Tras la pista de Pepe ‘el del Popular’: una estafa millonaria y 18 años viviendo en México con una identidad falsa

Se cumplen tres décadas de un desfalco de 36 millones de euros y 250 afectados por la quiebra del sistema piramidal de un empleado que prometía elevados intereses y daba créditos sin hacer preguntas

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Dice el refrán –ya desactualizado por los euros– que nadie da duros a cuatro pesetas. Pepe ‘el del Popular’ los daba. La sucursal número 1 del Banco Popular de Santander en la que trabajaba multiplicaba los beneficios de clientes que acudían a esta oficina de la elitista zona de Puertochico en la capital cántabra.

Excitados por el boca a boca del milagro de los panes y los peces, el nombre de Pepe ‘el del Popular’ se hizo muy conocido por su gran amabilidad. Pero, sobre todo, por otras virtudes, como dar mayores intereses al abrir una cuenta que en otras oficinas del propio banco, blanquear dinero negro o dar créditos con extraordinaria ligereza sin hacer muchas preguntas. En las libretas de los clientes, que se utilizaban entonces para apuntar los movimientos, solo figuraban sus iniciales. Pero pese a los sospechosos indicios, todos guardaban silencio porque salían notablemente beneficiados. Todo el mundo hizo la vista gorda.

La oficina de Pepe era como la consulta del médico: todos los clientes querían tratar personalmente con él y esperaban horas hasta que les recibía. Trabajaba hasta los domingos. Dicen que era un encantador de serpientes, un hombre inteligente, extremadamente amable y persuasivo, que se ganó la confianza de las personas adineradas e influyentes de Santander. “Uno era el último de la clase si no tenía libreta con él”, testificó en el juicio uno de los acusados.

La oficina de Pepe era como la consulta del médico: todos los clientes querían tratar personalmente con él y esperaban horas hasta que les recibía

Hasta que el 28 de febrero de 1991 José Pérez Díaz (Linares, Asturias, 1951) recibió una llamada de un directivo del banco anunciándole una inspección que se produjo a principios de marzo. El día antes Pepe acudió al velatorio de un compañero, el cajero de la oficina con el que protagonizó una comentada anécdota. Juntos, dos años antes, habían impedido un robo en la oficina de Puertochico cuando colaboraron en la detención del atracador que iba armado con una escopeta. Después, desapareció. Cuando al día siguiente el director regional del Banco Popular entró por la puerta de la sucursal, el responsable ya no estaba allí para darle explicaciones. Pero dejó una pista. Dos cartas en el buzón del abogado Antonio Sarabia y una abultada documentación con anotaciones manuscritas que la mujer de Pepe, Esperanza Murillo, hizo llegar al abogado.

En una de las misivas, José Pérez escribió que todo empezó cuando una empresa de Gijón debía cuatro millones de pesetas al Banco Popular. Como la operación la había firmado él, cuando estuvo destinado en Asturias, le hicieron volver para encargarse de cobrarlo. Lo resolvió pagando la deuda con dinero de otro cliente. El banco quedó satisfecho y él recibió una palmadita. Ahí fue cuando se le ocurrió montar el banco paralelo que prometía más intereses y que daba dinero a los que lo necesitaban.

Si un cliente estaba en números rojos, le hacía un ingreso con dinero de otro cliente para superar la mala racha. Si otro necesitaba un crédito, se lo concedía sin más requisitos. Dicen que su lema era ir tapando agujeros. Hasta que todo se complicó extraordinariamente porque no hubo dinero ni para los descubiertos ni para pagar los elevados intereses que prometía. Todo se precipitó por un agujero negro de enormes dimensiones.

En la segunda carta, advertía al entonces presidente del Banco Popular, Valls Taberner, del escándalo que se iba a desatar.

Un equipo de 23 ejecutivos del Banco Popular trabajó durante tres meses hasta que desentrañaron aquella estructura piramidal. Pepe había creado un banco paralelo

Cuando empezaron a analizar las anomalías detectadas en la auditoría se destapó un desfalco mayúsculo. Aunque fue costoso saber qué estaba pasando realmente en la sucursal. De hecho, un equipo de 23 ejecutivos del Banco Popular trabajó durante tres meses hasta que desentrañaron aquella estructura piramidal. Pepe había creado un banco paralelo. De los 2.000 clientes que tenía la sucursal seleccionó a 300, los más exclusivos, a los que ofreció una remuneración más elevada de lo normal, un 12%, cuando lo normal era un 10%.

