El actor estrena ‘Oh, Canada’, en la que interpreta a un director de cine que decide repasar su vida en una última entrevista, donde realidad y ficción se entrelazan
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Contarse para entenderse. Narrarse para inventarse, reconciliarse y explicarse. Sentarse frente a una cámara para confesarse, compartirse y reconocerse. Este es el ejercicio que hace Leonard Fife, un director de cine que, enfermo terminal, decide conceder una última entrevista a dos de sus alumnos. Con una condición: que su pareja esté presente. El resultado es una especie de ejercicio de redención, una confesión bajo los focos, un repaso a su vida en el que la memoria y la ficción se entremezclan en un relato confuso, complejo, obtuso. Richard Gere es el encargado de interpretar a este cineasta arrepentido en la película de Paul Schrader Oh, Canada, que acaba de llegar a las salas tras ser presentada en el último Festival de Cannes.
“Los documentales son interesantes porque la gente piensa en ellos como algo real, como si siempre te dieran una versión de la realidad. Y es una cámara, un montaje”, explica a este periódico el actor, que reconoce a su vez: “Vivo en un documental de mi vida todo el tiempo”. El intérprete reflexiona así sobre su carrera y biografía, que se combinan como le ocurre al personaje que interpreta en el drama. Richard Gere arrancó pronto su trayectoria como intérprete, aunque sin grandes expectativas. “Pensé en retirarme con 25 años, nunca pensé que esto sería para toda la vida”, reconoce. Pero continuó y, a sus 75 años, acumula a sus espaldas una filmografía engrosada con títulos como American Gigolo, Pretty Woman, Rey David, Chicago y El fraude.
Eso sí, revela que las películas que más le gusta rodar son las independientes, “sobre ideas que cuestionan la realidad”. “Y porque se ruedan muy rápido, casi no hay tiempo”, describe. “Mantengo el entusiasmo infantil al rodar”, comparte el actor. En su caso, a diferencia del personaje que encarna en Oh, Canada, ha reflexionado y tomado consciencia sobre lo que haber pasado tanto tiempo delante de las cámaras le ha provocado. “Te enseña a centrarte. Hay un momento en el que un pensamiento se disuelve y antes de que entre el otro, hay un pequeño agujero. Y en ese agujero, hay algo que puedes atravesar para llegar a otra posibilidad del yo, que es más inclusiva”, considera.
“Como una medicación, nos hace centrarnos en el ahora. Es curioso, porque en el momento en el que dices ¡acción! hasta ¡corten!, somos conscientes de nosotros mismos, nuestros pensamientos, de tratar conseguir lo que estamos explorando”, reflexiona sobre el trasfondo del filme. “Leonard no puede con toda su verdad sin la cámara, o su versión de la verdad. Sin ella se siente un mentiroso absoluto”, describe. Y plantea, como le ocurre a su alter ego en el largometraje: “Soy simplemente un personaje de ficción, no soy nada más. Y por extensión, ¿lo somos todos? ¿Somos una proyección de una idea del yo? ¿Somos una ficción?”.
Oh, Canada juega a ello, a través de flashbacks en los que Jacob Elordi encarna a su personaje en su juventud, en los que se mezclan distintas relaciones, y un hijo abandonado. Además del trauma y culpa por haberse exiliado huyendo a Canadá durante la guerra de Vietnam. La película, que se basa en la novela de Russell Banks, recorre su viaje interno y externo, poniendo igualmente el foco en la relación entre el arte y la fama, la creación y el ego. Y la muerte, cuya proximidad es la que hace que el protagonista se replantee los pasos dados hasta entonces, los engaños, las victorias y las mentiras que le han acompañado durante toda su vida.
“Espero que todos estemos preocupados por la muerte, pero no de una forma mórbida, sino simplemente entendiendo que todo lo que nace, muere. Es una perspectiva muy saludable”, recomienda al destacar que “nadie sabe cuándo va a morir”. El actor bromea sobre el paso del tiempo, comparando su experiencia en Oh, Canada con King David, estrenada en 1985, por cómo cuando le ‘envejecieron’, fue más complicado de conseguir que en su último largometraje. “Recuerdo pasar doce horas en maquillaje, poniéndome todo tipo de prótesis que no funcionaban porque tenía una piel superjoven, ahora es superfácil hacerme parecer supermayor”, bromea.
Sabiduría como forma de activismo
Richard Gere combina su profesión como intérprete con el activismo, aunque defiende que más pronunciarse y tomar partido por las causas, el primer paso es el conocimiento. “Necesitamos sabiduría. Si la tenemos, es cuando quizás el activismo ayuda, pero no es tan fácil. El impulso de tener un efecto positivo, ser responsable, es algo muy saludable y necesario”, sostiene. Una sabiduría que empieza por uno mismo, ya que explica: “Parte de conocer las cosas tal y como son y a nosotros, tal y como somos. Ahí entran el altruismo y la compasión, que hacen que la sabiduría signifique algo para el mundo”.
Richard Gere y Uma Thurman, en ‘Oh, Canada’
En este proceso, afirma que, actualmente, a nivel global, el foco del debate está confuso: “Nos preocupan demasiado determinadas cosas, y es muy difícil divorciarte del todo y ser absolutamente independiente de conseguir cosas. Ya sean dinero, poder, una determinada posición o fama. Incluso disminuir el impulso de que te atraigan estas cosas”. De hecho, lamenta que “la disparidad de seguridad económica, desde los más ricos a los pobres, es peor que nunca”. Y una realidad de la que nadie puede escapar.
“Afecta a la felicidad de todo el mundo, la gente que tiene todo ese dinero pasa muchísimo tiempo y energía porque no se lo quiten. La gente que no lo tiene, está tratando de conseguir cierto nivel para poder sobrevivir”, comenta. Por ello, el actor invita a mirar al pasado con cariño. “Cuando miras atrás a lo que has hecho, hay culpa, remordimiento, y una ternura subyacente”, expone ampliando su argumento a los ‘yoes’ de veinte y treinta años, edades en las que defiende que se sigue siendo “un niño aprendiendo a funcionar en el mundo”: “Cómo recibir amor, cómo darlo, cómo aceptarse a sí mismo por lo que es. Esa ternura es un momento muy bonito en el que estar”.