La inmobiliaria de este empresario ha comprado treinta viviendas en los últimos catorce años en una zona degradada, a pesar ser Patrimonio Mundial. La mayoría de los inmuebles están en reforma, pero ocho ya están en alquiler por precios que oscilan entre 1.500 y 2.000 euros al mes
700 euros por vivir en una chabola: las ‘villas miseria’ que alojan a los trabajadores en Ibiza
Porque un beso tuyo, no lo cambio por ninguno / Y por eso te canto, este bolero moruno. La música sale por una ventana sin cristal. El interior de la casa está vacío, en obras. En el centro de la imagen hay una escalerilla de pintor. Subido, un hombre que, mientras aplica barniz con una brocha a las vigas de madera del techo, canturrea: Y me gustaste tanto que a tus encantos yo me rendí / Y de la noche aquella, noche tan bella, muy enamorado estoy de ti. La letra del bolero resume la relación que se ha establecido entre el jefe de este trabajador y sa Penya.
El holandés Bernardus van Maaren –exboxeador, vendedor de coches clásicos, emprendedor (dice que su primer negocio lo hizo con 16 años)– ha comprado 30 viviendas en este barrio. 30 viviendas en apenas 13 años. Muchas de las casas blancas que asoman entre el puerto y la muralla renacentista de Eivissa son suyas. La mayoría, necesitaban una reforma urgente, en el mejor de los casos. En el peor, eran una ruina. Ocho ya son habitables, pero el resto necesitan horas de trabajo. En otras plantas bajas del Carrer Alt, la calle donde suena el bolero, la escena se repite. Se taladra, se sierra, se pinta, se encala, se reparan desconchones. La sinfonía de ruidos de la cuadrilla de albañiles que dan servicio a Bernardus Van Maaren difumina, también, la etiqueta que ha cargado sa Penya desde la década de los setenta: el lugar donde conseguir gramos, picos, pollos; un supermercado de la droga que después de cada redada policial reaparecía con más fuerza.
“Queremos que sea un barrio con gente que aporte luz y quite la oscuridad”. La cita pertenece al reportaje que publicó el 14 de septiembre Diario de Ibiza sobre los planes inmobiliarios de Van Maaren en Sa Penya. El verbo se conjuga en plural porque la frase, además de en la de Bernardus, se pone en boca de Nienke Nishi Siekman, su mujer y socia. Antes de constituir Van Maaren Kings and Queens SL con su pareja, esta ejecutiva trabajó en corporaciones como Sygenta (fabricante de pesticidas con sede en Suiza) o Diageo (productora y distribuidora escocesa de whiskys, rones, ginebras). A la propuesta de entrevista de elDiario para participar este reportaje, responden, por correo, que no se sienten “demasiado cómodos” hablando con la prensa. Finalmente, aceptan responder unas preguntas por escrito.
Los Van Maaren han bautizado a sus viviendas con nombres en castellano.
“El Monopoly llevado a la vida real”
Las cámaras y los micrófonos, sin embargo, no parecen ser un problema para Bernardus van Maaren. Presume de tener suficiente material bruto “para producir un documental” sobre sus inversiones en sa Penya. Varios extractos de las negociaciones y reuniones que ha llevado a cabo en los últimos años pueden verse en el canal de YouTube de su empresa. En los vídeos abundan las imágenes de dron y la música épica. El último se publicó hace unos días. Resume el gran salto que dio su proyecto inmobiliario durante el 2016. Se lee en la descripción, escrita originalmente en holandés: “En un momento en el que todos tenían dudas, para nosotros sólo existía la DETERMINACIÓN (…) El Monopoly llevado a la vida real empezó entonces. Defendemos a los vecinos de la zona. (…) Gracias a vosotros, que creíais en nuestro pequeño grupo de inversores”.
