Expertos en envejecimiento desmontan, punto por punto, el arriesgado modo de vida de algunos magnates tecnológicos obsesionados con alcanzar la eterna juventud
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Tras hacerse una pequeña herida en una excursión de montaña, el empresario Bryan Johnson acudió a una consulta de urgencias para que le curaran. “El médico me preguntó si estaba tomando alguna medicación y pensé: ¡Oh, cielos, esto va a ser difícil!”, recuerda. A continuación, le explicó que estaba tomando metformina (un conocido medicamento para diabéticos), rapamicina (un fármaco para las personas que han recibido un trasplante) y dasatinib (un medicamento senolítico contra la leucemia). “Fue un buen recordatorio de que las cosas que hacemos a la gente le parecen extrañas”, admite.
Este empresario multimillonario, conocido por seguir un estrafalario protocolo para intentar reducir su edad biológica, es el máximo exponente de un movimiento que cada vez está ganando más notoriedad: el de los magnates del mundo tecnológico que se automedican o someten a todo tipo de terapias antienvejecimiento que no han sido probadas y que entrañan un riesgo para su salud y la de la sociedad por el ejemplo que predican.
Según él mismo confiesa, Johnson se gasta unos dos millones de euros al año en tratamientos y sistemas para monitorizar su edad biológica a través de un protocolo de su invención llamado Blueprint y cuya rutina empieza cada día a las 4:30 de la mañana. Además de ejercicio, dieta y la ingesta de decenas de pastillas, el gurú biotecnológico se ha autoadministrado la hormona de crecimiento, se ha sometido a dudosas terapias génicas y ha intercambiado el plasma sanguíneo con su padre y su hijo.
“Básicamente, hemos rastreado todas las publicaciones científicas sobre la esperanza de vida y la salud, algo así como 2.000 publicaciones”, afirma Johnson. “Y tomamos cada estudio, le aplicamos una serie de criterios y luego priorizamos”. Una especie de ‘hágaselo usted mismo’ de la biotecnología.
Cualquier estudio científico se basa en alguna solución para todo el público. Yo no soy todo el público. Soy una sola persona. Si me funciona, es suficiente
Johnson no está solo en esta aventura descabellada. Le acompañan otros personajes como Elizabeth Parrish, famosa por inyectarse una terapia génica para estirar los telómeros que solo ha sido probada en ratones, o Kenneth Scott, un millonario de avanzada edad que está probando sobre sí mismo todo tipo de estrategias porque siente que se le acaba el tiempo. “Intento cosas por mí mismo porque las necesito”, explica en un documental recién estrenado, Longevity Hackers. “Cualquier tipo de estudio científico se basa en alguna solución que en algún sentido funcionará para todo el público. Pero yo no soy todo el público. Soy una sola persona. Si me funciona, es suficiente”.
“Jugar con fuego”
“Todo esto es como jugar a la ruleta rusa, con muchas de estas sustancias no sabemos qué pasa en humanos tras un consumo prolongado”, asegura Salvador Macip, catedrático de medicina molecular en la Universidad de Leicester y experto en envejecimiento. “Estos individuos están llevando al extremo todas las propuestas que han ido surgiendo con respecto a los tratamientos, pero la ciencia no funciona así”, advierte Manuel Collado, investigador del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC). “En ciencia hay que acumular muchísimo conocimiento antes de plantear una intervención en humanos”.
“Lo que hacen Johnson y otros es una locura, porque una vez pasas ese umbral de tomar cien medicamentos distintos al día, es imposible controlar las posibles interacciones entre ellos”, sostiene Juan Acosta, investigador del Instituto de Biomedicina y Biotecnología de Cantabria (IBBTEC-CSIC). “Y lo paradójico es que a lo mejor está acortando su vida con todo esto”.
Ana O’Loghlen, investigadora del CIB-CSIC, experta en longevidad, cree que estos personajes malinterpretan los resultados científicos y dan un ejemplo falso a la sociedad. “La gente se piensa que al ser millonarios saben lo que hacen y por tanto debe ser lo correcto”, asegura. “Se están metiendo cócteles con decenas de compuestos que no sabemos qué efecto tienen”, subraya Daniel Muñoz Espín, investigador del departamento de Oncología de la Universidad de Cambridge. “En medicina estamos hartos de ver interacciones que pueden generar toxicidades, que pueden comprometer la salud e incluso producir la muerte”.
Se están metiendo cócteles con decenas de compuestos. Las interacciones que pueden generar toxicidades, que pueden comprometer la salud e incluso producir la muerte
Para Sofía Ferreira González, investigadora de la Universidad de Edimburgo, resulta incomprensible la actitud de estos multimillonarios, que se declaran poseedores de verdades absolutas y no tienen problema en destrozar su salud. “En nuestro grupo estudiamos cómo devolver la capacidad a algunos órganos de auto-repararse, pero cualquiera de estas líneas de investigación requiere décadas de estudio, con rigor y minuciosidad, antes de avanzar hacia posibles tratamientos”.
