La periodista publica ‘Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España’ (Blackie Books), un ensayo ágil, divertido y pormenorizado que viaja por los hitos, símbolos y nombres propios que han moldeado las aspiraciones del país; desde Eugenia de Montijo, primera influencer, al estallido de la «cayeborroka»
Maruja Torres: «Cada tres generaciones hay un país que se suicida porque ha olvidado lo que les pasó»
¿Qué es un pijo? O mejor dicho: ¿quién lo es? Lo primera lección que se extrae de Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España (Blackie Books), el ensayo que ha escrito sobre el asunto la periodista Raquel Peláez (Ponferrada, León, 1978), es que no hay una respuesta única. Depende del contexto, de la época, de quien mire: “Uno siempre puede ser el pijo del otro”, recoge en palabras de la antropóloga Karine Tinat. La segunda es que, a pesar del cliché, ser pijo no está tan relacionado con tener dinero en la cuenta, sino con un complejo sistema de símbolos, círculos sociales, de poder, patrimonio y apellidos –a menudo compuestos–. Y con algo que la clase trabajadora ansía porque siente que escasea: tiempo propio. “El libro se iba a llamar al principio la clase ociosa”, cuenta la autora durante la entrevista en un bar de Chamberí (Madrid) que, en un giro irónico de quieroynopuedismo, presume de antigüedad y pedigrí en su fachada pero en su interior apenas cuenta con unas mesas Lack de Ikea puestas de cualquier manera.
Peláez, que lleva años trabajando en revistas especializadas en construir ese imaginario aspiracional que le han permitido acceder a casas, eventos y personajes definitorios de su universo –trabajó durante una década en Vanity Fair y actualmente es subdirectora de la revista S Moda, de El País–, es además de Ponferrada. La ciudad leonesa que, en tiempos del apogeo minero en la zona en los años 50, fue “una ciudad de servicios mucho antes de que los servicios dominasen España”. Con esa mezcla de anecdotario y biografía, con muchas referencias bibliográficas y una mirada curiosa entrenada para extraer el detalle y recuperarlo en el texto con reflejos de tenista –deporte pijo por excelencia, según explica–, elabora un recorrido por los hitos y nombres propios que han moldeado las aspiraciones de un país. Desde Eugenia de Montijo, la primera española en tener un Luisvi y protoinfluencer, a los cayetanos que bautizaron los Carolina Durante y la reciente cayeborroka, pasando por Alfonso XIII, los pacoaristócratas del franquismo, los yeyés, la izquierda divina, Marbella, la puesta de largo de la palabra “pijo” en los 80 con Hombres G, la beautiful people o los pijilocos.
El concepto muta y es relativo (“uno siempre puede ser el pijo del otro”), pero ¿qué características permanecen en lo pijo?
No he querido agarrarme al cliché del pijo es de derechas o el pijo es rico, porque pijo son muchas más cosas. Ha habido pijos de izquierda, con y sin dinero… Cada persona tiene una noción diferente de lo que es. Hay una serie de estereotipos muy arraigados en el imaginario popular: el pijo canónico de los 80 de jersey en el cuello de color pastel, o sea, el Ricky Lacoste de los Hombres G. O la imagen arquetípica del cayetano contemporáneo, que van con sus chinos ajustados, sus camisas de Ralph Lauren azules, esa estética típica de ICADE.
Claramente hay una asociación entre pijo y tener dinero, o aparentar tenerlo, o querer aparentar tenerlo. Pero sin obviar que eso existe y que existen las clases sociales, sí que he querido huir de la idea de que hay una sola cosa. El término ha evolucionado mucho desde los 80 [nació con Devuélveme a mi chica], pero en la actualidad la noción básica que maneja la gente de ser pijo es parecer que tienes dinero, pero tenerlo también.
Pagar un Luisvi a plazos, comprar un traje en Zara… ¿Hoy es más fácil parecer pijo que nunca?
La emulación pecuniaria, que es el término famoso de Veblen que uso en el libro de manera un poco simplona y torticera, explica muy bien cómo funcionan los mecanismos de imitación en las sociedades de consumo, capitalistas. En España empezó a ser muchísimo más fácil cuando entró la verdadera clase media en los 60 con el desarrollismo y luego con la segunda clase media, que explica Emmanuel Rodríguez en su libro [El efecto clase media]. El consumo de masas, las tiendas de moda barata y su círculo de imitación. En los años 40 de la posguerra, o tenías un vestido de Balenciaga de verdad hecho con seda salvaje o no lo tenías.
Donde reside ahora la diferencia es en el acceso a ciertos círculos, a ciertos ambientes, a ciertos lugares. Eso sí establece la criba. Pijo puede intentar parecerlo cualquiera, pero la sofisticación del sistema de símbolos es muchísimo más grande que hace 40 años, cuando todo consistía en ponerse una sudadera de amarras.
Pijo puede intentar parecerlo cualquiera, pero la sofisticación del sistema de símbolos es muchísimo más grande que hace 40 años, cuando todo consistía en ponerse una sudadera de amarras
Hablas de coches –de velocidad especialmente–, del pelo de rico y del reloj como grandes símbolos de lo pijo. ¿Qué representa este último?
