Un medio de comunicación suelta el bulo, otro medio o programa da crédito y lo recoge y un sindicato lo pone en circulación ante la justicia; entonces, casualmente, aparece un juez de cámara y ya tenemos caso. Una cadena de fidelidades ciega.
Un medio de comunicación suelta el bulo, pongamos que El Mundo -no es ficción ni improbable, hay trayectoria-, otro medio o programa da crédito y lo recoge, El Hormiguero, un poner, y un sindicato lo pone en circulación ante la justicia; entonces, casualmente, aparece un juez de cámara y ya tenemos caso.
Otros se suman, amplifican y menguan según el interés no escrito, hay pisto para programas y tertulias y hasta para comparecencias. Una cadena de fidelidades ciega, aunque luego esa confianza de los que forman la cadena se vea defraudada por la verdad. Pero da igual, van a por ello, aunque sea muy burdo y, lo fundamental, van porque forma parte del compromiso. Si se rompiera la cadena por algún despistado puede incluso entrar en funcionamiento el código rojo. No se admiten solos.
Si no fuera por el respeto que le tengo a ese revolucionario baile, en palabras del maestro flamenco José Luis Ortiz Nuevo, de las bulerías, diría que son buleros en los tablaos y mentideros de la corte, y otras cortecillas provinciales subalternas, que practican con denuedo el baile. Los buleros, no los revolucionarios del baile, campan por redacciones y tertulias sin que parezca afectarles ni sus propias mentiras a sueldo ni la vergüenza por ser portadores, tal vez, en ciertos casos involuntariamente, de las mismas. Ni siquiera conocen al jefe pero sí saben que son parte de la cadena de compromisos.