En la primera escena, Bernardus (y Nienke, casi fuera de plano) están sentados en una terraza con un tipo que viste un chaleco de color rojo. Bajo su barba rubia, vikinga, con un rotulador verde fosforito, el empresario traza líneas y círculos en un plano de sa Penya. Señala una calle y suelta, en inglés: “Para mí esto es un proyecto”. El hombre del chaleco rojo frunce el ceño. Señala otra calle y añade: “Esto es otro proyecto”. El hombre del chaleco rojo pone cara de asombro. “Aquí tenemos la plaza Drassaneta”, remata Bernardus. La cara del hombre del chaleco rojo es ya de incredulidad total. “Esto son proyectos para mí”, escucha de boca de Van Maaren, y le pregunta:
–¿A qué te refieres con que…
El holandés le interrumpe.
–¡Porque para mí es posible!
El hombre del chaleco rojo mueve la cabeza. Balbucea un “ok”. Siente que la respuesta se queda corta ante la operación de bienes raíces que le están proponiendo: “No sé qué decir”. Duda si es conveniente jugar la partida de Monopoly a la que están invitándole. Las mismas dudas que parece tener otro hombre, un colaborador con pinta de abogado experto en gestión inmobiliaria. Con él habla Van Maaren del problema de okupación que, unida a la venta y consumo de droga, ha sufrido tradicionalmente sa Penya (en 2016, el Ajuntament d’Eivissa consiguió desalojar unas 40 viviendas a las que no podían acceder sus propietarios desde hacía décadas, la mayoría familias de apellidos ibicencos que se marcharon del barrio entre los sesenta y setenta).
“¿Tienes a cinco familias en una casa [que has comprado]?”, le pregunta el colaborador a Van Maaren. El holandés responde: “Sí, compraré más casas mientras tanto”. “¿Y cómo los vas a lanzar, cómo los vas a echar?” “A mi manera. Sin policía”. La fórmula se intuye pero no se dice: ofertas tan altas que no se puedan rechazar. De dinero, sin hablar casi nunca explícitamente de dinero, habla Van Maaren con varios hombres, todos de etnia gitana. Varios momentos de las reuniones aparecen en el vídeo. El límite entre la realidad y la teatralización resulta difuso. Los potenciales vendedores lo reciben en sus salones, le tratan de “amigo”, le aseguran que le venderán la casa “sólo” a él, se ofrecen para hacer de intermediarios y localizar a un propietario-fantasma y, también, para hacer de escudos ante las amenazas que estaría recibiendo el holandés: “¿Te está molestando, tú quieres que yo hable con él?”. Uno de ellos le informa, en el único momento en el que se menciona una cifra exacta de dinero, que una vivienda está a la venta a un precio inmejorable: “¡500 euros el metro cuadrado! Una casa de 100 metros cuadrados, 50.000 euros. Eso es un regalo, ¡un regalo, Van Maaren!”.
En un vídeo, Van Maaren charla con un colaborador sobre las viviendas que están okupadas y que dificultan su particular partida de Monopoly. ‘¿Y cómo los vas a lanzar, cómo los vas a echar?’, pregunta el hombre. ‘A mi manera. Sin policía’, responde el empresario. La fórmula se intuye, pero no se dice: ofertas tan altas que no se puedan rechazar los propietarios gitanos
En el vídeo también aparecen imágenes del inversor inmobiliario boxeando, amistosamente, con niños y adolescentes, los hijos de sus vecinos. Ríen. Se hacen selfies. Un tipo que habla inglés con acento latino, con todo el aspecto de ser el inquilino de una de las primeras casas que Van Maaren Kings and Queens SL puso en el mercado inmobiliario ibicenco, cierra el clip con el siguiente razonamiento: “No es un Santa Claus para esta gente, pero sí alguien a quien quieren y respetan. Quizás haya un poco de gentrificación en este barrio (…) La peor parte de la gentrificación es cuando se expulsa a la gente que vivía antes aquí porque ya no pueden asumir el coste de vida. Pero él no está haciendo eso, él quiere que la gente se quede en el barrio. Para mí es alucinante, eso lo convierte en una especie de santo. (…) Es una buena persona y está haciendo lo mejor para esta comunidad”.
