Adam Elliot (‘Mary and Max’) opta al Oscar a Mejor película de animación con esta tierna y dolorosa historia de una solitaria niña a la que separan de su hermano tras la muerte de su padre
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Grace Pudel es una niña solitaria que colecciona caracoles. No es ni mucho menos la persona más popular del colegio. Su hermano Gilbert está siempre atento para protegerla de los matones. Apenas habla, le cuesta hacer amigos, es huérfana de madre y su padre es alcohólico. También le encantan las novelas románticas y rige su día a día en relación con su particular rutina, sin grandes aventuras, hasta que su padre fallece. Su muerte le obliga a separarse de ‘su’ persona, su única familia: Gilbert. Distanciados por cientos de kilómetros, que acortan escribiéndose cartas, aguardan con ilusión, anhelo y ansiedad a su reencuentro.
Acoso, explotación, abuso, intento de suicidio, adicción a las drogas, gordofobia, pérdida, aislamiento, homofobia y hasta la asfixia provocada por una familia que funciona como la peor de las sectas religiosas convergen en Memorias de un caracol. La nueva y brillante película de Adam Elliot –director de la también prodigiosa Mary and Max (2009)– que, pese al absoluto drama en el que están sumidos sus protagonistas; su resultado es un bellísimo retrato de la vida, la familia y la aceptación. El largometraje, que llega esta semana a las salas, está nominado al Oscar a la Mejor película de animación.
La voz de Grace –que cuenta sus experiencias al pequeño caracol Silvia–es la que guía esta historia que duele y que se cuela hasta los huesos según arranca, con un stop-motion sumamente cuidado en el que los rasgos de cada personaje están milimétricamente medidos para que sea imposible mantenerte impasible ante sus expresiones. No solo las de los hermanos, también las de Pinky, la anciana que logra romper todos los esquemas a la joven Grace, y aportarle la vitalidad y desinhibición que aprenderá a ir teniendo a medida que pasan tiempo juntas.
“En la animación tenemos mucho control y libertad creativa. Los personajes pueden tener el aspecto que queramos, exagerarlos. Podemos jugar a ser dioses, algo que la acción real no permite”, explica su director Adam Elliot, que presentó su joya en el pasado Festival de San Sebastián. “La animación es un medio muy bueno para contar historia que realmente representan un desafío”, defiende sobre la elección de este género elegido para llevar esta ficción a la gran pantalla. Precisamente “desafiante” es la tipología de largometrajes que defiende que merece la pena ser rodados.
Adam Elliot no se ha cortado a la hora de señalar a la religión, aquí representada a través de una facción extremista que decide castigar a Gilbert por descubrir que es gay. “Quería tratar la homofobia, igual que hay un intento de suicidio, adicción, mucho contenido adulto y sí, siempre estás preocupado por si vas a ofender a alguien, pero es que si te obsesionas con eso, acabas haciendo una película homogénea y sin ningún tipo de filo”, sostiene. “He visto mucha animación que es muy segura y predecible. A mí me gusta correr riesgos, es bueno hacerlo. Pero bueno, probablemente reciba alguna amenaza de muerte”, reconoce.
Lo complejo no erradica la belleza
El cineasta explica que eligió un caracol para que fuera la principal compañía de Grace porque es “la mejor metáfora de su estado psicológico. Cuando a un caracol le tocas las antenas se retrotraen, y Grace siempre está retrayéndose de la vida, metiéndose dentro de su caparazón”. Además, valoró que las espirales de sus cáscaras ejemplifican “los giros que va dando la vida” y que sean seres hermafroditas: “No son ni machos ni hembras, son raros, un poco extraterrestres. Hay algo en ellos que me parece fascinante”.
Elegido el elemento, lo siguiente era construir una película que, pese a su crudeza y colmillo, fuera sumamente bonita. “El trabajo de guionistas y directores es traspasar los límites. Contar historias que sean complejas, pero también esforzarse por la poesía y belleza, lograr que haya un equilibrio entre luz y oscuridad, comedia y tragedia”, expone el artista australiano.
Grace, tras separarse de su hermano Gilbert en ‘Memorias de un caracol’
“Cuando escribo soy muy consciente de intentar conseguir esas subidas y bajadas. Puedes tener una escena realmente oscura, conflictiva y angustiosa, pero en seguida pasar a algo ligero y esponjoso para conseguir que el público se olvide. Y que la gente salga del cine emocionalmente destrozada. No en un estado de shock, pero sí de agotamiento”, comparte considerando que es un objetivo que persiguen del mismo modo los escritores: “Todos quieren que al llegar de la novela sus lectores sientan que acaban de experimentar muchas emociones diferentes”.
El ‘peligro’ de incendiar una iglesia
Memorias de un caracol es dura, crítica y férrea en su retrato de la religión, con todos los peligros derivados del fanatismo y aquí incluso explotación por parte de una familia que convierte los sermones en ruines recaudaciones de cuantías económicas hasta de los más pequeños. “Cuando era niño tenía que dar dinero de mi bolsillo a la iglesia cada domingo. Mi colegio era muy religioso, por lo que a los 18 ya estaba harto. Encontré la religión muy contradictoria y llena de hipocresía, así que empecé a leer sobre ateísmo, que es lo que soy ahora”, confirma.
El director explica que es algo de lo que se ha despojado “por completo” en su vida. “En particular sobre la Iglesia Católica, no quería contar una historia sobre ella después de todos los horrores de la pedofilia y la crueldad que se ha ido sucediendo a lo largo de los siglos”, critica. Como solución, optó por incluir “una religión organizada, por eso la familia que se queda con Gilbert es una secta. Son muy crueles y explotadores, como muchas religiones”.
“Después de incendiar una iglesia y quemar un crucifijo, seguramente molestaré a muchas personas, particularmente en Estados Unidos”, reconoce consciente aunque, de nuevo, defiende inmutable su postura de que los directores deben hacer películas “desafiantes”: “De lo contrario, se vuelven aburridas”.
Grace y Pinky, amigas inseparables en ‘Memorias de un caracol’
El hilo conductor de Memorias de un caracol es el relato en primera persona de su protagonista, lo cual invita a reflexionar sobre cómo nos relacionamos con nuestros pasados, y cuánto podemos incluso modificarlos cuando los contamos. “La película son unas memorias. Es Grace hablándole a un caracol sobre sí misma, intentando entender por qué le ha pasado todo lo que le ha pasado. Siente lástima de sí misma”, comparte el cineasta. En su compartirse es como encuentra la forma de ir descubriendo qué es lo que necesita.
En su viaje es clave Pinky, la anciana que le empuja a tomar el control de su vida. Con ella la película realiza una clara reivindicación de la tercera edad. “Todos necesitamos pasar tiempo con personas mayores, con nuestros abuelos, porque ellos han vivido una vida, han cometido errores, y también tienen buenos consejos que darte”, recomienda. Pinky completa el abanico de personajes con los que el filme funciona como un abrazo de los que duran, aprietan y perduran cuando se acaban. Dejando un poso luminoso, inmensamente bonito.