El estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, que provocó una oleada sin precedentes en España con decenas de miles de desahucios, sigue proyectando su sombra sobre muchos hogares que no pudieron remontar su situación
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Hubo un día en que Miguel Arteaga no pudo más. Estaba en su sucursal bancaria de Catalunya Caixa, en l’Hospitalet de Llobregat, y estalló. Con una deuda de 285.000 euros y a punto de quedarse en la calle, se puso a empapelar las oficinas con pegatinas contra los desahucios. “Vino la policía y les dije que ya me podían mandar a la cárcel”, recuerda. Era 2012, en plena crisis económica en España, y Miguel luchaba para no engrosar las cifras récord de desalojos que se registraron ese año: más de 70.000.
Nacido en Ecuador en 1961 y afincado en España desde 2002, por entonces desempleado y sin familia, Miguel no acabó ese día en comisaría, sino que fue citado a una reunión con el director del departamento de Riesgo de Negocio del banco, en la sede central de Via Laietana de Barcelona. De ese encuentro salió con un acuerdo para la dación en pago –entrega de la propiedad del piso a cambio de saldar la deuda– y un compromiso de alquiler social. “Ese día pensé que podía respirar tranquilo”, recuerda a sus 63 años. Pero su pesadilla estaba lejos de terminar.