El vídeo termina con un carrusel de buenas palabras. Elogios mutuos. Promesas de futuro. Una determinación inquebrantable. Apretones de manos; muchísimos apretones de manos. Según el empresario holandés, en sus discos duros hay dos mil horas de reuniones almacenadas. Sin embargo, para intentar conocer los detalles de su macroproyecto, Bernardus van Maaren responderá por escrito: “En mi vida como empresario y personalmente, parte de las mejores, correctas y más leales personas, las he conocido en el barrio de sa Penya, porque ellos saben lo que significa el valor de la palabra, y lo que representa el orden, la ley, el respeto y el honor. Aunque había momentos difíciles, son pocos los inconvenientes que hemos tenido con ciertas personas y esto es algo que no podemos negar. Pero la mayoría de los habitantes de sa Penya con las cuales he tratado, son personas que apoyaré y podrán contar conmigo, mientras esto sea mutuo. Poco a poco los propietarios de las viviendas se fueron comunicando con nosotros ofreciéndonos en venta las casas, y por nuestra parte con la idea de mejorar el barrio estamos muy involucrados buscando las mejores oportunidades todo el tiempo, siempre teniendo como prioridad la pasión y el amor por sa Penya como si fuera un proyecto de vida”.
La degradación es más que visible en varios rincones de sa Penya.
“¿Van Maaren? Claro que lo conozco”
Sa Penya, ya lo dice el topónimo, es la pendiente más dócil de la ladera de un acantilado: fue barrio de pescadores y marineros. Recorrerla es un sube y baja continuo por un callejero de medina. Al principio de la ascensión, entre las calles Floridablanca, Retir y Sant Pere, sí hay vecinos frente a unas casas conservadas en mucho peor estado que las de la zona alta. Mujeres y hombres sacan sillas a las puertas, se sientan, guardan silencio. Una italiana, con evidente síndrome de abstinencia, camina deprisa sobre el empedrado. No parecen verla. Las miradas son suspicaces, en cambio, cuando escuchan el clic-clic de la cámara de fotos. “¿Van Maaren? Claro que lo conozco, pero no, no me ha hecho una oferta por mi casa”, dice un veinteañero. Entre los tatuajes que lleva en el cuello se lee una palabra: Lealtad.
“Con nosotros nunca se ha puesto en contacto. Que un extranjero quiera invertir en sa Penya no es nada extraño. Siempre ha ocurrido, pero un boom como el de esta empresa holandesa no lo habíamos visto nunca. No me extraña que le vean posibilidades: sa Penya sería un barrio súper chulo, pero primero habría que acabar de verdad con los problemas de droga y delincuencia que sigue habiendo allí”, explica Joaquín Manuel Senén. Vinculado a una familia muy arraigada a los barrios de la Marina y sa Riba –sus hermanos y él mantuvieron en marcha hasta hace un par de años La Bomba, un obrador de yogures artesanos que abrió en 1954–, preside la asociación de comerciantes de esta zona portuaria. La base de la postal que almacenan en sus móviles quienes entran o salen de la isla en barco, una fotografía coronada por Dalt Vila y sus murallas donde sa Penya es, justamente, el centro de la imagen.
Que un extranjero quiera invertir en sa Penya no es nada extraño. Siempre ha ocurrido, pero un boom como el de esta empresa holandesa no lo habíamos visto nunca. No me extraña que le vean posibilidades: sa Penya sería un barrio súper chulo, pero primero habría que acabar de verdad con los problemas de droga y delincuencia que sigue habiendo allí
Joaquín Manuel Senén, presidente de la asociación de comerciantes del puerto de Eivissa.
