Las empresas espaciales de Elon Musk (Space X) y Jeff Bezos (Blue Origin) podrían prefigurar la constitución de nuevos imperios privados, esta vez en las futuras colonias de la Luna y Marte
En 1593, George Clifford, tercer conde de Cumberland, encargó a los astilleros de Deptford “el mayor y mejor buque construido por un súbdito británico”. Cumberland no quería pedir prestada una nave de la flota real: quería su propio barco de guerra. En 1595 fue bautizado como ‘Scourge of Malice’, o ‘Azote de Malicia’. Contaba con 38 cañones. El ‘Scourge of Malice’ se fogueó en varias operaciones bélicas contra naves españolas y portuguesas y el 13 de febrero de 1601 partió, al frente de una pequeña flotilla de cuatro barcos, con rumbo hacia el cabo de Buena Esperanza.
La Compañía de las Indias Orientales se había constituido pocas semanas antes, el 31 de diciembre de 1660. El ‘Scourge of Malice’, al que durante la travesía se cambió el nombre por el de ‘Red Dragon’, inauguró las actividades del mayor imperio privado que ha conocido la historia humana. La Compañía se impuso a los antiguos imperios de España y Portugal, rivalizó con éxito con la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, logró establecer un monopolio comercial en un inmenso territorio que abarcaba India, China, Japón y el sureste asiático y hasta su disolución, a mediados del siglo XIX, proporcionó inmensas fortunas a sus accionistas. Ningún comercio quedó fuera de su alcance: esclavos, especias, opio, algodón…
Las empresas espaciales de Elon Musk (Space X) y Jeff Bezos (Blue Origin) podrían prefigurar la constitución de nuevos imperios privados, esta vez en las futuras colonias de la Luna y Marte. Ya no es la NASA, una agencia pública, sino las corporaciones de dos grandes tecnomagnates, quien lanza cohetes desde Cabo Cañaveral. Y aunque Musk y Bezos operan por el momento en el negocio de los satélites y las telecomunicaciones con infraestructura extraterrestre, su ambición declarada es crear colonias y aprovechar los recursos mineros lunares y marcianos. Hablamos de un futuro relativamente lejano, pero concebible.
Conviene recordar que la antigua Compañía de las Indias Orientales adquirió, gracias a su poderío comercial, una dinámica imparable. Lo que al principio podía considerarse una simple milicia, dedicada a la autodefensa, llegó a convertirse en un ejército privado de 260.000 soldados, muy superior al de la propia Corona británica. Las negociaciones entre la Compañía, la Corona y el Parlamento, casi siempre centradas en el reparto del dinero, marcaron la política del Reino Unido durante los siglos XVII y XVIII.
Quizá resulte prematura la hipótesis de que los próximos siglos vayan a generar inmensos imperios galácticos en manos de corporaciones. Pero si la exploración espacial la realizan empresas privadas, como es el caso, cabe esperar que sean las mismas empresas privadas (hoy generosamente regadas de fondos públicos) quienes exploten los hipotéticos beneficios. Si el desarrollo tecnológico para la aventura exterior alumbra nuevas armas, cabe esperar que los dueños de la tecnología hagan uso de ellas.