El historiador Julián Oslé, amigo de la autora, reúne en un libro fragmentos de cartas, postales, ‘collages’ y fotografías de la escritora salmantina, que se publica en el año de celebración de su centenario
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Este 2025 se conmemora el centenario del nacimiento de dos de las escritoras españolas más importantes del siglo XX: Carmen Marín Gaite y Ana María Matute, integrantes de la Generación del 50, la de ‘los niños de la guerra’, que comenzaron a publicar en torno a la década de 1950. A diferencia de lo que suele ocurrir tras la muerte de un autor, ni su obra ni su nombre han caído en el olvido; y quien desee adentrarse en sus libros dispone de una vasta bibliografía a su alcance sin necesidad de rebuscar en bibliotecas y librerías de viejo. Con todo, siempre queda algún resquicio por explorar, algún texto que leer con otra mirada, sobre todo si se trata de figuras tan prolíficas y relevantes.
Es lo que ocurre con Carmiña (Tres hermanas, 2024), un libro de recuerdos que reúne cartas, postales, caligramas, fotografías, citas literarias y otras curiosidades que la autora salmantina compartió con Julián Oslé (Cádiz, 1957), por aquel entonces un joven historiador, con quien forjó amistad a finales de los ochenta. El investigador ha recopilado, seleccionado y ordenado el material que le envió su amiga para crear una obra que hasta ahora no existía y que nos permite, gracias a los recuerdos y fragmentos introductorios del propio Oslé, acercarnos a una faceta más personal de la escritora, la de aquellos para quienes ‘la Gaite’ se convertía en ‘Carmiña’, ‘Calila’ u otro de sus apodos.
El nacimiento de una amistad
Corría el año 1988 cuando un bisoño Julián Oslé se encontraba trabajando en su primer libro, dedicado a la ciudad de Cádiz. Su editor, Eleonor Domínguez, fundador de la editorial Sílex, le recomendó buscar a un prologuista famoso para darlo a conocer. La casualidad hizo que aquella primavera Carmen Martín Gaite, de quien acababa de leer con admiración el ensayo Usos amorosos de la posguerra española (1987; Premio Anagrama de Ensayo), participara en unos actos de la ciudad. La autora, de entrada, rechazó la petición de Oslé; pero de aquel encuentro surgió algo mejor que una colaboración puntual: una amistad de las que perduran en el tiempo, en la memoria y, por qué no decirlo, en el corazón.
No se conocieron en el mejor momento de la novelista: en 1985 murió su hija, Marta, víctima del sida a los veintiocho años (ya había perdido a su otro hijo en 1955, Miguel, que murió de meningitis a los siete meses). Carmen, que se había divorciado de Rafael Sánchez Ferlosio en 1970 y desde entonces vivía con Marta, tenía una sintonía especial con la joven y sus amigos. Quizá por eso no le costó entablar amistad con Oslé, a quien doblaba en edad. Nacida el 8 de diciembre de 1925 en Salamanca, donde transcurrió su infancia y su adolescencia, se hallaba en plena madurez literaria cuando se conocieron: ese año recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, ex aequo con el poeta José Ángel Valente, de su misma generación, en reconocimiento a toda su trayectoria.
Su relación distaba mucho del trato maestra-discípulo convencional: Carmen le hablaba de tú a tú, fueron ganando confianza a medida que sumaban encuentros. Ella solía veranear en el sur, donde hacían escapadas en moto y se codeaban con figuras variopintas de la esfera cultural (“Fue divertido tener de vecina en el bungalow a Rossy de Palma, que acababa de debutar con Almodóvar”, recuerda Oslé). En el libro, de tapa dura y formato grande, se reproducen imágenes escaneadas de las cartas y demás documentos de la novelista, que, integrados en la narración del autor, conforman un retrato biográfico a modo de collage de sus últimos años (murió en el año 2000, de cáncer).
De Carmen a Carmiña
De un escritor se espera que hable sobre libros y cultura. Y, sí, en estas páginas hay citas y comentarios sobre sus autores preferidos, que anotaba en papeles sueltos o en medio de una postal, como los pasajes sobre sus admirados Kafka o Pessoa. El cine negro, de la época dorada de Hollywood, era otra de las pasiones que compartía con Oslé: “Ella era un poco Lauren [Bacall], en alguna ocasión se autodefinió como la Lauren gallega”, comenta. Música, teatro, bolos universitarios, saraos librescos. Era una autora reconocida que además estaba bien relacionada en el sector y no le faltaban invitaciones. Y esos eventos eran, por supuesto, un pretexto para quedar con los amigos.