“Eivissa no tiene nada que envidiarle a ninguna isla griega, pero que en sa Penya se concentrara la venta y el consumo de droga nos ha perjudicado mucho. La Marina y el puerto son barrios limítrofes. Los comerciantes y vecinos que más tiempo hemos aguantado aquí no sólo teníamos miedo de subir, sino que tuvimos que explicar muy bien que nuestros negocios no estaban allí arriba. ¿Que ahora cambie el tipo de residente? Puede ser bueno si es gente que viva todo el año allí: yo soy del 67 y recuerdo durante mi niñez una época donde los vecinos, y por supuesto también las familias gitanas, hacían juntos vida de barrio. Todo el mundo estaba mezclado. Conozco varios casos de chavales gitanos que se casaron con chicas ibicencas. Había comercios, actividad, movimiento. Luego entró la droga y lo reventó todo. Había robos y violencia. Incluso, algún asesinato”, explica el comerciante a los pies de unos escalones que terminan en un muro, alto y estrecho. Rellena el hueco entre dos edificios; es una tapia. Una tapia construida en los ochenta, dice Senén, para cegar uno de los callejones (hay otra igual, un poco más adelante) que unían el Carrer d’Enmig, la calle mayor de la Marina, con el de la Mare de Déu, la meca del ambiente gay en la isla ya en los tiempos de la dictadura y, a la vez, la frontera entre sa Penya y el resto de la ciudad. Por esas gateras se escapaban los camellos cuando los perseguía la policía.
Antes todo el mundo estaba mezclado. Conozco varios casos de chavales gitanos que se casaron con chicas ibicencas. Había comercios, actividad, movimiento. Luego entró la droga y lo reventó todo. Había robos y violencia. Incluso, algún asesinato
Los callejones se cegaron para evitar que los usaran los vendedores de droga.
El Carrer de la Mare de Déu fue la meca del ambiente gay de la isla y marca la frontera con sa Penya.
El barrio de la droga
La hemeroteca de Diario de Ibiza ya registra una gran operación antidroga a principios del verano de 1978. Fue en las vísperas de Sant Joan (unos días después, el 28 de junio, Bob Marley y The Wailers tocaron en la plaza de toros de Eivissa, el primero de los dos conciertos que ofrecieron en España), hubo dos detenidos, de nacionalidad italiana, y se incautó un alijo considerable. 208 gramos de heroína pura. 22.400 dosis. Seis millones de pesetas, que al cambio serían más de 250.000 euros. La última gran redada data de enero de 2023. Entre esos cuatro arrestos y la operación del 78, raro es el año en el que la Policía Nacional –que no ofrece datos de la tasa de delincuencia de sa Penya– no tuvo que subir hasta un barrio que, rápidamente, se degradó. Desde hace dos, tras los desalojos y expropiaciones que llevó a cabo el gobierno municipal, 14 agentes viven en una manzana rodeada por propiedades adquiridas por Van Maaren. La presencia policial no sólo ha aportado “un pelín de tranquilidad a sa Penya”, “un trabajo de hormiguita”, como dice Senén. Lo más evidente es el cambio a nivel urbanístico.
Cuando se compara una imagen reciente del Carrer Alt (a un lado, las pequeñas motos, varias son vespas, que utilizan los policías para conducir por unas calles donde no cabe un coche; al otro, casas en obras con puertas blindadas, el logo de Van Maaren, como si fuera la firma en un cuadro, estampado sobre el acero) con una de hace 15 años parece que ha pasado muchísimo más tiempo. Ahora, en rincones concretos, las paredes vuelven a refulgir bajo la luz mediterránea. Hay que fijarse en alguna pintada (sa Peña, barrio sin ley), en algún pollo sin plumas paseándose con tranquilidad (llegaron la luz y el agua, pero la vida urbana que imponían los nuevos tiempos) para romper un poco el hechizo. Ajenos al ruido de las obras, dos tipos están sentados en una terraza que corona una casa. Como casi todas, la vivienda sigue las medidas y proporciones de la arquitectura tradicional ibicenca, esos cubos encalados que fascinaron y obsesionaron a los discípulos alemanes de la Bauhaus que se instalaron en Eivissa durante la dictadura, en los albores del boom turístico. Poco a poco, los terrados de sa Penya vuelven a ser más que apetecibles. Disponen de unas vistas increíbles a la bahía. Es fácil imaginárselos convertidos en un club exclusivo o en el solárium de un apartamento turístico.
