Los rodales maduros, complejos, con árboles grandes y madera muerta, «son menos propensos» al fuego en un contexto de cambio climático, pero en Europa y España ocupan una superficie minúscula
La falta de agua en España amenaza a los bosques tanto o más que los incendios
Aunque los árboles no son altísimos, los troncos sí son muy gordos. Anillo a anillo, se han ensanchado durante muchísimos años. El suelo se siente mullido y esponjoso al caminar sobre él por la acumulación de humus. Se nota que por aquí no pasa maquinaria. Los árboles muestran ramas que, de largas, se curvan hacia el piso: una visión alejada del pinar habitual. Llama la atención encontrarse con troncos muertos hace muchos años todavía en pie y retorcidos como columnas salomónicas, pero choca todavía más toparse con viejos árboles tronchados sobre el suelo. Sobre algunos tocones han nacido retoños de pino albar. La Umbría de Siete Picos, en Segovia, no es más que un rodal de unas 190 hectáreas, pero “una de las mejores representaciones de masa madura” de España. Un minibosque viejo.
La Umbría es uno de los 60 rodales de referencia de bosque maduro detectados en España. Un vestigio ya que estos bosques apenas suponen el 0,03% de la superficie forestal del país. Y, sin embargo, si dejamos que los bosques se hagan viejos, que a sus árboles les dé tiempo a morirse ya centenarios y que sus troncos enormes se queden allí después de muertos, podemos aliviar la ofensiva de incendios forestales que está trayendo el cambio climático. El calentamiento global incrementó la superficie abrasada en un 16% entre 2003 y 2019.
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¿Qué entendemos por madurez forestal?
Ejemplares gigantes con más de un metro de diámetro.Necesitan mucho tiempo para crecer hasta ese tamaño.
Son refugio: por su edad, tienen multitud de huecos y grietas dode proliferan hongos, líquenes y sirven de hogar a insectos, aves y murciélagos.
La caída natural de los ejemplares más grandes abre huecos en el dosel arbóreo, el techo verde formado por las copas de los árboles, y así puede entrar más luz. Esa luz y la biomasa de los árboles muertos, que funcionan como si fueran troncos niñera para semillas y retoños, permite que crezcan nuevos ejemplares: el inicio de la renovación del bosque.
Abundante, de variados tamaños y en diferentes estados de descomposición.
Los troncos muertos todavía en pie y los que se han vencido son el hábitat de múltiples organismos especializados en descomposición de la madera.
Conviven especímenes de diferentes edades y por tanto de difrentes tamaños: de jóvenes a centenarios. También hay diversas de especies del sotobosque.
Todos conforman un ecosistema complejo, en contraposición a los bosques monoespecie con ejemplares de edad similar. La complejidad aporta resiliencia y resistencia ante el cambio climático y los incendios.
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Parece un desafío al relato predominante, pero “los bosques primarios y maduros son menos propensos al peligro de incendio no más, que los bosques modificados por los humanos”, según concluyó un análisis científico del Joint Research Center de la UE en 2023.
Con todo, “lo difícil es encontrar bosques en los que los árboles se mueran de viejos”, reflexiona José Antonio Atauri, coordinador del proyecto de bosques maduros en la Fundación Fernando González Bernáldez. Muy difícil en Europa, donde estos bosques representan solo el 3% de la superficie forestal, pero más todavía en España donde son “un porcentaje minúsculo”, añade Atauri. “Han sido talados durante mucho tempo a pesar de que son muy valiosos por ser refugios de biodiversidad, reservorio genético y resilientes al cambio climático”.
Antes de ensalzar las virtudes de un bosque maduro (o primario) cabe preguntarse: ¿cómo saber si estamos ante uno de ellos? Definirlo no es tan sencillo como pueda parecer a simple vista. “Lo primero, claro, es que el bosque haya sido bosque siempre o durante un tiempo muy largo porque tiene que tener árboles muy viejos y eso lleva al menos dos siglos”, cuenta Atauri.
El proyecto Life-Red Bosques describe que estas masas “han permanecido al margen de la intervención humana, evolucionando de forma natural”. En España son muy escasos porque casi todas las masas forestales están modificadas por el aprovechamiento de los humanos durante siglos. Los restos que podemos encontrar están dispersos y aislados. “Son remotos y muchos inaccesibles, por lo que no han sido explotados. No eran rentables”, resume Atauri.
