Valencia, devastada por un tsunami, se pregunta por qué: «Cuando estaba en el coche tragando agua me llegó la alerta del móvil»

La Generalitat avisó en una cuenta de Twitter a las 12.20 del martes de peligros de desbordamientos, pero el centro de mando se montó a las 17.00 horas y la alerta de móvil a la ciudadanía se lanzó pasadas las 20.00, cuando ya había anochecido. La devastación que sucedió en pocos minutos traumatiza a una provincia aún incrédula sobre cómo pudo pasar

Mazón eliminó la Unidad Valenciana de Emergencias cuatro meses después de llegar al gobierno y tras tildarla de «ocurrencia»

Miguel Ángel conducía el martes por la tarde su coche en el puente de Picanya, uno de los puntos negros de la peor inundación que ha vivido la Comunitat Valenciana, cuando vio que algo iba mal. Un atasco y una riada discurriendo por el asfalto: “Eran las 19.15 y diez minutos más tarde, sobre las 19.25, el coche ya flotaba. Tuve que abrir la ventanilla para sacar la cabeza porque el agua me llegaba casi al pecho. Me puse el movil sujeto arriba para poder comunicarme. A las ocho y pico, cuando estaba una hora con el agua al cuello y tragando fango, me suena la alerta de protección civil”, cuenta entre el sarcasmo y la rabia desde las calles de una localidad que ya no reconoce: “Parece que haya pasado un tifón o un tsunami, no sé ni en qué calle estoy”.

A las 20.12 h del martes, millones de valencianos recibían la alerta visual y sonora en su móvil de la que habla Miguel Ángel: “Debe evitar cualquier tipo de desplazamiento en la provincia de Valencia”. Para entonces, las brutales lluvias en la zona de Utiel y Chiva, al interior de la provincia, estaban ya lanzando río abajo un tremendo torrente de agua que iba a ser inasumible. Minutos antes y a unos pocos kilómetros, en localidades como Catarroja, Paiporta o Alfafar, donde ni siquiera llovía, la gente estaba cogiendo el coche despreocupadamente por carreteras secundarias para ir a Ikea, recoger a los niños de las extraescolares o regresar a sus casas en esa parte sur del área metropolitana, la más castigada y donde viven unas 200.000 personas (hay 800.000 en la capital). Les iba a arrollar en cuestión de minutos la peor inundación que se recuerda. Mucha lluvia, mucho tiempo bajando por barrancos que atraviesan una zona muy poblada. No se podía parar la lluvia ni los ríos, claro. Solo despejar de personas su mortal transcurso.

La heroína de la sábana

Cuando llegó el mensaje de alerta general a la población, la tromba de agua estaba anegando coches, casas y poniendo al límite a los supervivientes de una catástrofe todavía por cuantificar: los que pudieron subir a tejados o pisos altos y los que tuvieron el instinto de salir del coche, como Antonio. O como una chica encaramada a una persiana que se ha convertido en símbolo después de conseguir trepar por las sábanas que le lanzaron los vecinos del primer piso, heroicidad a la que siguió una explosión de aplausos desde los balcones. Otra vez los balcones, otra vez “como si fuera una guerra”, como decía Rubén, que vive cerca de Paiporta.

Muchos más ciudadanos quedaron varados sin comida, agua o luz, aferrados a un saliente y a la esperanza de ser encontrados en la noche, sin poder usar el móvil, por falta de cobertura o de batería. Mayores en sillas de ruedas atrapados en la residencia. Gritos de socorro que se apagaron de pronto en la V-30 a la altura del barrio de La Torre, con conductores intentando agarrarse a una mediana. Un matrimonio de señores que no pudieron salir de casa. Otro al que se lo llevó la tromba cuando intentaba proteger la puerta. Una madre y una hija que murieron juntas en L’Alcúdia.

