Por muy buena que, estética o técnicamente, sea la película de Albert Serra, cosa que ni dudo ni me importa, su mirada es la de alguien que ve, registra y presenta la tortura hasta la muerte de un animal sin el objetivo de denunciarlo
No he visto la película a la que han concedido la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián. Lo digo desde ya para que no me vengan con esas. Seguramente no la veré, como llevo tiempo sin ver las imágenes de tortura taurina que muchas personas han grabado para su denuncia, único objetivo para el que debe grabarse algo así, y que mi activismo antitaurino me ha obligado a ver, a padecer, durante décadas.
Hace años, se intentaba hacer circular esas imágenes del sufrimiento extremo de los toros entre personas contrarias a la barbarie, para que a su vez trataran de ampliar ese círculo, porque las retransmisiones de la tele no mostraban todo ni se centraban en el suplicio del toro. No obstante, desde que llegaron Internet y las redes sociales, casi todo el mundo ha podido verlas. La mayoría de las imágenes de esa tortura no son obras maestras del cine, principalmente porque han sido robadas de la escena del crimen en condiciones de extrema precariedad: con cámaras ocultas, con equipos caseros, con el disimulo de quien se está jugando el pellejo en terreno violento, con el alma en vilo ante el horror presenciado.
Algunos, sin embargo, son trabajos brillantes que fueron realizados por profesionales del cine, del fotoperiodismo o del reporterismo de investigación de manera altruista, apenas sin medios técnicos ni económicos y con escasa difusión, cuando no invisibilizados a conciencia. La serie , del fotógrafo e investigador antiespecista . El corto , del realizador y periodista . La pieza , de la cineasta con el artista Niño de Elche. Son algunos ejemplos. No es la primera vez, por tanto, que las miradas del arte se ocupan de la tauromaquia, como dejó constancia en 2016 la exposición en Calcografía Nacional , que abrió en Madrid la programación de Capital Animal.