Mi gran boda de Instagram: la era del «sí, quiero» como espectáculo

Wedding planners, photocalls o videógrafos que crean contenido específico para las redes. La cultura influencer ha cambiado nuestra forma de ver las bodas y matrimonios. Se recuperan las tradiciones más rancias y se inventan nuevas (y nada baratas) formas de celebrar el evento en busca del ‘me gusta’

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Las bodas han tomado el control de las redes sociales. La etiqueta #wedding (boda, en inglés) acumula en Instagram 35,7 millones de publicaciones, y otros 15,4 millones en TikTok. Lo mismo que todas sus subvariantes: wedding ideas, wedding planning, wedding dresses, wedding rings o wedding decor; así como numerosas microtendencias de contenido que se viralizan, como la de “normas de mi boda”, donde cada futura novia —siempre están protagonizados por mujeres— explica las reglas que han acordado para el día del enlace. Cuestiones como si los niños pueden asistir a la celebración, si se va a regalar algo a los asistentes o el dress code de las invitadas son debatidas en los numerosos comentarios que acumulan las publicaciones.

Todos estos vídeos, que reciben cada día millones de visitas en todo el mundo (en su mayoría de mujeres), muestran instantáneas de lo que muchas definen como “el mejor día de su vida”, así como cada una de las fases de la preparación de la boda, y el aprendizaje que han obtenido del proceso, para que otras como ellas puedan llevarlas a cabo en sus propias bodas.

Sin embargo, es contradictorio cómo en muchos de estos vídeos, el amor y la pareja parecen quedar relegados a un segundo plano, y lo que adquiere importancia es la propia boda como evento social, que ha pasado a convertirse en un espectáculo en busca del like. Aunque las bodas llevan presentes en nuestras vidas desde hace siglos, las redes sociales han otorgado un nuevo significado a esta forma de unión histórica que ha ido evolucionando con los años.

Del banquete a la fiebre del contenido

En los tiempos de la Antigua Grecia y Roma, el matrimonio era una cuestión contractual que se utilizaba para que los hombres asegurasen la transmisión de sus bienes y su linaje, y a menudo esto era celebrado con un banquete. Más tarde, durante la Baja Edad Media, el cristianismo lo convirtió en sacramento, lo adoptó como una representación pública de la relación espiritual con Dios, y era acompañado de una celebración que, además de tratarse de un evento familiar, también servía para consolidar alianzas políticas y económicas. No fue hasta los siglos XVIII y XIX cuando las personas empezaron a casarse “por amor” y el motivo del festejo era la unión de los dos cónyuges.

A pesar de todas las transformaciones que se han ido dando a lo largo de los siglos en los matrimonios —siempre heterosexuales—, una cosa que se ha mantenido es que la figura de la mujer ha estado supeditada a la del hombre. Ya fuera por actuar como una simple “vasija” para asegurar la herencia, por adjudicarle el rol de la madre-esposa cuidadora del marido y de los hijos, o por hacerle creer que la promesa de la felicidad recaía en el hecho de casarse y convertirse en madres.

Muchas escritoras y pensadoras de los últimos siglos han reflexionado, teorizado y nos han advertido de cómo la institución matrimonial y el amor son dos cosas independientes, especialmente en lo que concierne a las mujeres. En 1910, la anarquista lituana Emma Goldman escribió que “el matrimonio y el amor nada tienen de común. No hay duda que algunas uniones matrimoniales fueron efectuadas por amor; pero más bien se trata de escasas personas que pudieron conservarse incólumes ante el contacto de las convenciones”.

En muchos de estos vídeos, el amor y la pareja parecen quedar relegados a un segundo plano, y lo que adquiere importancia es la propia boda como evento social

En 1936, la escritora Irène Némirovsky —nacida en el antiguo Imperio Ruso— escribió en su novela Dos que “la felicidad conyugal se parece tan poco a la felicidad sin adjetivos como el amor conyugal al amor sin más”. Y ya en los años ochenta, la catalana Montserrat Roig culpaba al cine de unir a la institución matrimonial con el amor, haciendo que “se piense en el matrimonio como en una relación absoluta” y, por tanto, en que “su éxito y su fracaso también serán absolutos”.

Sin embargo, a pesar de todas estas advertencias a lo largo de la historia, casarse sigue siendo “el sueño de toda chica”. Esto es lo que le asegura Ashley a su novio Tyler, una de las parejas protagonistas de la última temporada del programa de citas a ciegas Love is Blind USA, estrenado este último mes en Netflix. Una afirmación que se repite a lo largo de las siete temporadas que lleva la versión estadounidense de este reality, en el que las y los participantes se apuntan con el objetivo de casarse, y que culmina en la celebración de su boda, donde deciden si finalmente van a darse el “sí, quiero”. Porque lo cierto es que, aunque la cuestión religiosa, la de la herencia y el linaje han perdido fuerza en la sociedad contemporánea, la vinculación entre amor, boda y matrimonio sigue estando muy presente en la vida de las personas. Y esto es, en gran medida, gracias a la representación que se está haciendo de ella en las redes sociales.


‘Love is blind’.

La fotógrafa especializada en bodas Cecilia Álvarez-Hevia Arias, cofundadora de la empresa Días de vino y rosas (con 51.000 seguidores en Instagram), asegura que las redes sociales han tenido un gran impacto en los quince años que lleva dedicándose a esta profesión, y que, “por desgracia, cada vez hay más gente que convierte las bodas en un mero acto social enfocado a publicarlo en las redes, más que en una celebración de su amor”. No obstante, la “trampa” de las redes sociales radica en que, a pesar de que muchas veces se trate de lo primero (un espectáculo), consiguen crearte una ficción de felicidad que hacen que pienses que se trata de lo segundo (una demostración sincera de amor). Las bodas instagrameables crean una falsa ilusión de felicidad aspiracional, al igual que lo hacían los “seremos felices y comeremos perdices” de las películas Disney.

