Tiene razón el ministro Urtasun, no es un lapsus ni ceguera ideológica. Al poeta republicano lo asesinaron pero no con balas, sino dejándolo morir de una enfermedad que seguramente no habría contraído ni lo habría matado de no llevar tres años de cárcel en cárcel en penosas condiciones
Dice el ministro de Cultura que Miguel Hernández fue asesinado, y corre la prensa de derechas, la tertulianada y las redes sociales a corregirle: “¡murió de tuberculosis!”, a reírse del ministro por ignorante, o a criticarlo por sectario y manipulador. Y tienen razón: Miguel Hernández murió de tuberculosis. Punto. En un titular de periódico, un comentario de tertulia o un tuit no hay mucho espacio, y seguramente es por eso que no añaden “Miguel Hernández murió de tuberculosis en una cárcel franquista”. O incluso: “Miguel Hernández murió de tuberculosis en una cárcel franquista tras pasar por una docena de cárceles donde fue maltratado y enfermó”. O ya puestos: “Miguel Hernández murió con solo 31 años de tuberculosis en una cárcel franquista, con el cuerpo cubierto de llagas y sin poder respirar, tras ser condenado por sus ideas republicanas y comunistas y pasar por una docena de cárceles donde fue maltratado y enfermó como miles de presos políticos que sufrieron frío, hambre, torturas y enfermedad en la posguerra, muriendo muchos de ellos”. No cabe en un titular, qué le vamos a hacer.
Hay que decirlo bien alto: Miguel Hernández fue asesinado. Lo asesinó el franquismo. Tiene razón el ministro, no es un lapsus ni ceguera ideológica. Lo asesinaron pero no con balas, sino dejándolo morir de una enfermedad que seguramente no habría contraído ni lo habría matado de no llevar tres años de cárcel en cárcel en penosas condiciones. A Miguel Hernández lo mataron lentamente, se titula un libro de hace unos años escrito por un médico que documentaba la inhumanidad y crueldad de las prisiones franquistas y el ensañamiento carcelario con el poeta. Si nos ponemos exquisitos con el lenguaje, ya que de escritores hablamos, la Real Academia define asesinar como “matar a alguien con alevosía, ensañamiento o por una recompensa”. Y en la muerte de Hernández hubo sin duda ensañamiento.
La última línea que escribió el poeta lo dice todo: “Manda una caja de inyecciones BRONQUIMAR”. Lo escribió en una nota a su mujer, Josefina Manresa, solo un día antes de morir en marzo de 1942. Lo leo en ‘Libro de la guerra‘, la estupenda edición que Elena Medel hizo de los escritos de Hérnandez en guerra y posguerra. Es casi un endecasílabo, puedes leerlo en voz alta como si fuese el arranque de un poema: “Manda una caja de inyecciones BRONQUIMAR”. Hernández, agonizante, pedía los medicamentos que no le daban en la enfermería. Había llegado a Alicante tras pasar por otras cárceles en las que cogió bronquitis, fiebre tifoidea e infecciones varias, como tantos presos republicanos, hacinados, maltratados y sin atención médica. Pasó frío en Palencia, recibió palizas en Huelva, y conoció la infame cárcel de Ocaña, de cuyos horrores dan fe las memorias de Miguel Núñez, ‘La revolución y el deseo’. Pero nada, sigamos diciendo que no lo asesinaron, que murió de tuberculosis.
También podemos seguir diciendo que “Antonio Machado murió en una pensión de Colliure”, como si fuese un anciano que fallece en el hotelito. Hay que conocer con detalle las últimas semanas de vida de Machado, la difícil salida de España cruzando la frontera junto a miles de republicanos que como él huían del avance franquista, con frío y lluvia, abandonando su equipaje, caminando algunos tramos pese a su mal estado de salud, con su madre enferma, durmiendo en un vagón de tren, exhausto. Hay que ver la impresionante última foto de Machado con vida, el rostro de un hombre demacrado, sin afeitar y desaliñado, un hombre acabado que “murió en una pensión de Colliure”.
Hay que recordar que tres de los mayores poetas de la historia de España, Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández, murieron en terribles circunstancias: Machado huyendo del país, Lorca asesinado y desaparecido su cadáver, Hernández enfermo tras un encarcelamiento criminal. Los tres perseguidos por el franquismo, los tres comprometidos con la República.
Como escribió Hernández en uno de sus últimos poemas en prisión: “Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes. Tristes. / Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes. Tristes. / Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes. Tristes.”
No, Miguel Hernández no murió de amores, pero tampoco “murió de tuberculosis”.