Desgraciado del que me pierda el respeto»
¿Saben lo que le pasó a don Álvaro, el del Duque de Rivas, no? No me refiero a que al final de la obra, en un arrebato de romanticismo teatral, se suicidara, sino a esa escena en la que ante la llegada del impresionante duque de Calatrava tira la pistola al suelo y esta se dispara al caer y mata al noble. A esa escena. Ignoro por qué se me ha venido la imagen a la cabeza al ver lo irremediable de la imputación de Ábalos: esa pistola humeante que al caer se dispara y mata al personaje de más elevada condición. Hay metafóricas pistolas humeantes en manos de personajes a los que les va mal y les va a ir peor. Ojo con los disparos, fortuitos o no, sobre todo si hacen diana.
No sabemos a dónde conducirá la instrucción del caso Koldo, más allá de a nuevas revelaciones del contenido del informe de la UCO que no van a mejorar el panorama, pero sí sabemos de dónde venimos. Venimos de unos gobiernos cuyo origen está en la denuncia de la corrupción y en la caída merecida y tardía de un Gobierno de derechas precisamente acosado por la podredumbre. Limpieza y combate total a la corrupción fueron los lemas del cambio. Tan es así que las primeras limpias de ministros fueron casi absurdas: por una tesis, por unas diferencias con Hacienda dilucidadas décadas antes, por una grabación filtrada, por una acogida humanitaria aceptada por el número 1…
En medio de tan rígida y exigente vara de medir, en esa malla en apariencia tan estrecha, se coló la pesca gorda. Los amigos del alma que hacían negociazos con las mascarillas, que pagaban con dinero negro de extraña procedencia a las mujeres que les acompañaban, que las enchufaban en puestos públicos, que disfrutaban de chalés proporcionados por tramas, que enredaban en las contrataciones públicas en otros territorios; todo eso pasó desapercibido para un presidente con una piel otrora tan fina para los deslices de sus colaboradores.
No sabemos dónde acabará esta investigación ni a quién implicará, pero sí sabemos que la responsabilidad política de que estas personas tuvieran tal manga ancha, de que fuera su mano derecha en el partido y en Moncloa el que se estuviera emponzoñando, sí es de quien tenía la obligación de velar. Estos sapos de la charca de Sánchez croaban muy cerca del presidente y de todos los demás y era bastante peor que cualquiera de los casos que costaron relevos fulminantes y a veces injustos.
Si nos ocupamos en denunciar a Esperanza por no ver a sus batracios no podemos ahora aplaudir a Sánchez por haberlos dejado criar y poner huevos a su lado. Cesó como ministro a Ábalos en 2021, que por algo sería aunque no lo explicaron jamás, pero siguió como diputado y lo presentaron en 2023 en las listas y obtuvo su acta y continuó como militante dilecto hasta que todo estalló en prensa. Se le echó porque su mano derecha estaba enciscado y ahora es la mano derecha de Sánchez a la que los hechos delatan.¿Quién asume pues esa responsabilidad política? ¿Qué sabía y que no sabía el presidente del Gobierno sobre las sombrías actividades de su ministro, su secretario de organización y su amigo? La responsabilidad política nace mucho antes de cualquier otra purga, incluida la penal, está ahí acechando al líder que no sabe vigilar de quién se rodea. Eso como poco.
Mal está no explicar las cosas y peor pronóstico tiene explicarlas varias veces de formas distintas y hasta antagónicas. Seguimos sin saber por qué traicionamos nuestro papel internacional en la cuestión saharaui, las resoluciones y a todo un pueblo sin menoscabo del contento que eso produjo en el monarca alauita. Seguimos sin saber por qué se cesó a una ministra de Exteriores por acoger a un enfermo del Frente Polisario, organización reconocida por España como parte del conflicto, o por qué se expulsa y maltrata a los saharauis que llegan pidiendo asilo a Barajas. Ignoramos qué pasó con las escuchas de Pegasus a los teléfonos de miembros del Gobierno. No hemos sabido la verdad de aquella noche en Barajas en la que la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, pisó territorio Schengen teniéndolo prohibido y fue recibida por un ministro, ese mismo ministro y por su gañán de confianza.
No hemos sabido la verdad pero hemos tenido versiones para parar un carro. Una de las últimas, la del sabio ministro Óscar Puente que, olvidada su trayectoria de abogado, ha tenido a bien adverar desde su alto ministerio que el “Número 1” del que hablaban los miembros de la trama era, cómo no, el presidente del Gobierno, ¿quién si no? Una idea estupenda, algo que nunca se les ocurrió a las defensas que negaron una y otra vez que se pudiera saber quien era M. Rajoy
Así que ha sido “el número 1” de Puente quien ha proclamado que “no habrá impunidad”. No la habrá, no depende de él. En este país los jueces se han pulido a ministros, banqueros, empresarios, edecanes reales y toda una ristra de políticos de todo signo y condición. No habrá impunidad y menos después de que el Tribunal Supremo abortara la maniobra de que todo el caso dejara la Audiencia Nacional para que lo instruyera la Fiscalía Europea, cuyos miembros nombra una comisión del Ministerio de Justicia.
La responsabilidad política es diferente y previa a la judicial. La ciudadanía precisa de explicaciones claras, unívocas, exactas y a ser posible verdaderas sobre esta cuestión y sobre otros oscuros episodios del periodo de los gobiernos de Sánchez. Los votantes progresistas las necesitan y las deben exigir aún con más fuerza. ¿Cómo ha podido pasar? ¿Cómo ha podido ser que llegando al poder a lomos de la ola de indignación contra la corrupción del PP se haya podido reproducir un episodio nefando justo al costado del líder?
Hay momentos en los que armar un relato para seguir del paso no es suficiente, menos si son decenas de relatos que no hacen sino complicar las cosas. Cortar con Ábalos es crear un cortafuegos, pero si el cortafuegos cae, si la pistola al caer se dispara, puede haber muchos más muertos. Por eso estoy convencida de que debe ser verdad que el presidente del Gobierno no sabía lo que hacía su mano derecha, de que no hay que temer de las siguientes filtraciones o nuevas diligencias y de que no hay la más mínima posibilidad de que estando en prisión el cerebro de los corruptos y a punto de ser imputado el exministro, ninguno de los dos pueda decidir llevarse a quien sea por delante tirando de la famosa manta. Uno puede confiar si quiere, poner la mano en el fuego es otra suerte de ejercicio más arriesgado.