Además, esta visión hipersimplista de la biología ignora la complejidad y las contrapartidas que implica cada cambio en el organismo. “Cualquier tratamiento tiene que ser muy preciso, porque algo que funciona en un tejido puede tener efectos antagónicos en otros”, comenta Muñoz Espín. “El envejecimiento y el cáncer están muy ligados, muchos mecanismos que se usan para detener el envejecimiento pueden acelerar el cáncer, y al revés”, advierte Macip. “Jugar con estos parámetros es jugar con fuego”.
Para entender mejor esta complejidad, desglosamos —con ayuda de los expertos— algunas de las terapias e intervenciones más habituales que estos millonarios ponen en práctica y sus arriesgadas contrapartidas.
1. Rapamicina: peligro de infecciones
La rapamicina es un fármaco inmunosupresor que usan las personas que han recibido trasplantes para evitar el rechazo. Algunos experimentos con ratones han mostrado un aumento en la esperanza de vida media y una mejora en los parámetros relacionados con la salud. De momento no se ha probado en humanos y se está haciendo un gran ensayo con perros. El principal riesgo de su uso irresponsable, en este caso, es que al debilitar el sistema inmunitario aumenta la posibilidad de sufrir graves infecciones o cáncer. “Es un inhibidor de la proteína mTOR, que es una molécula central en el metabolismo celular. Tocar algo así puede tener unas consecuencias tremendas”, advierte Manuel Collado.
Bryan Johnson, durante sus entrenamientos.
2. Metformina: altera el metabolismo
Es un medicamento que se utiliza desde hace años en el tratamiento y la prevención de la diabetes tipo 2. Se ha demostrado que aumenta la longevidad en algunos modelos animales, pero no hay ninguna prueba de que aumente la longevidad en humanos, a pesar de que mucha gente lo toma por su cuenta. “Es uno de los fármacos con más posibilidades, pero no tenemos ni idea de si funciona o no”, indica Macip. “Modifica el metabolismo y hace creer al organismo que está pasando hambre, no sabemos sus efectos a medio o largo plazo”. Por no hablar de que tanto la metformina como la rapamicina “pueden producir trastornos abdominales, diarrea, náuseas, etc.”, recalca O’Loghlen.
3. Senolíticos: atención a las plaquetas
Son medicamentos que buscan eliminar las células senescentes, algunos como dasatinib se aplican al tratamiento de la leucemia. Es un campo muy prometedor, pero no tenemos identificado ningún compuesto que elimine estas células de manera eficaz ni conocemos el efecto que puede tener en las células sanas. Sí se ha visto, en cambio, que algunos fármacos de este tipo, como Navitoclax, dañan a las plaquetas, lo que aumenta el riesgo de hemorragias. “La senescencia es la causa del daño celular asociado al envejecimiento, pero también es un mecanismo anticáncer y juega un papel a la hora de curar heridas”, señala Macip. “Hay muchos experimentos en animales, pero no sabemos qué pasaría en humanos”.
4. Telomerasa: el botón del cáncer
Desde que Elizabeth Blackburn y Carol Greider descubrieron la existencia de los telómeros en 1985, se han convertido en uno de los campos de investigación más activos contra el envejecimiento. Algunos gurús, como Elizabeth Parrish, aseguran haberse sometido a una terapia génica para fomentar la expresión de telomerasa, la enzima que mantiene activos los telómeros en los extremos de los cromosomas. “A lo largo de nuestra vida, estos extremos se van desgastando, hasta que llega un momento en el que la célula no se puede dividir más y entra en senescencia”, explica Muñoz Espín. “La forma en que una célula tumoral esquiva esto, para poder dividirse, es precisamente activando la telomerasa, que permite elongar los telómeros”.
Lo que hacen es una locura, porque una vez pasas ese umbral de tomar cien medicamentos distintos al día, es imposible controlar las posibles interacciones entre ellos
Como esta proteína no se produce en el organismo adulto, se está hablando de terapias para intentar activar la telomerasa y rejuvenecer, pero esto puede promover la aparición del cáncer. “De hecho, esto es lo que se ha visto en algunos modelos de experimentación animal”, indica el experto. “Por eso cualquier intervención terapéutica necesita de una regulación muy estricta, para evitar que se comprometa la salud de los pacientes”. “Estas cosas son serias y peligrosas”, añade Collado. “Lo mejor que puede pasar es que no funcione, porque estás favoreciendo que prolifere sin control cualquier célula que haya tenido un fallo”.
5. Parabiosis: un experimento temerario
Es un concepto muy antiguo, que se remonta a 1865, cuando el biólogo francés Paul Bert hizo una serie de experimentos en los que conectaba la circulación de dos animales de la misma especie e intercambiaba la sangre entre ellos. La idea cobró nueva fuerza en 2014, cuando el equipo de Tony Wyss-Coray descubrió que al poner sangre de ratones jóvenes en ratones viejos se producían mejoras en sus músculos, corazón y cerebro. “Eso ha hecho que mucha gente se lance a estudiarlo, pero no tenemos claro qué factores pueden estar causando ese efecto”, asegura Collado.