Las cartillas de los clientes VIP eran en realidad libretas B que registraban movimientos de ingresos y pagos al margen de la contabilidad oficial del banco. Se habían esfumado 6.000 millones de pesetas (aproximadamente 36 millones de euros), había más de 250 perjudicados, entre empresarios, inversores e instituciones y entidades como la Cámara de la Propiedad Urbana de Cantabria, el Casino de El Sardinero, el Igualatorio Médico Quirúrgico, la Mutualidad de Previsión Social o la Asociación de la Prensa de Cantabria.

Una fuga que estremeció a Santander

Pepe desapareció aquel día de marzo de 1991 tras salir del velatorio de su compañero y se perdió su rastro durante 18 años. Su esposa, Esperanza Murillo, tenía la obligación de presentarse en el juzgado cada 15 días, pero huyó de Santander un año después. Desde entonces, no se sabe nada de ella. Al parecer, el matrimonio solo se vio una vez en México, según confesó el propio Pepe, y continuaron caminos diferentes.

La fuga de Pepe estremeció a la ciudad. Algunos de sus clientes, como el entonces propietario del Restaurante El Segoviano, Felipe Salayero, que le había confiado 12 millones de pesetas, se encerró un día en la sucursal desde las once de la mañana hasta las siete y media de la tarde. “Dadme mi dinero”, repetía presa de los nervios. Otras dos mujeres, las hermanas Sáenz, se atrincheraron en otra oficina del banco, en la calle Emilio Pino, durante 25 horas sin comer ni dormir, exigiendo los 13 millones de pesetas de cada una, fruto de una herencia que habían colocado en el banco.

Curiosamente, Pepe nunca había llamado la atención. Tampoco parecía llevar una vida ostentosa. Residía en un piso de alquiler, desde que le trasladaron de Asturias a Santander, y se acababa de comprar un chalet adosado. Un terreno y un puñado de acciones eran todo su patrimonio. Ni rastro de lujo.

Juicio sin el principal acusado

Paradójicamente, poco antes de desvelarse el fraude, Pepe acababa de recibir un homenaje como empleado del año, por los buenos resultados de su sucursal. Así que, ante la situación y para evitar un mayor escándalo, el banco se vio obligado a dar por buena la contabilidad B y acabó pagando a los afectados por el fraude las cantidades que tenían anotadas en cartillas sin registrar en el banco y en su mayoría sin nombre, identificadas solo por iniciales. No obstante, también hubo reclamaciones. Seis años después un juzgado condenó al Banco Popular a pagar a un arquitecto los 226 millones de pesetas que alegó tener depositados en dicha entidad.

Poco antes de desvelarse el fraude, Pepe acababa de recibir un homenaje como empleado del año, por los buenos resultados de su sucursal

Pese a la ausencia de los principales imputados, la Audiencia de Cantabria celebró un juicio en 2004 sobre el desfalco en el Banco Popular en el que se juzgó a seis personas por su presunta complicidad con Pepe. Solo una de ellas fue condenada a un año de cárcel: Eduardo Álvarez.

El tribunal declaró probado que entre 1986 y 1991 Pepe montó un banco paralelo a través del cual conseguía depósitos millonarios de numerosos clientes que, en parte, se apropió y, en parte, desvió al empresario Eduardo Álvarez para financiar sus empresas familiares. Según la sentencia, cobró más de 1.000 millones de pesetas con cheques bancarios de otras personas y solo devolvió a Pepe la mitad y ni siquiera a los clientes de cuyas cuentas habían salido los fondos.

Según se hizo público en aquel momento, Álvarez dijo en el juicio que los abogados de varios clientes afectados por el fraude ofrecieron al banco facilitar la dirección de Pepe a cambio de un millón de dólares, pero que a la entidad no le interesaba que apareciese.

Una nueva identidad

Cuando estalló el escándalo, Pepe tenía 39 años, mujer y cuatro hijos. Se fugó a México y se convirtió en Roberto García Gómez. Allí se ganaba la vida trabajando, primero de contable en una pequeña empresa y después de comercial de pinturas y de materiales de construcción.

