Puigdemont frustra el anhelo de Feijóo de impulsar una moción de censura

A diferencia del PP, que no presenta ya remilgo para pactar/acordar/votar con quienes hace unos meses consideró susceptibles de ilegalización, además de autores de un delito de terrorismo y otro de traición, Junts sigue dónde estaba: en no sumar con Vox. El PSOE despeja la agenda de Cerdán para acelerar la próxima reunión negociadora en Suiza y desbloquear la relación con los neo convergentes

Puigdemont suspende el apoyo parlamentario al Gobierno y exige una reunión en Suiza

El discurso pendular de Feijóo sobre Puigdemont: de llamarle “golpista” a querer sus votos para llegar a la Moncloa

Entre suspender y romper hay un corto –o largo– trecho que Junts de momento no tiene intención de recorrer. Los de Puigdemont son maestros del amagar y no dar, una expresión que en política tiene una fuerte carga porque implica una estrategia de aparente amenaza que nunca acaba de fructificar. Ahí andamos en la relación entre socialistas y ex convergentes. Ahí está el punto de una legislatura que desde que arrancó no termina de cuajar. Y ahí está, en un constante ¡ay!, una derecha ávida de una pronta fractura entre socios de investidura para que todo salte por los aires, y Pedro Sánchez salga de la Moncloa.

Los deseos de Alberto Núñez Feijóo de impulsar una moción de censura, que esta semana volvió a hacer explícitos en una entrevista radiofónica, tendrán que esperar porque Junts, a diferencia del presidente de los conservadores, en ese sentido no se ha movido de dónde siempre estuvo, que es en el no. Por contra, el PP no presenta ya remilgo para pactar/acordar/votar con quienes hace unos meses consideró susceptibles de ilegalización, además de autores de un delito de terrorismo y otro de traición a España. ¡Cosas veredes! Feijóo, como Sánchez, como Felipe González o cómo cualquier líder político, también cambia de opinión y nadie se lo reprocha. Bueno, sí: Ayuso, que es quien habitualmente envenena sus sueños.

Pero, a lo que íbamos. Todo sigue como hasta ahora. Con mensajes contradictorios como el de un Puigdemont que en la misma comparecencia anuncia que suspende las negociaciones con el Gobierno y exige una nueva reunión en Suiza para seguir negociando. Y con señales de calma tensa y disponibilidad al acuerdo como las que emiten desde la Moncloa ante el tiquitaca de sus imprevisibles socios.

Con todo el dramatismo o la grandilocuencia escenográfica que cada cual quiera poner a la comparecencia de Puigdemont del pasado viernes, lo único explícito que deja es que el de Waterloo no rompe con Sánchez. Gobierno y Junts se necesitan y ambos lo saben. Así que más allá de las amenazas, todo queda en lo que en el argot monárquico suelen llamar “un cese temporal de la convivencia”. Pero, solo en el Parlamento, ya que en Suiza pueden seguir cohabitando.

La exigencia de que se convoque la mesa negociadora en Suiza solo demuestra que hay voluntad de seguir la relación. En Ferraz ya se han puesto manos a la obra. De hecho, el secretario de Organización, Santos Cerdán, hace días que cruza con el ex molt honorable, fechas en sus respectivas agendas para que el encuentro se celebre cuanto antes, informan fuentes socialistas, que admiten su disposición a acelerar la cita. La última tuvo lugar antes de las Navidades y los negociadores suelen reunirse habitualmente cada mes y medio.

Así que, a corto plazo y por más que se empeñe Feijóo, Puigdemont no hará caer a Sánchez porque están pendientes la aplicación de la amnistía y los recursos del PP y Vox ante el Constitucional de la ley y porque votar una moción de censura con Vox le resta posiciones en una Catalunya donde el apoyo al PP y a Feijóo brilla por su ausencia.

Todo esto sucede después de que la Mesa del Congreso decidiera el jueves pasado aplazar la controvertida decisión de si dejaba tramitar o no la proposición de los pos convergentes para instar a Pedro Sánchez a someterse a una moción de confianza y Puigdemont reuniera a su Ejecutiva y decidiera suspender el apoyo parlamentario a los socialistas. Enero es un mes inhábil en el Parlamento y para febrero, los socialistas esperan tener avanzadas cuando no cerradas, las carpetas pendientes con sus socios de tal modo que esa polémica iniciativa de la cuestión de confianza “pueda caer en saco roto”.