Ese proceso de envejecimiento les proporciona unas características propias. En un paseo por estos bosques deberías poder encontrar:
Árboles muy grandes, con troncos de un metro de diámetro. Eso implica que han tenido mucho tiempo para alcanzar ese tamaño. No pueden ser talados a los 20, 30 o 50 años para aprovechar su madera, por ejemplo. Sus grietas y huecos son la casa de aves y murciélagos y proliferan hongos y líquenes.
Se abren claros: al dejar que los árboles mueran de viejos –y se caigan– se abren huecos en el dosel boscoso, el techo verde de los árboles, lo que permite que entre luz y se inicie la regeneración del bosque. Te encuentras así ejemplares muy añosos, adolescentes y retoños.
Hay madera muerta: “Grandes y diversas cantidades de madera y restos gruesos son propios de un bosque maduro”, describe la Evaluación de bosques maduros de Europa del JRC. “La leña –madera muerta– incluye raíces sin vida y tocones a partir de 10 centímetros de diámetro”, prosigue. El investigador de la Fundación González Bernáldez explica que “la cultura mediterránea dice que se retire la madera muerta, para usarla o por creerse fuente de plagas” –comenta–. “Ahora empieza mirarse de otra manera, porque la madera al descomponerse, con sus distintas especies de insectos descomponedores que se relevan a lo largo del tiempo, aportan materia orgánica”. Un árbol antiguo de verdad caído en medio de un rodal puede actuar como tronco nodriza del que brotan nuevos retoños.
Diversidad: hay diferentes especies en un mismo bosque. “Diverso no significa maduro, pero para que sea maduro sí deberá tener muchas especies”, ilustra el investigador del Creaf, Jordi Vayreda en contraposición a extensiones de monocultivo de una variedad de árbol, que además tienen edades muy parecidas. La diversidad hace que “si unas especies lo pasan mal en algún momento otras sí podrán resistir y nos hace pensar que los bosques maduros van a ser más resilientes”.
Distribución de bosques primarios o maduros en Europa
REGIONES
BIOGEOGRÁFICAS
Bosques
primarios
Ártico
Boreal
Alpino
Continental
Atlántico
Panónico
Estépico
Mar negro
Mediterráneo
Macaronesia
gráfico: ignacio sánchez. FUENTEs: Barredo et al / JRC.
Distribución de bosques primarios o
maduros en Europa
Bosques
primarios
REGIONES BIOGEOGRÁFICAS
Ártico
Boreal
Alpino
Continental
Mar negro
Mediterráneo
Macaronesia
Atlántico
Panónico
Estépico
gráfico: ignacio sánchez. FUENTEs: Barredo et al / JRC.
Resistencia al fuego
Encontrar algunos de estos bosques es muy difícil tanto en España como en la región mediterránea que es, precisamente, uno de los puntos calientes de la ofensiva de incendios forestales que, regularmente, avanza alimentada por el cambio climático. Grecia, Italia, Francia y Portugal son los líderes destacados del fuego superdestructivo en Europa como se ha visto en las últimas temporadas. Y apenas conservan un 2% de bosques maduros entre todos.
La idea generalizada de conservar un bosque a base mantener árboles espigados y poco más como salvaguarda ante las llamas se está resquebrajando. “La complejidad de especies, un fuerte efecto de microclima y el contenido de humedad en los troncos gruesos en descomposición los hace menos expuestos al riesgo de incendio”, argumenta la investigación para Europa del JRC que amplía: “Se asocia gran cantidad de restos finos de leña con un aumento de la probabilidad de ignición y propagación en condiciones meteorológicas propicias para el fuego”.
La Umbría de Siete Picos.
Vayreda cuenta a elDiario.es que “es una respuesta complicada, pero sí hay indicios que nos dicen que los bosques maduros tienen elementos de resistencia al fuego. Hay especies más resistentes y la propia diversidad de variedades hace que el fuego siempre vaya a producir un daño, pero seguro que sobrevivirán más árboles si son mayores, más altos y, así, más separados del sotobosque”.
Sotobosque: “Vegetación de matas y arbustos que crece bajo los árboles de un bosque”, define la Real Academia. Pero quizá se lo conoce más (sobre todo cuando se habla de incendios forestales) como la maleza.