Bryan Johnson intercambia plasma con su hijo.
“En animales funciona, pero hasta que no encontremos esos factores recomendar esta práctica es temerario”, defiende Macip. Aunque no se muestra en el documental sobre su vida, el propio Johnson, que intercambió plasma con su hijo y su padre, lo abandonó por falta de resultados.
6. Reprogramación celular: todo por probar
Es una de las estrategias más prometedoras para combatir el envejecimiento, pero muy alejada aún de la clínica. Consiste en rejuvenecer los tejidos mediante un proceso que permite borrar la información epigenética de las células, incluidas las del envejecimiento, y que ha dado buenos resultados en ratones.
“La idea es borrar estas marcas que las células van adquiriendo a lo largo de la vida”, explica Collado. “El problema es conseguir borrar solo marcas de envejecimiento, porque un efecto que se ha visto es la aparición de teratomas, tumores en los que células indiferenciadas proliferan de forma descontrolada”. Por otro lado, indica Macip, “es verdad que cuanto más vieja es una célula más metilaciones (y marcas epigenéticas) tiene, pero si desmetilas tu ADN no rejuveneces”.
Bryan Johnson en uno de los muchos aparatos con los que monitoriza su salud.
7. Restricción calórica: un juego peligroso
Reducir la ingesta de alimentos siempre se menciona como la intervención que de manera más robusta y reproducible ha conseguido demostrar un beneficio en la longevidad. Sin embargo, prácticas como el ayuno intermitente pueden entrañar riesgos cuando se llevan al extremo y la mala alimentación conlleva la pérdida de masa muscular o la infertilidad.
“El nivel de restricción calórica efectivo en envejecimiento puede ser tan extremo que puede tener efectos negativos indeseados”, señala Manuel Collado. “Se sabe que existen perjuicios claros de restringir calorías a esos niveles, y eso contando con que se hiciese bajo una supervisión que controle de manera estricta que no se produce malnutrición. Jugar con la dieta para llevarla a un extremo es siempre muy peligroso, sobre todo a largo plazo”.
Conclusión: un circo muy rentable
Con todos estos elementos, los especialistas insisten en la necesidad de diferenciar el verdadero conocimiento científico de este circo mediático organizado por los gurús del antienvejecimiento. “Detrás de todo esto yo veo un gran negocio y una campaña de marketing muy agresiva”, argumenta Muñoz Espín. “Se nos muestra a una especie de líder, que parece muy exitoso, en el que hay una fe ciega y, al igual que las sectas en las que se promete el cielo, aquí se nos promete rejuvenecer y poder vivir para siempre”.
“Lo que hacen estas personas y quienes les siguen es suicida y es una creencia, en la frontera de la pseudociencia y la religión”, añade Acosta. Lo que resulta más peligroso, en su opinión, es que parten de una base científica real y, a partir de ahí, hacen una deriva pseudocientífica y deciden probarlo cegados por la fe. “El problema viene cuando estas figuras se alzan como influencers y consiguen llevarse, cual flautista de Hamelin, a una caterva de descerebrados con ínfulas pseudocientíficas”, insiste Sofía Ferreira.
Todo esto es una publicidad horrorosa para la ciencia del envejecimiento, que es algo muy serio y se genera la falsa apariencia de que es un campo de chiflados
Para Collado, se trata de un batiburrillo de cosas bien conocidas, cosas dudosas y cosas falsas. “Pero es que esto nunca fue sobre ciencia”, resume. “Todo esto es una publicidad horrorosa para la ciencia del envejecimiento, que es algo muy serio, muy necesario y con mucho futuro (y presente) que se pone en cuestión por sujetos como estos, generando la falsa apariencia de que es un campo de chiflados o un capricho de millonarios excéntricos y vendehumos”. Cualquier conclusión de lo que pase con ellos no tiene ninguna validez científica, porque las condiciones no están controladas y la muestra es de un solo sujeto, sin grupo de control con el que comparar.
Bryan Johnson y su hijo posan con las muestras de plasma que intercambian.
Lo más paradójico, indican los expertos, es que las estrategias más influyentes para mejorar la esperanza de vida son bien conocidas: ejercicio, buena alimentación y descanso. Y factores como la existencia de un sistema de sanidad pública y preventiva, lejos del concepto individualista que promulgan estos mediáticos gurús de la salud. “En España tenemos alrededor de 81 años de esperanza de vida, gracias en buena medida a la atención primaria”, incide Acosta.
A Macip le llama la atención que la mayoría de individuos que llegan a edades muy avanzadas son personas que se han mantenido muy activas y como parte de la sociedad, haciendo cosas útiles para los demás hasta el final de sus días. “Acabo de estar con la persona más vieja de España, que cumplió 111 años la semana pasada, y me cuenta que estaba siempre rodeada de niños y sintiéndose un miembro útil de su entorno”, asegura. “Los modelos que viven más representan todo lo contrario que estos individuos obsesionados con la longevidad, son gente que hacen de forma natural cosas que funcionan”, concluye. “Quizá deberíamos aprender más de ellos”.