A la Unidad Militar de Emergencias (UME), que depende del Ministerio de Defensa, se la “prealertó” a las 20.36, como admitió en su primera comparecencia de las 21.30 h el president de la Generalitat, Carlos Mazón: “No sabemos lo que vamos a necesitar porque nos falta información por la sobresaturación de líneas”. A qué líneas se refiere no ha quedado claro, como tampoco se ha dado más explicación de ninguna sobresaturación entre las comunicaciones entre cuerpos de seguridad del Estado. A esa hora el agua se había llevado ya la vida de decenas de personas y centenares estaban esperando un rescate. “Adonde no se ha podido llegar es porque no es posible, no es por falta de medios”, insistía Mazón en su segunda y última comparecencia, a las doce y media de la madrugada. Efectivamente, ya era tarde para poder acceder a la zona del desastre natural. Según las notas de prensa colgadas online, el organismo que gestiona este tipo de catástrofes, el Centro de Coordinación de Emergencias (Cecopi), no se convocó hasta el día de la tragedia a las cinco de la tarde.


Vehículos amontonados en una calle de Picanya

Incomprensiblemente, porque el mismo gobierno que llevó todas las medidas a la tarde-noche del martes estaba alertando por la mañana de los peligros inminentes. La Confederación Hidrográfica del Júcar había posteado en Twitter fotos e información de desbordamientos. A las 12.20, la propia cuenta de Emergències, que depende de la Generalitat Valenciana y está en manos de la consellera del PP Salomé Pradas –asumió esas competencias tras la salida en julio de Vox del gobierno–, emitía un “aviso especial de alerta hidrológica en los municipios de la zona del barranco del Poyo”. Ese desbordamiento ha sido uno de los más mortíferos y se ha llevado por delante familias y casas. No se sabe aún qué coordinación se hizo con los municipios. Tres minutos más tarde, esa misma cuenta del gobierno autonómico colgaba un vídeo en el que se ve, a las 13 horas, que está a punto de salirse el caudal en ese barranco.

El president siguió con su agenda y a las 13.45 se reunió en el Palau de la Generalitat con los agentes sociales. Tuiteó que el temporal remitiría a las 6 de la tarde y se desplazaría hacia Cuenca. Horas después, cuando todo es barro y los muertos empiezan a intuirse por decenas, Mazón borra el tuit. Esa misma mañana, la portavoz del Consell ha dedicado apenas cuatro minutos a actualizar datos y alertas del temporal en su comparecencia de los martes, tras el Consell de Govern. Hay una gota fría, pero desde el departamento competente no se trata como una prioridad de momento. Hasta siete horas más tarde.

A partir de las 20.30 horas, con la UME sin convocar y el SMS de alerta recién enviado, la provincia de Valencia llevaba una hora sumida en el caos. En los municipios del recorrido de la lengua de agua –Aldaia, Torrent, Catarroja, Carlet o pedanías de la ciudad como Forn d’Alcedo y La Torre– fallaba internet y se cortaba la luz (este miércoles 150.000 clientes seguían sin suministro), pero las redes sociales empezaron a alumbrar una realidad que había sido ignorada por la mayoría de valencianos.

Despertaron de golpe a una realidad oculta de la que solo algunas cuentas corporativas de la Confederación del Júcar, de la Generalitat, la Aemet o À Punt –la radiotelevisión pública valenciana que estuvo a pie de DANA– habían advertido. Y se sumieron en una pesadilla: en quince minutos, unas terroríficas inundaciones que habían estado sumando virulencia durante las ocho horas anteriores, habían destruido todo a su paso.

Empezaron los llamamientos por whatsapp, twitter, por las radios: “Por favor, ayuda, no encuentro a mi hermano”. “Aviso urgente: un grupo de personas en este punto no pueden salir del coche”. “Mi amiga se ha quedado atrapada por el agua, agarrada a una planta y su coche ha sido arrastrado por la corriente, está sola y no tiene mucha cobertura”. El 112, ya para entonces, hacía lo que podía tratando de responder a multitud de llamadas. Para muchos de quienes pedían auxilio daba error o comunicaba. Los ciudadanos se lanzaron a buscar a sus familiares por otras vías. “Si no conseguís contactar a la primera, insistid”, decía Mazón por escrito sobre ese teléfono oficial. Hay quien no pudo contactar en toda la noche. Al mando del 112, Emilio Argüeso, quien montó Ciudadanos en Valencia y ahora dirigente muy cercano a Mazón, que 24 horas después de la riada no había comparecido públicamente.

