La DANA somos nosotros

De la misma forma que la DANA sola no mata más de doscientas personas sin la colaboración de unos gobernantes negligentes que no avisan a tiempo a la población, tampoco es la DANA sola la autora de la destrucción de tantas viviendas, empresas, infraestructuras y vehículos

Nos encantan las metáforas basadas en fenómenos naturales, especialmente meteorológicos, y se las aplicamos a cualquier suceso político, económico o cultural. Ya sea un resultado electoral, una crisis financiera, el aumento del paro, la llegada de inmigrantes, una victoria deportiva o el último éxito musical, siempre echamos mano del repertorio de la naturaleza más impetuosa: huracán, tormenta, tsunami, terremoto, marea… 

Supongo que se debe a que seguimos siendo unos insignificantes humanos que miran con asombro y espanto la cólera de la naturaleza, equiparada a una divinidad terrible y caprichosa, y es nuestra unidad de medida para todo suceso extraordinario. Lo cierto es que el uso y abuso de esas metáforas contribuye a naturalizar acontecimientos que no son nada naturales, invisibilizar a sus responsables, y extender el fatalismo y la resignación: quién puede resistirse a una crisis económica o a un triunfo arrollador en las urnas, cuando son narrados como ciclones, olas o seísmos.

Si sucesos de origen humano son vistos como fenómenos naturales, qué vamos a pensar de un fenómeno que en origen nos parece indudablemente natural, sin necesidad de metáforas: una DANA como la que arrasó Valencia. Agua llegada del cielo, sin sentido figurado: nubes que se forman en el mar, que el viento desplaza, que el choque de temperaturas revoluciona, que desaguan sobre la tierra, que acrecientan ríos. Todo es pura naturaleza, quién lo va a dudar. Podemos culpar a Mazón, pero en el fondo asumimos que la destrucción la causó la DANA, es decir, la naturaleza.

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