Maleza: “La espesura que forma multitud de arbustos”, describe la RAE. La etimología de esta última palabra da muchas pistas sobre cómo se la ha considerado históricamente: proviene del término latín malitia que significa “maldad”. Y esa perspectiva ha dominado a la hora de gestionar bosques convirtiendo al sotobosque en el primer candidato a ser eliminado como labor principal de prevención de incendios en multitud de montes.
No nos gusta el término limpiar de maleza. El sotobosque aporta muchísima diversidad y es inherente a los bosques. Si lo eliminas vuelve en poco tiempo, a pesar de que te has gastado un montón de dinero en quitarlo porque desbrozar es de lo más caro
“¿Por qué lo llamamos maleza?” Se pregunta el investigador del Creaf. “No nos gusta el término limpiar de maleza. El sotobosque aporta muchísima diversidad y es inherente a los bosques. Sacar algo inherente es contraproducente y elimina funciones importantes”, explica. Un bosque, al madurar, es un ecosistema complejo. Tiene especies de sotobosque.
Además, según este doctor en Ecología Terrestre, desbrozar esta vegetación tampoco es un buen negocio en términos generales porque “si lo eliminas, reacciona muy rápidamente y vuelve en poco tiempo, a pesar de que te has gastado un montón de dinero en quitarlo porque desbrozar es de lo más caro. Es un tipo de actuación que puede valer en zonas de contacto entre vegetación y población –admite– en la llamada interfaz urbano-forestal, pero en general no es una buena práctica”.
¿Y qué hacer entonces? Jordi Vayreda expone que “quizás sería mejor intentar mantener una cubierta arbórea densa por la que entra menos luz porque eso te permite controlar el sotobosque”. La idea es que sin luz no crece tanto. “Si tú haces una corta y quitas cobertura arbórea el sotobosque crecerá a sus anchas. Si permites al bosque hacerse maduro y viejo hay más cobertura, crecen especies tolerantes a la sombra, que arden poco, y que incluso cuando hay incendio el fuego al llegar le costará alcanzar las copas de los árboles. Esa complejidad de especies lo hará más resistente”.
Qué dicen las investigaciones
La evidencia sobre cómo resisten los bosques a los que se les deja envejecer se acumula. Una revisión de la severidad de 1.500 incendios declarados durante 30 años en la costa oeste de Estados Unidos reveló que los bosques protegidos legalmente –que pudieron madurar y contenían mayores niveles de biomasa y combustible potencial– habían, de hecho, padecido incendios menos graves que las áreas con fuerte gestión humana, en especial por la industria forestal. Unos años más tarde, otro estudio encontró que “la silvicultura intensiva caracterizada por árboles jóvenes y homogéneos era un vector significativo para la gravedad de los incendios más que la cantidad de biomasa”.
Un retoño de pino nacido sobre la madera muerta de un tocón.
Incluso las talas a matarrasa (que se llevan todos los ejemplares de una masa forestal) han llevado a “una mayor frecuencia de fuegos muy severos”, según averiguó un equipo de la Australian National University en 2022. Son estudios en Norteamérica y Australia, pero ofrecen conclusiones.
El fuego es consustancial a los bosques mediterráneos. Pero ahora la mayoría de los incendios son causados por los humanos (en España solo entre el 5% y el 6% tienen causa natural) y eso los convierte en un fenómeno diferente al régimen natural del fuego al que se habían ido adaptando los árboles: “Incluso estos ecosistemas pueden experimentar degradación debido a los incendios causados por los humanos y los efectos del cambio climático”, explica el Joint Research Center.
Atauri añade que si entra un incendio de grandes dimensiones “estos rodales maduros claro que arden, pero ralentizan las llamas lo que puede dar una oportunidad para atajarlos”. “La madera muy gruesa arde peor –continúa–, los árboles gruesos prenden más dificilmente y contienen más humedad así que simplificar los bosques, además de ser carísimo, hace un flaco favor para otros servicios”. Y remata: “Dejar solo los palos [los árboles] ataja el fuego, pero eso no es un bosque y esa es una de las grandes dificultades que existen”.
Jordi Vayreda entiende que una gestión forestal “que vaya aumentando la madurez de los bosques, aunque sea poco a poco, seguro que es una buena idea”. En otras palabras, aplicar los elementos propios de la madurez a los que no lo son o como dice Atauri: “Imitar a los bosques viejos para ser más resilientes”.