Ana María Matute (i) junto a Carmen Martín Gaite en una imagen tomada en Barcelona en 1997, en un curso de narrativa femenina titulado ‘Mujeres novelistas, de ‘Nada’ a ‘Lo raro es vivir»
Porque no solo de alta cultura viven los literatos, ni siquiera los muy cultos y diligentes en el estudio, como ella. La Carmiña de estas páginas es ante todo una mujer dinámica, vivaz y jovial, desenvuelta, inteligente pero sin ínfulas, con sentido del humor, natural, sencilla, que se adapta a todo y de todo exprime lo mejor, risueña y con don de gentes. Una mujer que pronuncia un discurso ante lo más granado de la sociedad y luego se va al Rastro, donde “se le contagiaba el estilo castizo, casi de feriantes” para regatear “el precio de una figurita de latón de una mujer en bicicleta”. “No se había convertido en una señora al uso, aun siendo hija de notario de provincias y mujer de un reconocido escritor”, reflexiona Oslé, que guarda fotos de la vespino que Carmen se compró, a la que apodó Aquiles, ya saben, por el de los pies ligeros.
Más allá de la correspondencia, hubo largas conversaciones telefónicas –eran tiempos analógicos– y muchas salidas, de un chiringuito de la playa de Sanlúcar donde el dueño se arrancaba a cantar canciones italianas a una velada improvisada en casa de cualquier amigo donde terminaban bailando animosos. Carmen decía que el invierno le sentaba mal, y en algunos periodos se distanciaron; los dos eran de guardarse las penas. Estaba atenta a la actualidad: “Estoy muy contenta y muy emocionada con cómo se ha desarrollado la huelga general”, escribió sobre la huelga general del 14-D de 1988; ambos estaban desencantados por el rumbo que había tomado el Gobierno socialista que en su día acogieron con ilusión.
Una creadora todoterreno y sin miedo
Dicen que uno se convierte en escritor no cuando publica un libro ni cuando alcanza el éxito, sino cuando comienza a pensar como un escritor y a vivir en consecuencia, esto es, con ese filtro que destila cualquier estímulo externo en algo creativo. No hay mayor prueba de un alma de escritora todoterreno y a tiempo completo que estas páginas: si algo ponen de manifiesto es que su creatividad iba más allá de sus libros e impregnaba todo lo que hacía, desde atesorar objetos variopintos a dibujar, hacer collages, elegir postales e ingeniarse juegos textuales, de los que aquí hay una buena muestra. Incluso hizo el boceto para la cubierta de Nubosidad variable (1992), una novela que le llevó mucho trabajo.
Carmen Martín Gaite durante la presentación de su obra teatral ‘La hermana pequeña’ en el Centro Cultural de la Villa de Madrid
De todo se nutría, lo trivial y lo profundo. Era una apasionada de la Historia desde que había investigado el siglo XVIII para El proceso de Macanaz (1970), sobre el jurista Melchor de Macanaz, que fue perseguido por la Inquisición, y su tesis doctoral, Usos amorosos del dieciocho en España (1973), entre otras obras. En el uso del lenguaje también era creativa y con oído: de su viaje a Nueva York, además de la inspiración para su novela juvenil Caperucita en Manhattan (1990), se trajo alguna que otra coletilla simpática, como el I do my best. Viajó a más sitios; era una gran conocedora de la literatura italiana, de donde tradujo a autores como Italo Svevo o Natalia Ginzburg.
No siempre trabajó sola: entre sus proyectos más curiosos están el guion televisivo de Teresa de Jesús (1984), con Concha Velasco como protagonista, o de Celia, la adaptación de las historias de Elena Fortún, que, a pesar de su fuerte implicación, fue cancelada al cabo de seis episodios por la crisis de RTVE. Además, cultivó la poesía y, según cuentan, la declamaba muy bien. Tanto, que Alberto Pérez, fundador de la discográfica Avizor Records, le propuso grabar un disco. En el epílogo, el director cuenta cómo la conoció y varias anécdotas de la grabación y la presentación del cedé, Carmen Martín Gaite recita sus poemas, que vio la luz en 1999: “Me pedía que cantara una canción, a la que ella se sumaba llevando el ritmo con los brazos y moviendo su melena plateada como en el baile donde la conocí”.
Carmiña es, en palabras de Oslé, “un homenaje y un recuerdo querido”, que enriquece la perspectiva que tenemos de la escritora sin compartir nada comprometido ni caer en la hagiografía. La retrata con naturalidad y frescura, los rasgos que se le intuyen a ella, que en estas páginas suena tan cerca que nos acompaña. Íntima, juguetona, mordaz, la Carmen amiga es una mujer jovial y generosa que regala píldoras de sabiduría sin tono enciclopédico y aún se sorprende de lograr, “como un regalo, arrancar risa de los seres esquivos”. Tras leerlo, solo queda agradecer al autor el extraordinario acto de amor que es este libro. Y, como escribió Carmen, “seguiremos nadando contra corriente, aunque sea sin gorro de goma”.