Las buenas políticas públicas pueden y deben frenar la ofensiva global y local de la derecha extrema aliada con la plutocracia tecnológica. Este es el camino que emboca Barcelona: impulsar la igualdad de oportunidades y ensanchar el bienestar colectivo
Nos enfrentamos en todo el mundo a un combate caudal que definirá el futuro de nuestras sociedades, es decir, de todos y cada uno de nosotros. En esta pugna, la resistencia de la democracia se mide con la amenaza de la coalición del autoritarismo y la tecno-oligarquía.
La extrema derecha, nutrida por multimillonarios tecnológicos hostiles al interés público y a la esencia misma de la democracia, gana terreno exacerbando las dificultades económicas y las incertidumbres de la gente. Esta alianza persigue sin tapujos la demolición de derechos y libertades. Envenena a la opinión pública. Enarbola la bandera del negacionismo climático, pese a las abrumadoras evidencias científicas, y atiza nuevas hogueras donde carbonizar los derechos sexuales o los de las personas migrantes. Y esto es solo el comienzo.
La peligrosa liga gana posiciones culturales y mediáticas mientras cuestiona el derecho internacional y el propio sistema de libertades. El mundo asiste a un cambio inquietante que pretende la liquidación del multilateralismo y el hundimiento definitivo del fértil pacto social nacido de los escombros de la Segunda Guerra Mundial.
La situación es grave, mucho más aun para las minorías. Pero no hay lugar para el desánimo. No tenemos derecho al desfallecimiento. El progreso solo avanza a golpe de optimismo. No estoy hablando de un deseo vaporoso o ingenuo, sino de un optimismo comprometido, activo, constructor.
Demostrar la utilidad social de las instituciones democráticas y desplegar su poder transformador es la vía para defenderlas y fortalecerlas ante quienes las quieren frágiles o directamente mutiladas.
Las ciudades, en su doble naturaleza cercana y global, deben ejemplificar y visibilizar el camino. Es la hora de las ciudades, y es necesario que demos un paso al frente para conferirle sentido a nuestro papel en la escena global.
De lo global a lo local. ¿Qué papel pueden jugar las urbes ante este desafío mundial? Las ciudades brindan una gran capacidad de entendimiento y solidaridad, en contraste con las dinámicas más agresivas y de poder entre estados. Barcelona asume su responsabilidad porque entiende que le corresponde, porque forma parte de nuestra identidad como ciudad diversa y acogedora, baluarte de los derechos y las libertades.
La ciudad es la gente, la ciudad debe velar por la gente. A esto me refiero cuando digo que no tenemos derecho al desánimo, que debemos afrontar esta suerte de película distópica con una voluntad y un compromiso social renovados.
Velar por la gente es trabajar para garantizar el espacio público, también la seguridad, que en democracia es un auténtico valor social. Asegurar la equidad con un plan de barrios bien dotado, impulsar la ocupación, ampliar el bienestar social, luchar a favor del planeta con una ciudad más sostenible, defender férreamente el derecho a la vivienda…
Las políticas públicas progresistas que mejoran la vida de la gente, que impulsan la prosperidad económica y también social, la igualdad de oportunidades, la educación, la salud, el ocio, la convivencia, las libertades y los derechos; estas políticas son el muro en el que ha de estrellarse la desinformación fangosa del autoritarismo y la oligarquía tecnológica.
Hoy, defender el derecho a la vivienda es defender la democracia. Esta es la prioridad máxima de Barcelona. Hemos constituido una unión de once capitales europeas, de Lisboa a Atenas y de París a Budapest, y hemos pedido a la presidenta de la Comisión Europea mejor regulación y mayor financiación en vivienda.
Una política de vivienda progresista y efectiva es imprescindible para favorecer la promoción y la equidad sociales, para garantizar los derechos de los ciudadanos y para dar valor a las instituciones democráticas, hoy zarandeadas con fuerza. Barcelona está comprometida en la construcción de 1.000 pisos protegidos cada año, la eliminación de todas las viviendas turísticas y la regulación de los alquileres temporales. Más pisos, mejor regulación y más ayudas. El camino que queda por delante es muy largo, negarlo sería una impostura, por eso mismo hace falta apresurarse y no desfallecer.
Las buenas políticas públicas pueden y deben frenar la ofensiva global y local de la derecha extrema aliada con la plutocracia tecnológica. Este es el camino que emboca Barcelona: impulsar la igualdad de oportunidades y ensanchar el bienestar colectivo y el horizonte de progreso de la gente.