Lo extraño es que él no vivía como un millonario. Lo qué pasó con el dinero que desapareció es una incógnita. En alguna ocasión dijo que llegó a Veracruz con 750.000 pesetas y un cheque de 3.000 dólares que cobró un mes después como José Pérez Díaz sin ninguna complicación. En otras declaraciones afirmaba que se fue sin dinero. Se publicó, también, que un empresario le dio diez millones de pesetas antes de subirse a un avión en Barajas rumbo a México.

Cuando estalló el escándalo Pepe tenía 39 años, mujer y cuatro hijos. Se fugó a México y se convirtió en Roberto García Gómez

Lo cierto es que Pepe fue alternando varios trabajos y conoció a una mujer con la que consolidó una relación con el nacimiento de un hijo al que bautizaron con el nombre falso del padre: Roberto. Se casaron en 1995. Durante 18 años vivió como un prófugo refugiado en una identidad falsa y se construyó una nueva vida tranquila y discreta.

Todo saltó por los aires el día que la empresa de construcción para la que trabajaba se empeñó en enviarle a una feria profesional a Chicago. Probablemente, fue la solución para acabar con la farsa y recuperar su identidad. Pepe fue a la Embajada de Estados Unidos para solicitar el visado. Al estampar sus huellas digitales se descubrió la orden de detención internacional librada por la Justicia española a la Interpol. Lo detuvieron allí mismo y le enviaron a la  prisión de Veracruz.

Desde allí hizo una llamada telefónica. Una de las más duras de su vida. Tuvo que confesar a su pareja, Diana Judith, su verdadera identidad y su pasado en España, después de 13 años de vida en común mintiendo sobre sí mismo. “Hacía ya tiempo que tenía ganas de terminar con esta vida que llevaba. No hubiera querido que fuera así, no digo que haya provocado la detención, pero tampoco extremé muchas medidas para que no se diera”, confesó en una entrevista con la Agencia EFE en Veracruz.  

Delitos prescritos

A las dos semanas quedó en libertad. El Juzgado de Instrucción número 3 de Santander estimó que los delitos de apropiación indebida y falsedad documental que se le imputaban habían prescrito. Nada más salir de la cárcel viajó a España acompañado de su abogado para acabar de resolver su situación y renovar su caducado carné de identidad. El viaje se lo pagó Telecinco a cambio de una entrevista en el programa ‘Rojo y negro’. Tuvo tiempo para desplazarse a Asturias y saludar a sus familiares y para volver a Santander en una visita rápida y en la que desayunó en un hotel de El Sardinero con un antiguo compañero de la sucursal.

El Banco Popular recurrió la prescripción del caso y el asunto llegó hasta el Tribunal Supremo, que lo desestimó definitivamente en 2011. A partir de entonces, Pepe se instaló en Castellón, donde trabajaba como representante para Latinoamérica de una empresa de materiales de construcción, y más tarde y en paralelo empezó a gestionar un hotel en la localidad gallega de Barreiros.

Su versión: no se llevó el dinero

A medio camino entre Bernard Madoff y ‘El Dioni’, Pepe ‘el del Popular’ nunca ha admitido haberse llevado el dinero. “Estaría viviendo en la costa mexicana sin hacer nada y desde que llegué a México tuve que trabajar para subsistir”, aseguró en una entrevista. Dice que el dinero se quedó en el banco y en los clientes, “en pasivos, invertido en créditos y en bonos gubernamentales”.

A medio camino entre Bernard Madoff y ‘El Dioni’, Pepe ‘el del Popular’ nunca ha admitido haberse llevado el dinero

En la versión que Pepe dio en un programa televisivo dijo que el banco trabajaba con dinero negro de personas con ahorros que no querían declarar. A estos se les daba una libreta con un código diferente del resto, firmadas por el director del banco, y el dinero se invertía. “Con ese dinero se llegaron a financiar importantes campañas electorales de la época y también puedo decir que los directivos de la entidad conocían todo lo que sucedía, pero no hicieron nada porque no pensaron que iba a ser para tanto”, confesó. El protagonista de esta historia sostiene que el banco siempre supo dónde estaba.

Por si a la historia le falta algún ingrediente, cuando Pepe ‘el del popular’ era el mexicano Roberto García tuvo en suerte frecuentar a la gran Chavela Vargas, que mantuvo una estrecha amistad con su mujer Diana. Hasta tal punto que Televisión Española grabó un reportaje con la cantante en la casa de Pepe, quien tuvo buen cuidado de no dejarse grabar porque seguía siendo un prófugo de la justicia. Pero allí estaba, delante de los ojos de todos los que le buscaban.

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