“La seña de identidad del Gobierno es siempre llegar a acuerdos. Cuando llegamos a acuerdos con distintas fuerzas políticas diferentes a la nuestra, cumplimos. Algunos de los acuerdos a los que hemos llegado con Junts ya están en el Boletín Oficial del Estado y otros están en negociación. Cuando hay alguna discrepancia, nuestra fórmula es el diálogo. Nuestro país necesita avanzar”, afirmó el viernes el ministro de justicia, Félix Bolaños, tras la comparecencia de Puigdemont. No tomar ninguna decisión en la Mesa sobre la cuestión de confianza significa, para el líder de Junts, que el PSOE ha entendido que dar el portazo a Junts, como habían anunciado desde la Moncloa, “no era una buena idea y han rectificado”. 

Las transferencias de inmigración y el catalán en Europa

La realidad es que los socialistas saben que necesitan a los siete diputados de Junts para hacer avanzar la legislatura y aprobar cualquier iniciativa en el Congreso, y no sólo los Presupuestos Generales del Estado para este año, que cada vez se vislumbran más difíciles de aprobar, sino todas y cada una de las leyes. De ahí que todos sus esfuerzos estén dirigidos en reconducir la relación y, sobre todo, en avanzar en la negociación para transferir a Catalunya las competencias de migración –una medida comprometida por el PSOE hace ahora un año y que de momento continúa sin resolverse– y la oficialidad del catalán en Europa. El Gobierno ha intentado en varias ocasiones reactivar este último asunto en la UE, a pesar de que los avances en el club comunitario son complicados dado que hacer oficiales esas lenguas requieren de la unanimidad de los 27 y las reticencias de varios países son persistentes. La oficialidad del catalán en la UE fue uno de los compromisos de los socialistas con las fuerzas independentistas durante la negociación de la investidura en el verano de 2023.

Estamos, por tanto, ante un tiempo muerto que desespera a la derecha y que, legislativamente, supone no poder aprobar una sola iniciativa en el Congreso de los Diputados. ¿Hasta cuándo? A saber. En todo caso yerran quienes fomentan la idea de que todo pasa porque un genuflexo Sánchez acuda a Waterloo para fotografiarse con Puigdemont. La solución no pasa por ello. De hecho, el líder de Junts ha desvinculado su posición actual de que se haya producido la reunión con el presidente del Gobierno. Una cosa es la “amnistía política” que es lo que los neo convergentes entienden que es reconocerlos como interlocutores políticos -algo que se produce a diario- y otra es que todo esté parado a la espera de que Sánchez se entreviste con el ex president de la Generalitat. Esa cita tendrá antes como protagonista a Salvador Illa que a Sánchez.

Hasta entonces, Junts no tiene en su horizonte cercano presentar la moción de censura planteada en los términos de “cambiar un gobierno por otro”. En este sentido, Puigdemont cree que cuando un gobierno pierde la mayoría de un Parlamento, “no tiene sentido que siga gobernando” y lo lógico es que convoque elecciones sin mediar moción de censura alguna. Dicho de otro modo: con Vox, ni a cobrar una herencia. En Catalunya, que es el marco en el que opera el independentismo, no sería fácil explicar una alianza, aunque fuera coyuntural, con la extrema derecha por más que la derecha nacionalista haya abrazado alguno de sus planteamientos como es el caso de la inmigración.

En resumen, lo que para unos la última finta de Puigdemont con la que suspender el apoyo al PSOE no es más que “metadona para la narcosala”, para otros demuestra sólo que Junts necesita seguir haciendo valer sus siete votos en el Congreso de los Diputados porque, sin el poder institucional de la Generalitat, las diputaciones y cientos de ayuntamientos, es el único espacio ya en el que puede hacer política. 

Esto, claro, es el minuto y resultado del tiempo exacto en el que estamos porque con Puigdemont nunca se sabe. Alguien que cree que la Generalitat le ha sido arrebatada por Salvador Illa, con la complicidad de ERC y la anuencia de Sánchez, es capaz de una cosa y de la contraria. Por ejemplo, anunciar con toda solemnidad que suspende el apoyo  al tiempo que exige diálogo. Uno más: hacer de los republicanos el centro de todas sus críticas y reunirse con Oriol Junqueras para hablar de unidad del independentismo como si nada hubiera ocurrido en ese espacio en los últimos tiempos. A uno y a otro les convenía esa imagen por la concertación que demanda una parte de sus respectivos electorados, pero nada es lo que parece. De hecho, hay quien entre los republicanos cree que la cita con Puigdemont de Junqueras “resta más que suma”, aunque al final se impusiera “el trámite” y la “hipocresía”. Es política, amigos.

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