Las terrazas de las casas en este barrio, encajado entre el puerto y la muralla, ofrecen vistas espectaculares.
Una de las puertas blindadas con el logo de Van Maaren.
¿El plan de Van Maaren Kings and Queens SL es convertir sa Penya en un resort urbano? Lo niegan por escrito: “Cuando empezamos a comprar las casas no había una crisis inmobiliaria como la que vemos hoy. Este proyecto es más de base social y para la gente de la isla, por lo que no nos beneficiamos económicamente de él, sin embargo, tenemos que mantener un cierto rango de precios por casa para poder cubrir todos los costes e intereses que pagamos a las personas que confían en nosotros con su capital”. Y, sin responder directamente, defienden el derecho de los ciudadanos de la Unión Europea a comprar propiedades en otros países: “Desde hace un par de años vemos y escuchamos que Europa se está volviendo cada vez más unida, lo que significará que no hay fronteras ni diferencias entre un país y otro. Como holandeses ya estamos acostumbrados a tener una cultura multidiversa en nuestro país donde todos son bienvenidos siempre que cumplan con la ética de ese país en particular”. Ellos, Bernardus y Nienke, se sienten parte de la sociedad ibicenca. De hecho, este curso escolar sus hijas ya lo están estudiando en la isla.
Cuando empezamos a comprar las casas no había una crisis inmobiliaria como la que vemos hoy. Este proyecto es más de base social y para la gente de la isla, por lo que no nos beneficiamos económicamente de él, sin embargo, tenemos que mantener un cierto rango de precios por casa para poder cubrir todos los costos e intereses que pagamos a las personas que confían en nosotros con su capital
El alquiler turístico está prohibido en este barrio, que forma parte del conjunto reconocido como Patrimonio Mundial.
Pintada en una de las paredes de la zona alta.
El Carrer Fosc (Calle Oscura en castellano) hace honor a su nombre. Está en la parte más baja de sa Penya, paralelo al de la Mare de Déu, y es estrecho, pero la sombra que proyectan las paredes de las casas se agradece entre los últimos calores del verano. De uno de sus portales salen dos mujeres (anglosajona y española) y un hombre (que habla un inglés con un marcado acento del sur de Italia) discutiendo las condiciones de un alquiler. A un par de números de distancia han vivido Sheila García Castro y su novio. Grancanarios y trabajadores de la hostelería. No volverán; al menos, a sa Penya.
–Hemos pagado 1.250 euros por este apartamento, que está muy bien reformado, pero no tiene nada de nada de luz. Es una cueva. ¿Por qué vinimos aquí? Es lo más barato que conseguimos encontrar. Por suerte, trabajábamos bastante cerca, pero en todo el puerto no quedan comercios ni hay servicios para los vecinos. Todo es turístico. Este barrio podría ser bonito, pero sigue habiendo problemas de suciedad y falta de respeto. Pueden vivir policías en la parte de arriba, pero en la zona baja hemos visto problemas de drogas.
Sheila García Castro explica cómo es pasar el verano en una casa sin luz que, literalmente, se llama Sa Cova, la cueva.
El Carrer Fosc es uno de los más estechos de sa Penya, antiguo barrio de pescadores.
Un reportaje publicado por La Voz de Ibiza el pasado junio explicaba que de las ocho viviendas que alquila actualmente la empresa de Bernardus Van Maaren y Nienke Nishi Siekman la mitad se dedican al alquiler temporal y las otras cuatro albergan a arrendatarios permanentes. Los precios de estos alquileres (entre 1.500 y 2.000 euros al mes) son superiores a los que pagaban Sheila García Castro y su pareja. Todos los antiguos inquilinos que aparecen en los vídeos de YouTube eran extranjeros y, la mayoría, hablaban en inglés o francés.