Cuando la justicia es lenta para los jueces, algo pasa

La espera más desesperante es siempre la de los tribunales: aumenta la incertidumbre, te desarma, a veces hasta genera indefensión. Por eso empatizo mucho con la jueza del juzgado de instrucción número 19 de Madrid. Ha citado ya cuatro veces a un ciudadano normal, un tal ‘Alberto Quirón’, y no ha conseguido aún que vaya

La justicia siempre fue lenta para nosotros, o sea, los de a pie. Y nos lamentábamos: una justicia lenta es injusta. Aunque era un problema extendido: “La tardanza de la justicia es uno de esos males de los que el hombre solo puede librarse mediante el suicidio”, dice Shakespeare en ‘Hamlet’. 

Esperar durante años, cuando tienes cuentas pendientes con la justicia, es terrible. En general, esperar es un horror, da igual lo que una espere y cuánto dure. Yo, que soy impaciente por naturaleza, pienso en la cantidad de veces al día que espero: a que se haga el café, a que mi perra defeque en la calle (para recogerlo) o a que salga agua tibia del grifo (para enjuagarme los dientes, que los tengo muy sensibles). 

El caso es que no paro de esperar. Me irrita. Y me he dado cuenta de que la gente más poderosa no espera, sino que hace esperar a los demás. Ese test es infalible: cuando tienes que esperar es porque alguien con más poder o más dinero está siendo esperado. Si hay dos ascensores en un edificio público, bloquean uno para que baje esa persona con poder, de manera que todo el mundo se amontona en la cola del otro y tu tiempo de espera se duplica. Esto me irrita aún más.

Mucha gente paga para evitar esperas: un billete en business, por ejemplo, te permite eludir no una cola, sino dos: la de facturar y la de seguridad (vas por el fast-track). Abomino tanto de las colas que no las hago. Puedo dedicar media hora a encontrar un jersey que me guste, pero como llegue a la caja y haya cola, lo dejo y me marcho.  

Hay colas que no se las puede uno saltar. Mi amiga Petra tiene un dolor de rodilla tan agudo que cojea y todo. Le han dado cita en la pública para una radiografía dentro de un año, en enero de 2026. Y no puede pagar para saltarse la cola: tiene que seguir coja porque no hay repuestos de rodilla. Lo de esperar al médico es tan clásico que la sanidad privada no se lo quiere perder. Ya se han puesto a ello y consiguen listas de espera cada vez más largas. Un éxitazo.  

El tiempo que esperas puede salvarte la vida o condenarte. Por eso existen las Urgencias. Si tienes una urgencia vital, te atienden rápido, o sea, te saltas la cola sin pagar más. Pero eso obedece sólo a criterios médicos y se está quedando obsoleto en el capitalismo actual. Debe actualizarse para que se salte la cola quien tiene más grande la billetera, no el tumor. Para que quien paga Premium no espere por una tos, mientras el del tumor se pudre: eso es tener mucha libertad, la vida sin esperas.

Tiene sentido en la lógica básica capitalista: si el tiempo es oro, el oro es tiempo. El dinero te compra a veces unos minutos en el mostrador de Iberia. Y otras, años de vida. Porque todos los enfermos son iguales, pero unos más que otros. Y no sufras que te vas a morir igual, como dijo Miguel Hernández: “Tanto penar para morir seguro”. 

A mí me irrita esperar porque siento que no controlo mi tiempo, o sea, mi vida. Cuando he tenido asuntos con la justicia me ha generado una especial impotencia, porque me he visto sin capacidad de gobernar el ritmo de los acontecimientos, su curso o su desenlace. La espera más desesperante es siempre la de los tribunales: aumenta la incertidumbre, te desarma, a veces hasta genera indefensión. Por eso empatizo mucho con la jueza del juzgado de instrucción número 19 de Madrid. Ha citado ya cuatro veces a un ciudadano normal, un tal ‘Alberto Quirón’, y no ha conseguido aún que vaya. La tiene esperando desde hace meses. Que la justicia sea lenta para los ciudadanos de a pie, los González, los Amador, etc., forma parte de lo normal. Ahora bien, que sea lenta para los jueces… esto es un giro inesperado del sistema. Nos adentramos en tierra ignota.

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