En medio de este choque de trenes entre una actriz trans racista, una industria del cine hipócrita y capitalista, un director de cine colonialista, una opinión pública adicta a las redes sociales y una opinión mediática misógina, solo hay un único vencedor al alza: el odio hacia las mujeres trans
Pocas dudas hay sobre lo que han dejado al descubierto los tuits de Sofía Karla Gascón que han salido a la luz estas semanas. Comentarios que con contexto o sin él, reflejan un sistema de creencias de la actriz que está más cerca del racismo, el clasismo, la islamofobia y la aporofobia que del principio de universalidad y no discriminación de los derechos humanos. Sean cientos o una decena parece que ahora importa poco, Karla Sofía Gascón ha sido cancelada por la industria del cine y por el activismo LGTBIQ+. La nominada al Oscar a mejor actriz este año ha pasado en apenas tres semanas de ser una diosa a una apestada.
La pregunta que cabe hacer es si su cancelación y la virulencia de su defenestración hubieran sido las mismas si en vez de ser una mujer trans española fueran Lars Von Trier, quien dijo empatizar con Hitler en el Festival de Cannes de 2011 o Mel Gibson, de sobra conocido por su misoginia, racismo y ultraconservadurismo. O Denzel Washington, que ha declarado que no va a hacer películas woke o, el mismísimo Kayne West, que acaba de declararse racista en X y afirmar que Hitler es aire fresco. De hecho, el polémico rapero negro nunca se ha escondido y Neftlix no tuvo ni problemas en hacer y promocionar un documental sobre su vida.
La lista de actores, actrices, cantantes, directores… cuyo sistema de creencias atenta contra los valores que están detrás de los derechos humanos es amplia. Y la vara de medir con cada uno es muy diferente dependiendo de la intersección de variables diferentes como su nacionalidad, su posición social, su género, su orientación sexual, el color de su piel, si son cis o trans, su edad, sus capacidades, su estado emocional… Subrayo lo de intersección porque la auto-trampa en la que ha Caído Karla Sofía Gascón, y a mi juicio, su gran error, ha sido simplificar esta polémica a si soy parte de la otredad discriminada y violentada no me acuses de discriminar y violentar.
Lamentablemente para quienes quieren pensamientos simplistas y populistas, todo esto de las fobias y de las discriminaciones no es lineal. Se puede ser trans y ser racista y clasista, al igual que se puede ser gay y ser tránsfobo, ser mujer y ser machista, ser de izquierdas y ser xenófobo. Es el quién, es el qué, es el cómo y, sobre todo, es el por qué y para qué. Es cuando alguien usa en un contexto concreto la supremacía resultante de su clase, su raza, su género, su nacionalidad, su identidad, su edad… para atacar la dignidad de quienes representan la Otredad, de quienes en vocabulario de derechos humanos se denominan colectivos vulnerables. Si bien debiéramos decir, colectivos y grupos sociales a los que históricamente se les vulneran sus derechos porque representan una amenaza para el poder hegemónico.
Quienes vienen siguiendo a Karla Sofía Gascón ya conocían su polémico y despectivo trato a las y los mexicanos. Un trato que podemos calificar de racista y clasista con el que la actriz llegó incluso a usar un insulto terrible contra ellos: gatos. Insulto del que luego trató de desmarcarse diciendo que no sabía su significado cuando lleva varios años viviendo en México. También podría ser calificada la película Emilia Pérez. Una disección de esta la hizo hace unas semanas Paul Preciado en El País para señalar que la película de Netflix y Jacques Audiard está cargada de racismo y transfobia.
Sin embargo, poca gente quiso hacerse eco de lo que se destapaba en esta reseña ni tampoco de las críticas que la propia cinta francesa ha tenido en México. Antes de escuchar al filósofo queer o a las feministas mexicanas, desde el sesgo de afinidad LGTB, racial y de clase hemos optado por elevar a los altares a Karla Sofía Gascón al escuchar sus discursos sin pelos en la lengua denunciando la transfobia. Con la misma inercia de quien sube impulsada por un estado de opinión, la actriz española ha bajado, pero a mayor velocidad a los infiernos, y en gran parte porque en esa ley de la gravedad que es el linchamiento y la cancelación, el que ella sea una mujer trans ha cobrado un peso superior al que hubiera tenido el no serlo. El ventilador de la crueldad tiene dosis triple de transfobia, misoginia y machismo para ellas.
Y en medio de este choque de trenes entre una actriz trans racista, una industria del cine hipócrita y capitalista, un director de cine colonialista, una opinión pública adicta a las redes sociales y una opinión mediática misógina, solo hay un único vencedor al alza: el odio hacia las mujeres trans.