El autor viaja a partir de la cita de Rimbaud hacia una reflexión sobre la fuerza del capitalismo para deslindarnos en dos, como a la protagonista de ‘La sustancia’
Un grupo de figurantes se niega a que les escaneen en un rodaje sin avisar: “Querían ahorrarse esa jornada de trabajo”
Decía Jean-Paul Sartre que el infierno son los otros. La poeta Ángeles Mora discutía la premisa del existencialista francés asegurando que el infierno, lejos de ser el otro, está en nosotros. La poesía, al menos aquella que quiere luchar contra el inconsciente que la produce, debe indagar en el interior del individuo para encontrar allí el infierno que nos constituye, el otro que nos habita.
No es casualidad que en la poesía aparezcan tantos sujetos escindidos –o tachados o barrados, diríamos Lacan–: sujetos poéticos que se desdoblan para dialogar con ese que vive en su interior y le impide decir , presentarse como una subjetividad plena y autónoma. , de Luis García Montero (2003), se abre con un poema titulado que escenifica un diálogo entre un poeta que ha alcanzado la madurez al cumplir los cuarenta años y el joven que fue, de veinte años, militante y comprometido, que impertinente le mira desde la fotografía y le sanciona la renuncia de los sueños por la mera supervivencia, la sustitución de la exclamación de la protesta por la interrogación de la duda, el cambio del corazón por la razón. En la conversación se reprochan imposturas y traiciones. La presencia de ese otro que le habita genera malestar en un sujeto que sin embargo no puede sacárselo de encima. No le queda otro remedio que convivir con él. A la manera ilustrada, en lugar de batirse en duelo con el enemigo que lleva dentro, inician una negociación para alcanzar consensos y lograr una convivencia pacífica.