La obsesión de Musk sólo tiene sentido si la vemos también bajo el prisma de la doctrina. El lema de su camiseta parafrasea el del movimiento Occupy Wall Street, que en 2011 impugnó el capitalismo denunciando la insoportable desigualdad de ingresos.
Elon Musk brincaba hace unos días a la espalda de Trump en un mitin en Pensilvania. Parecía un loco. Lo peor de un cambio de época como el que vivimos no es que los visionarios se confundan con los tarados, sino que nos quedaremos sin saber quiénes pertenecen a qué categoría: sólo lo averiguarán nuestros nietos.
Me fijé en el lema que Musk llevaba en su camiseta: “Occupy Mars”, ocupemos Marte. Poblar el planeta rojo es una de sus obsesiones más queridas. Lleva más de una década proclamando que lo conseguirá. Según sus cálculos, en dos años mandará, es de suponer que con su empresa SpaceX, una misión no tripulada a Marte. Y afirma que en 2050, después de enviar un millón de colonos humanos, habrá en el planeta rojo una ciudad autosustentada.
No tenemos muchos motivos para creer sus previsiones: en primer lugar porque sus plazos para colonizar Marte se han ido alterando con el tiempo. En segundo lugar, porque las previsiones que ha formulado sobre acontecimientos más sencillos han fallado de manera estrepitosa. Hace poco más de una semana, las acciones de Tesla cayeron porque había anunciado a bombo y platillo el robotaxi autónomo, que falló en el evento de presentación. Algo parecido le ha sucedido con el prototipo de robot humanoide Optimus. Llegó también a un publicitado evento andando sobre dos piernas, parecía ser un buen camarero e incluso un buen amigo, hasta que él mismo confesó que estaba siendo asistido por humanos de forma remota. Optimus resultó ser un “timus”.
Colonizar Marte no sólo es un reto imposible con las capacidades de que disponemos, es que no tiene sentido. Sólo el viaje hasta allí lleva nueve meses. Se calcula que seis meses de exposición a las radiaciones espaciales y viviendo sin gravedad ya son muy dañinos para el cuerpo humano (nada más lógico: nuestra especie ha evolucionado para vivir en la tierra). Incluso si se llegara a establecer gente allí, el planeta carece de atmósfera, es un lugar sin agua y sin oxígeno. Ya me dirán cómo vivir sin respirar y sin beber. Musk proyecta una colonia subterránea, que habitaría una especie de cápsula en el subsuelo: la inversión que requiere no parece rentable desde ningún punto de vista. Sin embargo, Elon Musk lo asume como si fuera un salvador de la humanidad. No hace mucho tuiteó: “Convertirnos en multiplanetarios es crítico para asegurar la supervivencia de la humanidad y la vida tal como la conocemos”. O sea, que no tenemos otra alternativa más que su idea loca, pero no debemos preocuparnos porque él nos salvará (me temo que no a todos).
Me sorprende que no se le haya ocurrido una forma mucho más barata de proteger a la humanidad: dejar de apoyar a Trump. Aunque ahora que lo pienso, quizá su estrategia consiste en lograr que presida EEUU otra vez y así hacer inhabitable la tierra más rápido: eso parece más coherente con su obsesión marciana. La cuestión es por qué se empeña Musk en un objetivo irrealizable y sin sentido económico. Sería mucho más barato, fácil y potencialmente rentable colonizar un lugar tan inhóspito como la Antártida. Muchos atribuyen su obsesión marciana a la naturaleza exploradora de los humanos: siempre hemos anhelado descubrir nuevas tierras. Dicho así suena hasta épico, pero la verdad es que los grandes viajes de exploración estuvieron motivados por la rentabilidad comercial. Isabel de Castilla constituye una excepción, y sólo en parte. Ella, la reina más beata, financió las expediciones de Colón atraída por la idea de extender el cristianismo allende los mares. Es decir, tenía un objetivo doctrinario.
La obsesión de Musk sólo tiene sentido si la vemos también bajo el prisma de la doctrina. El lema de su camiseta parafrasea el del movimiento Occupy Wall Street, que en 2011 impugnó el capitalismo denunciando la insoportable desigualdad de ingresos. Aquel movimiento acuñó el eslogan político más exitoso desde la guerra de Vietnam: “Somos el 99%”, decían. Musk lo entendió bien: Ocupar Marte es la fantasía del 1% al que él representa, aunque esto no lo ha explicitado aún en una camiseta. Ese 1% que en lugar de comprometerse con la vida en la tierra -contribuyendo a solucionar la crisis climática- fantasea con agenciarse una colonia espacial para ricos. “Ocupemos Marte” resume la utopía tecnológica, una vez arrumbados los grandes relatos de la política y la religión. En realidad, representa la irresponsabilidad de esas elites tecnológicas que viven despreocupadas del futuro de la humanidad sin dejar de considerarse benefactoras de los humanos. Dios no sé, pero Musk desde luego está jugando a los dados con el universo.