La inundación salvaje y descontrolada que ahogaba a conductores y familias en sus casas, pilladas totalmente de imprevisto, se contemplaba con la incredulidad general de una mayoría de valencianos que ni siquiera habían tenido que coger el paraguas ese día y no habían visto nada demasiado grave en las noticias: solo el canal público autonómico había tomado en serio el aviso lanzado desde hacía cinco días por expertos y la propia Aemet y seguía en directo. “Si esto hubiera pasado en Madrid estaría en todos los telediarios”, escribían algunos ciudadanos indignados en redes. Es una duda razonable. Otra sería qué hubiera pasado si, en lugar de en puntos de interior con zonas inundables a su paso muy pobladas, el torrente hubiera caído en la capital o cerca del mar. O qué habría pasado si hubiera existido la Unidad Valenciana de Emergencia, que fue eliminada en cuanto el PP ganó las elecciones autonómicas al enteder que era “una ocurrencia”.

A Miguel Ángel lo sacaron cuando bajó el agua, sobre las 22.00 horas, después de tres esperando, y con mucha precariedad: “El caudal fue bajando y los servicios de emergencias fueron coche por coche, nos metieron arriba de un camión y luego, con una cuerda, nos fueron llevando a un lugar seco. Ahí nos dieron unas cosas para hacernos vomitar por el fango que habíamos tragado”. Otros tuvieron que esperar a que amaneciera.

Cuando lo hizo, el agua se había retirado pero emergió la magnitud del desastre: cuerpos, cientos de coches cabalgando farolas, farolas coronando casas y camiones empotrados en quitamiedos. Silencio, olor a fango y muchos traumas que tardarán en cicatrizar. En Paiporta, que tiene 25.000 vecinos, ya han contado 34 muertos incluidos mayores de una residencia, según ha relatado la alcaldesa. Y las cifras, como en toda catástrofe, son provisionales.

Al drama por los fallecidos y desaparecidos –para los que se ha montado una morgue especial y reclutado nueve equipos de forenses– lo acompaña una resaca logística. Solo en Torrent hay 700 desalojados. El puente que une la pedanía de La Torre con la ciudad es un trasiego de personas con maletas que se mudan a casa de familiares. Dos complejos deportivos de la ciudad dan cobijo a cientos vecinos de pedanías que recogieron el final de la lengua de agua, gran parte de la cual ha acabado en la Albufera y ha hecho desaparecer embarcaderos. Aunque la actividad en el aeropuerto se ha retomado, los trenes a Madrid han continuado cancelados este miércoles y se prevé que no se pueda solventar en los próximos días.

Las fake news han hecho también una lamentable aparición desde el martes por la noche en las peores horas. Hay cuentas que han replicado roturas de pantanos que no eran tales o han dado teléfonos alternativos al 112 que no eran oficiales. El portavoz de los Bomberos y el Consell se han centrado mucho en combatirlos en todas sus comparecencias. “Hemos tenido problemas de comunicación por fake news y ha interrumpido la labor de los equipos de emergencia”, decía el miércoles por la tarde el portavoz de los Bomberos, José Miguel Basset, quien también ha querido hacer una defensa sobre una actuación cuestionada por la tardanza en activar las medidas: “Las alertas no se pueden lanzar así como así”, intentaba zanjar las críticas. “Nos hemos ajustado a las variaciones de esa emergencia emitida por la Aemet en las horquillas horarias en los que nos marcaban que iba a ocurrir”, ha defendido en su comparencencia.

La primera previsión de la DANA de Aemet se hizo pública el 20 de octubre, hace diez días. El lunes a las 22.48 emitió alerta roja y naranja, la de mayor escala, y la fue actualizando a lo largo del martes fatídico. Con la misma información que el Consell, la Universitat de València, la más grande de la ciudad –50.000 alumnos– y que se basa en los mismos avisos de Aemet para gestionar la seguridad, alertó de la situación el lunes por la noche en un mail masivo y canceló las clases desde el martes por la mañana. Sin embargo, los colegios de la capital (cuya responsabilidad es del Ayuntamiento de Valencia) estuvieron abiertos y se anunció su cierre cuando ya había sucedido la desgracia.

Valencia, especialmente su Horta Sud –que pese a su nombre hace décadas borró su huerta– despierta este jueves noqueada, aturdida y atravesada por un torrente de agua que ha sepultado a un centenar de personas, ha dejado a miles pasando la peor noche de sus vidas y una pregunta que queda en el aire para los próximos días y semanas: por qué nadie lo supo si todos lo sabían.

Publicaciones relacionadas