Feijóo ha comprobado que el nuevo poder imperial no valora su giro desbocado hacia posiciones extremas. Trump prefiere
los originales a las imitaciones. Por eso ha invitado a Abascal a la ceremonia de posesión
Formalmente, en España hay en este momento un líder de la oposición llamado Alberto Núñez Feijóo. Es el presidente del partido con más votos y escaños de los que forman el bloque rival del Gobierno. Después del jefe del Ejecutivo, es el dirigente que dispone de más tiempo para exponer sus argumentos en los debates parlamentarios y el que más atención recibe en las informaciones periodísticas.
Digo “formalmente”, porque existe una elevadísima probabilidad de que el funcionamiento político de los países sufra serias perturbaciones a partir de este lunes, cuando Donald Trump asuma por segunda vez la presidencia de Estados Unidos. Muchas reglas de juego se verán desfasadas. En el nuevo escenario mundial diseñado en Mar-a-Lago, la derecha convencional se enfrentará al riesgo de la irrelevancia, por muchas agallas que intente hoy mostrar. Sus dirigentes son para Trump y su compinche Musk poca cosa. Obstáculos para el proyecto selvático de sociedad que tienen en la cabeza. Ese proyecto necesita dirigentes con mucho más arrojo: autoritarios, ultraliberales, enemigos acérrimos de las políticas sociales, despiadados en las “guerras culturales”, ultranacionalistas, esparcidores de bulos y discursos de odio, xenófobos. En síntesis: ultras sin complejos. Como Javier Milei. Como Nigel Farage. Como Eric Zemmour. Como Jair Bolsonaro. Como Alice Weidel y Neyib Bukele en algunos aspectos. Como Tom van Grieken. Como Santiago Abascal.
Todos ellos han sido invitados a la ceremonia de posesión de Trump. Algunos irán. Otros se han excusado por razones de agenda. A Bolsonaro la justicia la prohíbe salir del pais por su implicación en el golpe de Estado de enero de 2023. Acudan o no, la lista de invitados es un ‘Quién es Quién’ de los líderes mundiales que tienen Trump y Musk en mente para la internacional extremista con la que pretenden definir un nuevo orden mundial.
Para convertir su posesión en una declaración de intenciones, Trump ha roto la norma no escrita de no convidar a mandatarios extranjeros a la jura de presidentes estadounidenses. De la Unión Europea, los únicos presidentes en ejercicio invitados han sido la italiana Giorgia Meloni, quien a pesar de mantener un perfil moderado se ha convertido en una musa del nuevo poder trumpista, y el húngaro Viktor Orban, visitante asiduo de Mar-a-Lago. ¿Y Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea? Demasiado woke para el sarao. La aspirante a la presidencia de Francia Marine le Pen tampoco está en la lista, pero no por woke, faltaba más, sino porque, por lo visto, no ha rendido suficiente pleitesía al nuevo césar: vestigios de orgullo galo frente a la Roma soberbia, supongo. Sí ha sido convidado el presidente de China, Xi Jinping, pero esto es otra cosa: es un gesto especial de cortesía con un rival poderoso con el que conviene estar en buenos términos; Xi ha declinado la invitación, pero enviará al vicepresidente en señal de respeto.
Está claro que el nuevo hombre de Washington en la política española será Abascal. Y eso se hará sentir más temprano que tarde. Feijóo seguirá siendo formalmente el líder de la oposición, claro. Pero el líder de Vox puede llegar a serlo en la práctica, en el terreno de juego extraparlamentario, en el circo romano de la calle. Una de las armas más potentes del proyecto trumpista son las redes sociales, así como los grandes medios de comunicación que se han doblegado ante el nuevo poder. En la toma de posesión ocuparán asientos destacados, en una evidente exhibición de poderío, Musk, Zuckerberg y Bezos, amos de X, Meta (Facebook, WhatsApp, Instagram) y Amazon (con tele propia y el Washington Post), respectivamente. Los tres se muestran dispuestos a todo en la cruzada del Make America Great Again. El primero se apuntó desde el comienzo y por tanto es favorito en la corte; los otros dos se han humillado con posterioridad para lograr la aceptación del líder, lo que los obligará a esmerarse para demostrar la sinceridad de su conversión. Y –¡mucho ojo!– quizá pronto se sume TikTok a este combo. Es más que probable que Abascal –como el resto de candidatos a la internacional ultra– se beneficie del soporte de las redes sociales, ya sea mediante la manipulación de algoritmos (que ya opera impunemente en X) o mediante posts elogiosos de Musk y otros influencers con capacidad de movilizar a la opinión pública. Eso sin contar el apoyo que le exprese directamente Trump cuando necesite un empujón para robustecer su imagen pública. No cabe duda de que Abascal tendrá su gran oportunidad con el trumpismo.
Feijóo ha comprobado que el nuevo poder imperial no valora su giro desbocado hacia posiciones extremas. En Mar-a-Lago –y a partir de este lunes en Washington– prefieren los originales a las imitaciones. Por eso han invitado a Abascal a la ceremonia de posesión. Si al frente del PP estuviera Ayuso, quizá la tarjeta de invitación hubiera sido más disputada. Feijóo debe entender que, en el nuevo escenario político, la derecha que él representa estará sometida a un acoso implacable desde la extrema derecha contra el que no podrá defenderse utilizando sus mismas armas. Hoy parece imposible que el PP pueda ser superado o deglutido por Vox. Pero una nueva era está a punto de comenzar y, si nada lo impide, los códigos políticos que hoy nos rigen saltarán por los aires.
El PP, por su historia enraizada en el franquismo, nunca ha sido un partido conservador homologable a las democracias cristianas europeas, aunque se las ha arreglado para ser la alternativa de gobierno en España desde el restablecimiento de la democracia. El segundo mandato de Trump, que se decantará claramente por la utraderecha internacional, va a poner a prueba a la derecha española. El PP tendrá que elegir entre seguir rivalizando en radicalidad con Vox o distanciarse del extremismo y comprometerse sin ambigüedades con la democracia, tanto en el fondo como en las formas. El ninguneo de Trump podría a la postre convertirse para la derecha en un honor, como sin duda lo es para Pedro Sánchez y para los mandatarios europeos no invitados a la posesión. Lo que se asoma en el horizonte es algo mucho más perturbador que la clásica confrontación entre izquierdas y derechas. Es una batalla entre democracia y algo que dice serlo aunque existen motivos fundados para temer que no lo sea.