Es carísimo tener un reloj bueno, eso ya implica que tienes mucho dinero. Para mí representa una característica esencial de las clases altas, que no necesariamente es pijo y al revés, que es la capacidad para disponer del tiempo con más libertad que otras clases sociales. De hecho, el libro al principio se iba a llamar “la clase ociosa” [por la Teoría de la clase ociosa de Thorstein Veblen]. Es pijo porque representa eso, saber que tienes el tiempo de otra manera que los demás.
En el libro repasas la historia de España y a su idiosincrasia pija. El pijo de aquí no es el que vemos en las ficciones americanas sobre ricos tan explotadas en las plataformas de streaming.
Muchas veces compramos el discurso del dinero, de lo pijo y de la representación de la riqueza americana cuando se habla de old money o new money (dinero viejo, dinero nuevo). España tiene su propio sistema de old money, new money. Está toda esa cosa de la aristocracia y cómo el franquismo generó nuevas oligarquías muy diferentes a las de la nobleza anterior de la Restauración.
Dentro de esa cronología pija que recoges, España ahora está en su era cayetana. Estableces paralelismos con Alfonso XIII, “el rey cayetano”.
Ha sido un descubrimiento para mí. Me puse a leer el libro de Luzón, El rey patriota, y pensé que verdaderamente toda esta parafernalia relacionada con ser terrateniente, tener una serie de privilegios que escapan un poco al Estado de derecho, es anterior al franquismo. Se suele asociar a Franco pero el imaginario del cayetano contemporáneo es mucho más cercano a esa época cuando la nobleza tenía importancia pero ya se entraba en los mecanismos de placeres y hedonismo típicos del capitalismo. Y lo que más me llamó la atención es la obsesión con la bandera, que era tan alfonsina y que es tan de nuestro tiempo también.
Raquel Peláez durante la entrevista.
Tamara Falcó, pija oficial de España, ¿por qué?
Porque atraviesa muchos momentos de la historia: su familia, el sitio de donde proviene, su padre (que es un noble antiguo), su madre (que fue la mujer de Julio Iglesias), todos los 80 de Boyer, de la beautiful people... Hay muchísimas cosas condensadas en ella. Y por otro lado tiene una cosa suficientemente pop como para no ser una verdadera pata negra. Hay algo en ella que es muy comercial y un poco incluso aspiracional en sí misma. Como que está siempre luchando por arrogarse ese sitio, y eso es lo más pijo que hay; luchar muchísimo por la posición de pijo. Ella es el vestigio absoluto de esa forma de hablar del pijo antiguo, de una época (los 80 y 90). Esa forma de hablar que intenta imitar como el lenguaje, el acento de la gente que se ha alfabetizado en otro idioma y que como que no le termina de salir el castellano. Y ahora el cayetano no es así para nada, no habla así.
Una característica esencial de las clases altas es la capacidad para disponer del tiempo con más libertad que otras clases sociales
Cómo reconocer entonces a un cayetano en 2024.
La forma de vestir. Así como el pijo de los 80 vestía vaqueros, el cayetano no se pondría un vaquero aunque lo maten. Tiene que ser pantalón chino y además así un poco ajustado, que recuerda a la polaina de Fernando VII –el paralelismo que establezco en el libro entre Froilán y él–. Y luego hay esa cosa un poco aporófoba, orgullosa de no ser pobre, ni siquiera ser clase media, como un odio a la medianía tan de este tiempo. No tiene nada que ver con el viejo pijo de los 80 que, al revés, quería ser la medianía. La familia real española canónica, el rey Juan Carlos, la reina Sofía, las infantas y el príncipe, ellos eran como una clase media pulida. Y ahora ni siquiera es un espectro visual ostentoso, simplemente es a mí no me asocies con los pobres ni me asocies con ser de izquierdas, porque eso es de pobres.
Ahí están esos vídeos de influencers inmobiliarios enseñando casas de lujo que van vestidos con estética cayetana y te dicen “por supuesto, cuenta con habitación de servicio”, que hacen pensar que si están vendiendo casas desde luego ricos no son. Y que triunfan precisamente en un momento en el que la vivienda es nuestro principal problema.
Sí, es como que se ha dado la vuelta. A mí me impacta sobre todo el completo rechazo a formar parte de una cosa mediana. Si saco una conclusión del libro, que creo que tiene mucho más que ver con las clases medias que con las que con las altas –el famoso 1% al final es un 1% y luego estamos todos los demás por debajo– es que ha habido una evolución de las aspiraciones donde de repente ser normal es lo peor. Y hay que generar todo un vocabulario y una forma de dejarse ver que deje claro que tú normal no eres.
Ha habido una evolución de las aspiraciones donde de repente ser normal es lo peor. Y hay que generar todo un vocabulario y una forma de dejarse ver que deje claro que tú normal no eres
Y luego esa especie de psicopatía encubierta de decir sin complejos a mí me sirven, me dan servicio, me puedo pagar un sitio que otros no. Gente presumiendo como de joder al otro. Sale ahora el libro de Mauro Entrialgo [Malismo, la ostentación del mal como propaganda, en Capitán Swing], que está muy relacionado con esto y dice una cosa muy guay. Que ahora mismo las ventajas que te da el premium no se basan en que la compañía amplía sus servicios para ofrecer algo más, sino se lo quita a otro para dártelo a ti y tú sabes que estás jodiendo a otro. Eso me ha parecido brillante. Una cosa que me gustaría que quedase con el libro es la idea de que existe una brecha cada vez más bestia entre las clases sociales. Y que se están ampliando mucho las diferencias porque se está yendo a tomar por culo el Estado del bienestar.