión Europea. E igual, Catalunya no es tan diferente de España y de Europa como pretenden los dirigentes independentistas. Igual, Junts acaba alcanzando su sueño de transmigrar y reencarnarse en una de sus almas.  

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