Las bodas ‘instagrameables’ crean una falsa ilusión de felicidad aspiracional, al igual que lo hacían los ‘seremos felices y comeremos perdices’ de las películas Disney

Esta espectacularización de las bodas y de la felicidad en redes sociales acaba generando una necesidad en sus seguidoras del mismo modo que lo haría un haul de ropa y zapatos, lo que consigue que la dinámica del deseo se acabe invirtiendo. En lugar de pensar “porque estoy enamorada de ti, deseo casarme contigo”, ahora mucha gente piensa “porque sé lo feliz que voy a ser cuando me case, deseo enamorarme”. Un pensamiento muy similar al que compartían las mujeres de hace unas décadas pero, mientras que ellas creían firmemente en que este era el destino de las mujeres, ahora es un deseo infiltrado por el capitalismo y el consumo.

En relación a esto, Álvarez-Hevia se da cuenta —gracias a las numerosas bodas a las que ha asistido en todos estos años— de que “más que en el significado que se pueda dar a ciertos rituales matrimoniales tradicionales, ahora la gente se fija en las tendencias que se ponen de moda en redes sociales”, ya sea una fiesta con un photocall lleno de decoración con bigotes —asociada a la estética Tumblr—, una torre de copas de champán, un videomatón 360º o, una de las últimas novedades que está llegando ahora a España desde Estados Unidos, la figura de la wedding content creator, que se encarga de generar contenido de la boda exclusivo para las redes sociales.

Uno de los ejemplos más claros de hasta qué punto una boda puede convertirse en una oportunidad para crear contenido es el de la influencer Marta Sierra quien, además de las clásicas fotografías y vídeos para recordar el acontecimiento, también publicó numerosos reels diseñados específicamente para redes, desde un lypsinc que unía varios momentos de la boda, vídeos de humor o una pasarela improvisada junto a sus amigas.

Bodas más instagrameables, ¿valores más conservadores?

El hecho de que contenidos relacionados con las bodas —y aquí también podemos incluir los famosos gender reveal (fiestas en las que se desvela el sexo de un bebé)— adquieran tanta viralización en redes, se conciban como algo positivo y se conviertan en algo aspiracional nos hace cuestionarnos hasta qué punto estamos reforzando algo —la familia y el matrimonio como institución— que lleva siendo cuestionado durante muchos años por la lucha feminista. Nadie es indemne a los impactos de la sociedad capitalista presentes continuamente en redes sociales ni a la herencia cultural que impulsa a las mujeres a ver el matrimonio como algo deseable y significativo en sus vidas. Somos parte de la sociedad en la que vivimos, y cada mujer es libre de casarse o no, del mismo modo que es libre de ser madre o no. Sin embargo, es importante conocer los orígenes de las tradiciones que hemos heredado y, si fuera necesario, cuestionarlos.

Más que en el significado que se pueda dar a ciertos rituales matrimoniales tradicionales, ahora la gente se fija en las tendencias que se ponen de moda en redes sociales

Cecilia Álvarez-Hevia
fotógrafa de bodas

Esto es lo que hizo hace unas semanas Miriam Jiménez Lastra, escritora, socióloga y politóloga, en un vídeo en el que explicaba las 5 cosas que no quiero en mi boda, donde criticaba algunos de los rituales matrimoniales con un valor simbólico misógino que todavía reproducimos, como la pedida de mano, que implica que la mujer ha sido propiedad privada que ha pasado de padres a maridos; el uso del vestido blanco como símbolo de pureza; o que el novio espere a la novia en el altar, ya que es una muestra de la mujer ha sido históricamente “entregada”. Este vídeo, que alcanzó el millón y medio de visualizaciones, fue fuertemente criticado, y Jiménez Lastra recibió una gran avalancha de haters en sus redes.

La socióloga cree que el origen de este odio se encuentra en que la idea de la boda y el matrimonio es uno de esos “deseos personales muy incrustados en la socialización más primaria de las personas. Un niño o una niña de 10 años ya sabe que la gente estudia, encuentra pareja, se casa, tiene hijos, se compra una casa, etc. Entonces, cuando atacas eso, la reacción es muy dura”.

A pesar de que Jiménez Lastra ni siquiera estaba criticando que la gente se casara, sino cuestionando los rituales que replicamos por inercia —muchos de los cuales vemos habitualmente en las bodas de influencers—, la respuesta fue altamente misógina. Aunque la intención divulgativa del vídeo era clara, Miriam subió otro vídeo posterior —que tuvo mucho menor alcance— donde ofrecía alternativas a estos rituales, ya que, para ella, lo importante es “encontrar nuevas maneras de hacer las cosas, en lugar de despojar de significado a las tradiciones antiguas, algo característico de las sociedades posmodernas”.

En cualquier caso, es evidente que a las bodas y a la idea del matrimonio todavía les queda un largo recorrido por delante, pero quizá sería interesante empezar a desarrollar —al igual que lo hace Jiménez Lastra— una reflexión más profunda de las decisiones que nos llevan a casarnos: ¿Queremos seguir reproduciendo tradiciones que ni siquiera sabemos qué significan? ¿Vamos a continuar dedicando tanto esfuerzo y dinero en (de)mostrar nuestro amor en redes sociales a cambio de un puñado de likes? ¿O tal vez llegará el día en el que dejaremos de casarnos cuando alguien ‘destape el elefante en la habitación’ y reconozcamos de forma generalizada que recibir una invitación de boda te pone en un compromiso —la mayoría de las veces— indeseable?

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