Desafiar a los oligarcas de la tecnología va a requerir por parte de los gobiernos europeos un coraje que estos días escasea. La Comisión Europea ya ha dado señales de estar reculando y los Estados no han puesto suficientes recursos para aplicar la legislación existente.
Zuckerberg elimina los verificadores de datos en Facebook e Instagram por un modelo como el de Elon Musk en X
Mark Zuckerberg dijo en su grandilocuente y cínico anuncio de hace unos días sobre la eliminación de las herramientas de moderación en sus redes que lo hacía para volver a sus “raíces” de “dar voz a la gente”. A pocos se les escapó que no lo hacía por eso, pero tal vez conviene recordar que esas supuestas raíces tampoco existen.
Los cambios tienen que ver con asegurarse de que Facebook se parece más a X y tiene de su lado a la Administración Trump, dispuesta más que nunca a enfrentarse a sus aliados europeos para complacer a los que demuestren más lealtad al presidente. Facebook simulaba ser algo distinto por los intentos de regulación a los que la plataforma siempre se ha resistido pero intentaba canalizar con parches, como el uso de medios dedicados al desmentido de bulos o el paripé de un consejo asesor con periodistas y académicos de aire respetable. Pero la promoción de violencia y abuso infantil y las redes de conspiraciones y acoso nunca han desaparecido de una plataforma cuyas buenas intenciones siempre han sonado a mero instrumento de marketing adaptado al humor del momento.
Uno de los artículos más reveladores sobre el origen de Facebook -thefacebook, como se llamaba al principio- es la entrevista publicada por The Crimson, el periódico de estudiantes de Harvard, en junio de 2004, cuando Zuckerberg todavía era alumno y había lanzado con éxito la plataforma para todos los universitarios del país.
“Soy sólo un niño. Me aburro y los ordenadores me divierten. Esos son los dos principales factores que me empujan en esto”, decía Zuckerberg, de entonces 20 años, para explicar qué buscaba con esa plataforma que usaban unos 160.000 estudiantes por todo el país (ahora se estima tiene más de 2.000 millones de usuarios). “Hago estas cosas todo el tiempo, thefacebook me costó literalmente una semana”, presumía.
Su primer intento para crear una red, con otro nombre, había sido un ejemplo de sus intenciones originales y bastante alejadas de “dar voz” al mundo: una competición de fotos de sus compañeras usadas sin autorización para que los usuarios votaran quién estaba más buena. Al menos hasta que las quejas por violación del derecho de autor y de la privacidad le hicieron desmontar esa web.
Desde el principio, lo que el joven empresario tenía más claro era que quería vivir a su aire: “Mi objetivo es no tener un trabajo. Hacer cosas guays es algo que me encanta, y no tener a nadie que me diga lo que hacer o cuándo hacerlo es el lujo que estoy buscando para mi vida”, decía en esa entrevista.
Zuckerberg es ahora la tercera persona más rica del planeta, por detrás de otros dos bros encumbrados por la tecnología y que quieren aprovechar la protección de Trump para seguir agrandando sus inconmensurables fortunas y no rendir cuentas, Elon Musk y Jeff Bezos. Tener que respetar la poca regulación existente de plataformas que siguen sin hacerse responsables del contenido que publican era un engorro que ahora Zuckerberg quiere quitarse.
La mayoría de los usuarios de sus plataformas en todo el mundo quieren, en realidad, que sean responsables de las falsedades y mensajes odiosos que se publican en ellas, según un estudio del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford. Pero la jugada de los bros es que ya han atrapado a centenares de millones en esas plataformas con algoritmos dirigidos a fomentar la adicción y la peor versión del mundo a través de mentiras del mejor postor. Hasta ahora les ha salido bien.
La Comisión Europea ya ha dado señales de estar reculando en sus investigaciones a las grandes tecnológicas de Estados Unidos y los Estados miembros de la UE no han puesto suficientes recursos para aplicar la legislación existente. Desafiar a los niños aburridos que se convirtieron en oligarcas de la tecnología, tal vez también aburridos, va a requerir por parte de los gobiernos europeos un coraje que estos días escasea.