No parece tan lejano el día en que amplios y hasta mayoritarios sectores entre sus bases lleguen a la conclusión de que sería mejor romper el gobierno de Sánchez, que seguir pactando acuerdos para luego acabar quejándose de que nunca se cumplen
La mayor ventaja estratégica del gobierno de coalición reside en que conforma la única suma posible para gobernar. Para ninguno de sus socios, da igual el signo ideológico o la localización geográfica, resulta viable apoyar la investidura de un hipotético ejecutivo presidido por Alberto Núñez Feijóo, con Vox como socio preferente. La toxicidad de la extrema derecha vuelve imposible para ninguno de los aliados de Pedro Sánchez acercarse siquiera a algo parecido a un acuerdo de investidura. Únicamente el Partido Popular resiste hoy el contacto corrosivo de los acuerdos con los de Santiago Abascal; o eso quieren creer en el PP agobiados por la necesidad.
Otra ventaja no menor para el gobierno de coalición reside en la incapacidad de Núñez Feijóo para completar aquel que fue su primer gran objetivo cuando bajó desde Galicia al rescate del partido: reconquistar el espacio electoral cedido a la extrema derecha. El equilibrio se antoja perfecto para Pedro Sánchez: el PP no puede gobernar sin Vox y la suma no le da sin el apoyo del nacionalismo conservador; una ecuación imposible de despejar.
Ambas ventajas empiezan a dar algunos síntomas de haberse reducido sustancialmente, puede que incluso anden al límite. para recordarle a Pedro Sánchez que no se fía de él tenía una lógica externa, orientada a reforzar la posición negociadora de Junts de cara a los presupuestos. Pero también respondía a una lógica interna: fijar posición en una organización donde muchos ya no ven con claridad la estrategia del expresident y otros tantos no parecen especialmente cómodos sosteniendo a Sánchez; lo único que los mantiene unidos es que ninguno se atreve a decírselo públicamente a Puigdemont.