Marisa Paredes

La veíamos como una diva que rejuvenecía con cada indignación ante la tropelía del momento. Dábamos por hecha su presencia en los combates justos de ahora y del porvenir. Pero no, ella también era mortal

Mi generación hace ya tiempo que llegó a ese momento vital en que te escuchas decir aquello de que ahora se muere gente que antes no se moría. A mi generación los sociólogos la llaman la de los porque nacimos en la explosión demográfica que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Estamos, pues, entre los 60 y los 80 años, y, ay, ya contamos con un montón de bajas. Apenas hay día en que los diarios no den cuenta del fallecimiento de un escritor, un cineasta, un músico o un político que ha sido influyente en nuestras vidas.

babyboomers

Pero, aunque ya tengamos callo, a mí y a la mayoría de mis amigos nos ha impresionado particularmente la sorpresiva muerte de Marisa Paredes. Quizá porque con su vitalismo, su elegancia y su activismo incombustibles se había convertido en la encarnación de lo que está siendo un nuevo fenómeno social: esos sexagenarios y sexagenarias, esos septuagenarios y septuagenarias que ahora salen en la publicidad tan guapos, tan modernamente ataviados, tan activos. Clientes potenciales de viajes al otro extremo del planeta, de hermosos automóviles eléctricos o de gafas de sol estilosas.

Publicaciones relacionadas