Las unidades de Anatomía Patológica son uno de los servicios más invisibles por la falta de contacto con los pacientes: «De nuestro diagnóstico a partir de las biopsias va a depender el pronóstico del paciente y su tratamiento»
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Todavía hay personas en su entorno que no saben a qué se dedica, pese a que a Sagrario García le quedan solo unos años para jubilarse. Dirige el servicio de Anatomía Patológica del Hospital Universitario Infanta Sofía de Madrid, el lugar donde especialistas como ella se dedican a ponerle nombre a las enfermedades. Son médicos y médicas invisibles a los ojos de los pacientes: no les ponen cara y nunca tratarán con ellos, pero les conocen por lo que cuentan pequeños trozos de su carne: un pedacito de mama para biopsiar, un tiroides retirado completamente, una parte del intestino.
Los patólogos, dice García, son los mejores testigos de cómo enferman los cuerpos y los responsables de escribir las palabras más aliviantes –“es benigno”–; también las más temidas. A su servicio han llegado, en lo que va de año, muestras de 20.100 personas que pasan por diferentes salas, manos y máquinas. La organización es escrupulosa y, sobre todo, manual. Los tejidos se cortan en la sala de tallado. Se deben seleccionar aquellas porciones, si se trata de un órgano completo, que vayan a dar la mejor información. En las mesas de operaciones hay tijeras de todos los tamaños, pinzas y unos ventiladores para asegurar que los olores no invaden el espacio.